El escudo real de José Bonaparte
El escudo real de José Bonaparte.

Seguimos escribiendo sobre todos esos “fregados” en los que estuvimos. En nuestro último artículo sobre la expedición del Marqués de la Romana nos quedamos en que algo más de 5.000 hombres quedaron atrás: los efectivos de los Regimientos Guadalajara y Asturias, y los cien granaderos del Regimiento de Zamora que, junto con los 30 jinetes del Regimiento de caballería del Rey, formaban parte de la guardia personal del general Bernardotte. ¿Qué fue de ellos?

Bueno, como os podréis imaginar, en primer término fueron desarmados y detenidos en distintos campos situados en el norte y este de Francia con objeto de que no pudiesen escapar a España: Sedán, Amiens, Mezieres, Besanzón, Thionville y Peronne. Estamos en el otoño de 1808.

Pero claro, aunque estuviesen dispersos, el tener a cinco millares de soldados “inactivos” no era práctico, y al general español renegado Juan Kindelán (ver artículo sobre la expedición del Marqués de la Romana) se le ocurrió la idea de utilizar a esos soldados basándose en que, estadísticamente hablando, habría suficientes voluntarios para jurar fidelidad a José Bonaparte como para crear una unidad militar. La idea fue bien recibida y se pusieron manos a la obra.

Se hicieron varias campañas de reclutamiento entre los prisioneros, entre ellas la difusión del rumor de que podrían ser destinados a España a petición de su rey, José Bonaparte, para que fueran integrados a su ejército y ayudar a pacificar el país (lo que era parcialmente cierto… José Bonaparte pidió la asignación de esos voluntarios) o las proclamas del Arzobispo de Besanzón, Claude de le Coz, que hacía campaña aprovechando los sermones para intentar ganarlos a la causa pensando que, siendo tan católicos como eran, serían convencidos más fácilmente si un cura se lo solicitaba.

Bien, fuese por estas campañas, por la imposibilidad de permanecer inactivos, por la seducción ante las buenas perspectivas que se les mostraban si se unían a la causa napoleónica o por buscar la más mínima ocasión para regresar a casa, la verdad es que prácticamente todos terminaron sumándose a la iniciativa, pero de manera muy lenta y, en el caso de muchos, contra su voluntad y obligados por las circunstancias.

Se tardó cerca de medio año, pero el 13 de febrero de 1809 se proclamó la creación del Regimiento José Bonaparte. Cuatro batallones más uno de reserva (para proporcionar reemplazos) organizados a la francesa: una compañía de granaderos, 4 de fusileros y una de ligeros –voltigeurs-. Y, obviamente, se los equipó debidamente con un uniforme de corte francés que constaba de casaca, chaleco y calzón blancos con ribetes y vueltas verdes, pluma y charreteras rojas y chacó negro con una placa en la que se leía “JB” (de “José Bonaparte” que, aunque se le conocía como “Pepe Botella” no tenía nada que ver con el whisky).

Uniformidad del Regimiento José Bonaparte
Uniformidad del Regimiento José Bonaparte

Como ya hemos indicado anteriormente, nuestro rey impuesto solicitó el envío de la unidad a España, con objeto de que ayudasen en el esfuerzo bélico peninsular. Pero repetimos lo que hemos dicho ya en otro artículo… El tío Napo podía ser bajito, pero de tonto no tenía un pelo y era consciente de que no se podría garantizar la lealtad de estos soldados si eran enviados allí, así que se fijó su acuartelamiento base (el depósito) en Aviñón, y los dispersó por Europa a lo largo del año 1810: dos batallones a Italia (a Dalmacia, entonces parte del “Reino de Italia”), uno a Holanda (Amberes y Nimega) y el último a Bélgica. El batallón de reserva se quedó en la base de Aviñón.

Pero… He aquí que en el 12 se le ocurre a Napoleón el invadir Rusia, y precisa de todos sus efectivos disponibles, así que reúne a los españoles para integrarlos en la “Grande Armeé”, yendo a parar el 2º y el 3er. batallón al I Cuerpo del mariscal Davout (2ª división, al mando del general Friant), y el 1º y 4º al IV Cuerpo del príncipe Eugene (Eugene Rose de Beauharnais, el hijo de Josefina adoptado por Napoleón).

