Graeme Macrae Burnet

Que su título no te despiste. Pese a su apariencia, no estamos ante una novela criminal. Es verdad, un crimen está en el motor narrativo de la trama, y un asesino es el protagonista de esta historia, pero aquí acaban las coincidencias. A partir de este punto, tenemos ante nuestros ojos una exploración sociológica, profunda y valiente, sobre las highlands escocesas de finales del s. XIX. Y, través de este contexto, accederemos en «Un plan sangriento» también a una exploración sobre la mente humana prejuiciosa y estereotipada; un retrato coherente con aquella época y, por desgracia, también de nuestro tiempo.

El punto de partida es la vieja sociedad estamental escocesa. En su seno, Lord Middleton gobierna con mano suave las tierras de Ross-shire, de las que forma parte la pequeña aldea de Culduie, un modestísimo conjunto de apenas nueve casas. En ellas viven distintas familias que, en régimen de aparcería, reciben hogar y tierra a cambio de su trabajo en el mantenimiento de los terrenos y una porción (amplia) de sus cosechas. La vida transcurre tranquila. La estabilidad del sistema semeja longeva. Hasta el punto de que las familias tienen una relación de décadas con su señor, sin mayores sobresaltos.

Pero, de repente, la elección de un nuevo alguacil cambia la base de la costumbre sobre la que, hasta entonces, se manejaba la comunidad. Lachlan Broad (del clan Mackenzie), tiene una visión bastante distinta sobre cómo deben hacerse las cosas. Cree que la vida, hasta entonces, había transcurrido dejándose llevar, haciendo las cosas con insoportable levedad, sin rigor. Por eso, se presenta a alguacil con la intención de recuperar la fuerza de las normas, de hacer valer los intereses del señor sobre las aparcerías y, por consiguiente, de ejercer de forma más ruda y directa el poder y la influencia autoritaria de su figura en nombre de Lord Middleton. Por eso, cuando gana y consigue el puesto, muchas son las cosas que mudan de repente.

Un plan sangriento, de Graeme Macrae BurnetEntre las cosas que cambian está el estatus de la familia Macrae, hasta entonces respetada en la aldea de Culduie. A este respeto contribuyó decisivamente la adusta y ruda figura del padre de la familia, Jack Macrae, alias Black Jack. Un hombre serio, de carácter silencioso, riguroso observador de las normas religiosas y morales, trabajador incansable y violento en el imponerles respeto a sus hijos adolescentes Roddy y Jetta Macrae. Un rigor que aplicaba igual a los demás vecinos del lugar, quienes lo miraban con la misma dosis de respeto que de temor. Una actitud que explica que, con la llegada de Lachlan Broad, no encontrase demasiados apoyos en su comunidad de vecinos.

Las caídas nunca son fáciles para quién las vive. Y, menos, cuando van acompañadas del ascenso de algún enemigo acérrimo. Dicho y hecho. La familia Macrae comienza a experimentar duros problemas que con el tiempo, los malentendidos y los rencores adyacentes, desembocan en duras escenas de odio, rencor y, por supuesto, violencia. Para más inri, cuando más tensas son las relaciones, también más se estrechan los lazos que los unen. Los Mackenzie y los Macrae tienden puentes y, por supuesto, las consecuencias de estos puentes solo pueden conducir al desastre.

La parte de la novela “El relato de Roderick Macrae” está escrita por el protagonista de esta historia y asesino quién, en primera persona, aporta su visión de los hechos; si bien, quizás, desde una perspectiva lo suficientemente objetiva y con una calidad lingüística lo suficientemente elevada como para hacernos difícil empatizar con un adolescente inteligente originario de las profundas highlands escocesas de 1869. No pasa lo mismo con los “Informes médicos”, retrato forense exhaustivo de las heridas causadas a los cuerpos de las víctimas; ni con “Viajes por los confines de la locura”, el informe subjetivo del antropólogo forense J. Bruce Thomson, repleto de deleznables juicios personales más ajustados a la condición social o el aspecto de las personas que a sus perfiles psiquiátricos, más propios del juicio subjetivo que del análisis científico, por mucho que con la Ciencia quiera justificarse todo el rato.

El estilo de la escritura de «Un plan sangriento» es eficaz y correcto

La combinación de estos textos, junto con “El juicio” y “El epílogo”, nos lleva entonces hasta la crónica de una lucha entre la modernidad de la ley y la antigüedad de la costumbre. A su vez, representadas también por seres humanos de distinta naturaleza: elitistas y elevados los primeros, rudos y apegados a la costumbre de la humildad y el respeto a la comunidad, los segundos. Un doble nivel narrativo que, al estar íntimamente asociados entre sí, transcurren con fluidez y sin sobresaltos ante los ojos lectores: tan atentos a la emoción de los hechos y la rudeza de las declaraciones, como a la injusticia de esta lucha desigual entre las clases altas y poderosas (los “poderes fácticos”), por un lado, y las personas humildes del campo (“la comunidad”), por el otro.

Al cerrar «Un plan sangriento» (Impedimenta, 2019) queda todo claro. Sus objetivos narrativos, de hecho, no es algo que se oculten demasiado. Y esto le resta bastante de su interés al conjunto. Tampoco parece que el encaje entre los distintos textos, agrupados en el libro, aporten una coherencia y complementariedad tan sólida como nos hubiese gustado, tendiendo, con el avance de las páginas, a la redundancia de argumentos y a la confirmación de ideas antes ya insinuadas. Eso sí, como experimento creativo, esta novela posee un curioso interés y el estilo de la escritura (excepto por las dudas antes anotadas respecto a la parte de “El relato de Roderick Macrae”) es eficaz y correcto. Lo que hace que nos haya resultado una novela de interés con la que cualquier persona lectora podrá pasar buenos momentos de lectura y entretenimiento.

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Fco. Martínez Hidalgo
Filólogo, politólogo y proyecto de psicólogo. Crítico literario. Lector empedernido. Mourinhista de la vida.

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