Reflejos en un ojo dorado, de Carson McCullers: Magistral lección de humanidad, tensión y ritmoLeer este libro te mantiene en tensión desde el principio hasta el final. Olvida todo lo leído anteriormente respecto a lo que a ritmo se refiere porque, posiblemente, no hayas leído nada igual a ‘Reflejos en un ojo dorado’ (originalmente publicada en 1941, y traducida al castellano por María Campuzano en 1958, la publica Seix Barral en 2017). Una lectura contenida, meditada en cada palabra, que avanza segura y sinuosa hacia su final, quizás predecible si prestas mucha atención, pero ni así podrás hacer nada por despegarte de ella. Esta novela se te pega como una lapa. Los personajes alcanzan pronto un magnetismo irrefrenable, sus relaciones nos llevan a explorar la ponzoña más inexplicablemente humana de nuestro ser: ese conjunto de miserias que un ser racional rechaza indubitablemente pero que, al mismo tiempo, puede incluso llegar a comprender y justificar porque, sabe, forma parte de sí mismo.

¿Cómo ser capaz de huir ante una fuerza magnética de semejante magnitud? Imposible.

La tensión se intensifica si, además, comprendemos y nos adentramos en su contexto. Al escenario sureño habitual a la literatura de Carson McCullers (USA, 1917-1967), se suma aquí el contexto militar. La trama nos sitúa en una base militar donde las relaciones se encuentran encapsuladas, ritualizadas y marcadas a fuego por la clase social y el escalafón. Los personajes difícilmente pueden escapar del cinturón impuesto por su origen familiar y por los roles socioeconómicos asociados a ella. Un determinismo social acentuado, además, por las insignias de sus uniformes. La meritocracia liberal se desenmascara aquí, suprimiéndose, insinuándose claramente que, en esta sociedad, pesan más otras muchas otras cosas que el cumplir eficazmente con tus responsabilidades.

Pero el foco lo pone la voz narradora en otra cuestión también trascendental: ¿qué pasa cuando, en este contexto, los deseos y los anhelos de las personas los conducen a romper las costuras del corsé en que están prisioneras sus relaciones? O, en otras palabras, ¿qué pasa cuando, en un contexto de substitución de la humanidad indómita por la norma rígida y previsible, esta humanidad consigue abrirse camino? El discurso de lo políticamente correcto nos ha llevado a pensar que, si la humanidad triunfa, será para avanzar en su búsqueda del bien y la felicidad. Pues no. McCullers afronta esas respuestas incómodas ante las que modernos y contemporáneos parecen haber cerrado los ojos y que, una vez leídas en estas páginas, difícilmente podrán dejarnos indiferentes de ahora en adelante.

Reflejos en un ojo dorado, de Carson McCullers: Magistral lección de humanidad, tensión y ritmoSu ser inabarcable hace de ella una de las novelas más recomendables de lo que va de año.Reflejos en un ojo dorado, de Carson McCullers: Magistral lección de humanidad, tensión y ritmo

Esta novela consigue ser ese espejo oculto bajo las sábanas al que nadie quiere mirarse.

Bajo la sábana se ocultan las pasiones humanas y cómo nos sentimos, emocional y racionalmente, cuando estamos expuestos ante ellas.

El deseo ocupa en este texto un lugar primordial. Y lo hace porque se toma de él su significado más amplio: no es solo el deseo sexual o la pasión corporal (que también), sino el deseo absoluto del “querer hacer” y el “querer ser” más allá de los límites normativos impuestos por no se sabe quién o qué. Un rango militar debería significar una preparación, una capacitación, pero no debería en caso alguno conllevar las obligaciones y restricciones que en esta novela lleva aparejado. Los personajes intentan rebelarse ante ello. Pero lo hacen a su manera, sin intentar sacrificar o arriesgar mucho de lo ganado, exponiéndose solo lo mínimo para poder dar marcha atrás -sin apenas consecuencias en caso de fracaso-. ¿No es este comportamiento, acaso, plenamente humano?, ¿no podemos identificarnos con una forma de actuar que intenta, solamente, maximizar la utilidad de las decisiones y las acciones?

Lo relevante llega y se produce cuando vemos qué se puede hacer con esa llave que es la liberación del deseo, qué puertas intentan abrir los personajes, qué límites intentan traspasar. El mensaje liberador, pretenciosamente positivo las más de las veces, nos recuerda en McCullers que también generó (y puede volver a hacerlo en cualquier momento) los desastres producidos tras la apertura de la Caja de Pandora. No es oro todo lo que reluce, tampoco tras la libertad. Y aquí es cuando nos damos de bruces la cara oscura de nuestra humanidad.

La liberación del deseo puede llevarnos a la traición y al engaño, a la mentira y la hipocresía, al asesinato o a la muerte más espantosa.

Reflejos en un ojo dorado, de Carson McCullers: Magistral lección de humanidad, tensión y ritmo

McCullers nos expone ante este hecho con una cruda y cirujana precisión lingüística. Hay tantas frases afiladas, de esas calculadas al milímetro para afligir el mayor dolor posible al lector, causantes de una sensación tan aguda y profunda que ni retirando la mirada del texto se podrían olvidar, que al final acabas rindiéndote a ellas. Te quedas y sigues hasta el final. Observando con impotente y pavoroso estupor cómo los personajes se destrozan los unos a los otros, en un juego táctico de mantener las posiciones sociales y cumplir los propios deseos, buscando además hacer el menor daño posible a los demás. Hipocresía social. Cinismo general. Deseo liberado por doquier. Mentiras y engaños como parte constructora esencial de Lo Real… Así se dibujan imágenes crueles y conmovedoras, generadoras simultáneas de atracción y repulsión.

Reflejos en un ojo dorado’ (Seix Barral, 2017) es una novela maravillosa, una lectura magnética, un libro cruelmente genial, del que es imposible despegarse. Su ser inabarcable hace de ella una de las novelas más recomendables de lo que va de año. Lo que es muy triste, si tenemos en cuenta que se trata de una reedición publicada con motivo del centenario del nacimiento de su autora. Pero así es. McCullers nunca defrauda y estamos ante una de sus mejores obras.

¡Ah!, y si tras la lectura se queda con ganas de más, recomiendo encarecidamente buscar la película; un clásico de 1967 dirigido por John Houston. Es tan maravillosa como la novela. Y eso es mucha maravilla.

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Fco. Martínez Hidalgo
Filólogo, politólogo y proyecto de psicólogo. Crítico literario. Lector empedernido. Mourinhista de la vida.

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