El mando de la unidad recae, cómo no, en el general Juan Kindelán que es relevado poco después por motivos de salud (edad más bien) y por solicitar un puesto acorde a su rango militar, pues el asignado correspondería a un coronel. Es sustituido por el coronel suizo Jean-Baptiste Tschudy. Su segundo al mando será el teniente coronel Jean-Baptiste Doreille, considerado por sus mandos más español que francés, ya que es provenzal y habla perfectamente tanto el occitano típico de su tierra como el español (y mal el francés). Se trató de un mando muy querido por los soldados del Regimiento.

El primer batallón se asignó al mando del comandante José Kindelán (hijo del general renegado y traidor al que le faltaba el “de todos los Santos Froilán”, pues su nombre completo era –agarraos-: José María del Tránsito Antonio Francisco de Asís Ramón Xavier Vicente Ferrer Domingo de Guzmán… ¡Toma ya!). Cuando su padre es designado a Francia, pide el relevo al mando del batallón de reserva (reasignado a Namur), y es sustituido por el comandante D. José Sansot.

Rafael de la Llanza
Rafael de la Llanza

El segundo batallón es mandado por el comandante D. Ramón Ducer, “degradado” porque era capitán de uno de los regimientos de Asturias de la expedición a Dinamarca. El propio Kindelán recomendó su ascenso, pero el general Friant, jefe de la división en la que estaba encuadrado el regimiento al que pertenecía el batallón, no terminó de verlo claro. Al fallecer en la batalla de Mozhaisk, es sustituido por el capitán D. Tomás Herrera (también fallecido posteriormente.

El tercer batallón es asignado al comandante D. Rodrigo Medrano, hombre mayor y achacoso veterano de uno de los regimientos de Guadalajara, que es reemplazado al poco tiempo por el comandante D. Rafael de Llanza (en la fotografía), capitán del Regimiento de Guadalajara y autor del diario que uso como referencia bibliográfica.

El cuarto batallón va bajo las órdenes del comandante D. Alejandro O’Donnell (sí… El padre de D. Leopoldo O’Donnell, el de las Guerras Carlistas, la Guerra con Marruecos y presidente del consejo de ministros), que fue hecho prisionero en La Coruña el 20 de Enero de 1809 (tras la batalla de Elviña/La Coruña) y del que volveremos a oír hablar… en otro artículo.

Resulta curioso cómo, pese a estar considerados por el alto mando como “posibles traidores”, se les tiene en un alto concepto como soldados. Hasta el punto de que el mismo mariscal Davout da una serie de órdenes en forma de bando para ganarse su lealtad… Y, al tiempo, tenerlos controlados. Veamos qué decía:

Muchos soldados españoles hablan francés. Es preciso que los nuestros los traten bien. Recomendad a los oficiales franceses que se traten con los españoles y que no olviden nada de lo que pueda fortalecer la buena armonía con ellos.

Tienen un capellán que parece animado de buen espíritu. Tratadlo bien y hacedle participar con buenos gestos de estas disposiciones.

Es por él por quien podréis estar mejor informados de las intrigas que podrían hacer los extranjeros para seducir a los españoles. Vigilad que siempre tenga un buen alojamiento en casa segura.

Os he hablado de una misa militar para franceses y españoles los domingos y días de fiesta; arreglaros con el capellán español para que sea él quien las diga.

No os olvidéis de hacer cantar el Domine, salvum fac Imperatorem, y de hacer rezar las oraciones.

Ajusticiad al momento al primer agente de seducción o embaucador que os caiga entre las manos.”

Así y todo, imaginaos a estos valientes soldados en tierra extraña luchando por una causa que no era la suya en una guerra en la que lo único que estaba en juego eran sus vidas… No es presuntuoso pensar que cualquiera de ellos pensaba en desertar a la primera ocasión disponible, pasándose al bando ruso que, al fin y al cabo, luchaba contra el francés.

Esas ocasiones se daban con cierta frecuencia porque, al tratarse de un regimiento que se encontraba bajo sospecha –aunque se confiase en su oficio-, era asignado a las operaciones más peligrosas en primera línea de combate lo que, independientemente del extraordinario número de bajas que sufrían, los ponía en una situación privilegiada para contactar con el mando ruso (recordemos que era muy probable que los oficiales hablasen francés)… Y las deserciones se producían con frecuencia (el comandante O’Donnell deserta en compañía de trescientos hombres en la evacuación de Vilna, en diciembre del 1812, por ejemplo). Pero, sin embargo, las represiones de este tipo de comportamientos eran también extraordinariamente duras: un capitán francés, Coignet, relata que casi al principio de la campaña de Rusia le es encomendada la reintegración a sus unidades de unos 700 desertores, entre los que se encontraban 133 españoles de los dos batallones del coronel Tschudy… Y a causa de ser especialmente indisciplinados, desarmaron y fusilaron a 62 de ellos (casi la mitad).

Esos episodios de deserciones continuas y ejecuciones sumarias fueron harto frecuentes entre las tropas españolas.

Sin embargo, como hemos dicho, participan en las acciones armadas con valor y distinción. Y, como reconocimiento por su comportamiento en batalla, reciben el honor de ser de los primeros regimientos en entrar en Moscú, al menos los dos batallones encuadrados en la división de Friant.

Vamos ahora a ver en qué batallas se vieron implicados:

Uniformidad del Regimiento José Bonaparte
Uniformidad del Regimiento José Bonaparte

En 1812, en el avance napoleónico, participaron en las batallas de Shevardino, Borodino, Moskowa y Mozhaisk (donde muere el comandante D. Ramón Ducer).

Tras la retirada de Napoleón de Moscú, el 23 de octubre de 1812, combaten en la batalla de Malo-Jaroslawetz; Viazma y Fedorovskoye en el mes de noviembre; Smolensko en el mismo mes; del 15 al 17 de noviembre en Krasnoie, sangriento combate donde fallecen el querido teniente coronel provenzal Doreille y el capitán D. Tomás Herrera; el paso del Beresina y la batalla de Borisov a finales de mes (del 21 al 29 de noviembre) y el fuerte combate por Vilna en Diciembre de 1812.

Tenemos que reseñar aparte que, durante la retirada de Rusia, los cuerpos de Davout y Eugene fueron designados para cubrir la retirada junto con el de Murat, así que sí… Que los nuestros se comieron todo el marrón mientras intentaban llegar razonablemente enteros a pasarse al bando ruso o a llegar a territorio seguro. Fijaos cómo sería, que de la campaña llegan a salvo una sesentena entre soldados y oficiales que, unidos a lo que quedaba del batallón de reserva, sumaban poco más de 200 efectivos… Doscientos de cinco mil que partieron… ¡Un 96% de bajas en la campaña de Rusia! Una burrada.

Pero no acaba aquí el periplo de estos valientes, aunque desafortunados hombres. En marzo de 1813 se reconstituye el José Bonaparte mediante una nueva leva en campos de prisioneros, pero esta vez constará solamente de un batallón de infantería de línea y otro de reserva, que se asigna al VI Cuerpo de Ejército (2ª División), mandado por el mariscal Auguste Marmont. Todavía los nuestros llegan a combatir destacadamente en las batallas de Lützen, Bautzen, Meissen, Grossheim, Leipzig y Hanau, correspondientes a las campañas realizadas por el control de Sajonia y Silesia.

En septiembre del 13 se les asigna la guarnición de Magdeburgo, y se ordena su disolución como regimiento el 25 de noviembre. Y los soldados fueron licenciados en Niort en 1814.

En ese momento, los nuestros se enfrentan a un grave problema: pese a desear regresar a España, son conscientes de que serán tratados como “afrancesados”. No han tenido la posibilidad de escoger, pero eso al ciudadano medio español no le importa y, para postre, Fernando VII prohibió la entrada de todos los oficiales supervivientes cuyo grado superase el rango de capitán, y a la soldadesca, oficiales de rango inferiores a teniente y suboficiales, se les imponía la renuncia a su graduación y la inhabilitación para poder promocionar… Se les imponía un exilio encubierto.

No tuvieron más remedio que quedarse en Francia, completamente desheredados y olvidados por su país a causa de un odio mal entendido sin haber sido culpables más que de ser víctimas de las circunstancias y de haber hecho la guerra lo mejor que pudieron.

Ante la negra perspectiva que se les presentaba, muchos de ellos optaron por reengancharse, siendo integrados junto con algunos veteranos elementos de la Legión Portuguesa (en una situación similar a la de los nuestros) en el llamado Regimiento Colonial Extranjero, de guarnición en Belle-Ile-en Mer, en diciembre del 14 al mando de teniente coronel Vázquez. Paralelamente, se crea una compañía de veteranos para los soldados españoles más cascaditos, que tuvieron un destino cómodo como guarnición de la ciudad de Namur.

Pero no acaba aquí el periplo de los nuestros… Napoleón regresa de Elba y reasigna a nuestros fogueados soldados al Regimiento Extranjero de Cazadores nº 6 al mando del coronel Tellechea con guarnición en Lorient y, tras el definitivo exilio de Napoleón, Luis XVIII recoge a los poquitos veteranos que ya quedaban y los destina en 1815 al lo que terminaría siendo el Regimiento Hohenlohe (también conocida como “legión Hohenlohe), considerado como una unidad enteramente francesa (los españoles que quedaban eran una minoría nada significativa) llamada así por estar al mando del príncipe que ostentaba el título del mismo nombre.

Uniformidad del Regimiento José Bonaparte
Uniformidad del Regimiento José Bonaparte

Obviamente, los españoles que quedaron fueron obligados, en 1831, a nacionalizarse franceses para poder recibir su pensión. Pero se pudo decir que llevaron una vida digna.

No fue así en el caso de los que decidieron, pese a todo, volver a España. De 1814 a 1817 se vieron obligados a vivir de la caridad, siendo vilipendiados por el ciudadano medio, puesto que no se les reconoció ningún tipo de pensión hasta 1817, en el que el estado francés decidió darles una paga de caridad correspondiente a la mitad de lo que se le habría pagado a un soldado francés de pleno derecho. Pero, al final, Luis XVIII les ofreció la posibilidad a través de una ordenanza de cobrar la pensión completa siempre y cuando decidiesen nacionalizarse franceses.

Un triste destino para un grupo de valientes injustamente tratados y olvidados por nuestra Historia.

Si queréis saber más, os sugiero:

-“Un español en el ejército de Napoleón”. Diario de D. Rafael de Llanza y de Valls. Almena Ediciones. Madrid 2008.
-“Los españoles en el ejército napoleónico”. Paul Boppe. Ed.Algazara. 1995.
-“La campaña de 1812 en Rusia”. Karl von Clausewitz. Inedita. 2005.
-Artículo de Anastasio Rojo Vega: “La Guerra de la Independencia: El Regimiento José Napoleón”.

Pero… ¡No se vayan todavía, que aún hay más! Como bien sabéis, soy un enamorado de las anécdotas, y hay un libro altamente recomendable, divertido y muy fácil de leer, que os enganchará a la hora de querer saber más y que refleja muy bien de manera lúdica esos dilemas que atormentaban a nuestros soldados, a la par que su perra suerte en la Campaña de Rusia: “La sombra del águila”, de Arturo Pérez-Reverte. Pero… Tened en cuenta tres cosas con respecto a esta novela por otra parte bien documentada:

1ª.- Nunca existió, que yo haya podido saber, un cruel “coronel Oudin”.
2ª.- Tampoco existió jamás una “batalla de Sbodonovo”.
3ª.- Los regimientos españoles nunca recibieron la numeración “326”.

Por lo demás, espero haberos podido acercar otro pedacito poco conocido de nuestra Historia.

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