El callejón de las almas perdidas

“El callejón de las almas perdidas” (originalmente “Nightmare Alley”) es la última película de Guillermo del Toro («La forma del agua»). Se trata de la adaptación de la novela del mismo título escrita por William Lindsay Gresham y publicada en 1946, que ya fue llevada al cine en 1947.

Ambientado en los años 30 y 40 y carente de elementos fantásticos, el film se aparta de lo que en principio esperaríamos del director mexicano. En este noir lúgubre y sinuoso no hay más monstruos que aquellos que habitan en el interior de sus personajes. Es por ello su obra más fatalista, en la que queda plasmada la degradación del ser humano y los recovecos más oscuros de su naturaleza.

El protagonista, Stan (Bradley Cooper), llega al circo huyendo de su pasado. Allí conoce a Zeena (Toni Collette) y a su marido Pete (David Strathairn). De ellos aprende a engatusar al público y los trucos necesarios para fingir habilidades psíquicas. Enseguida se fija en Molly (Rooney Mara), a quien seduce y con la que se marcha a Nueva York. En la gran ciudad alcanzan el éxito con un espectáculo de mentalismo. Una noche, sus caminos se cruzan con el de Lilith (Cate Blanchett), una psiquiatra con muchos y muy útiles secretos en su poder, cortesía de sus poderosos clientes.

La fotografía, el vestuario y los detallados y barrocos sets se alían para crear una atmosfera que nos transporta a un mundo de sombras. Inquietante y grotesco, pero también hermoso y refinado, dotado de toda la sensibilidad gótica de del Toro. En ese sentido, la película recuerda a “La cumbre escarlata” (2015), a pesar de lo diferente de sus argumentos. La estética de su último tramo, sobre todo, me transportó inmediatamente a esta infravalorada historia de fantasmas.

El callejón de las almas perdidas

Son el apartado visual y el impresionante reparto (destacando Cate Blanchett, con su interpretación intencional y proporcionadamente exagerada de mujer fatal) lo que atrae del film. Desafortunadamente, “el callejón de las almas perdidas” flojea en lo que al guion se refiere. Los 150 minutos que dura pasan con parsimonia, en especial durante una primera hora en la que se atasca. Es evidente que del Toro disfruta recreándose en el mundo circense que nos presenta, con todas sus dobleces, su encanto y su depravación, pero esta parte del relato no es tan interesante como su entorno.

La narración se vuelve agarrotada y rígida, hasta que entra en escena Lilith. A partir de ahí, las piezas dispares van encajando. Los engranajes giran y toman velocidad, y nos llevan a un final que es, al mismo tiempo, la parte más potente y satisfactoria de la película… pero también la más previsible. Es la conclusión perfecta e inevitable, desde el preciso momento en que oímos nombrar el callejón que da título a la historia. Una historia que no podría haber acabado de ninguna otra forma.

Es por eso que anticipar su desenlace no le resta impacto, al menos en mi caso no fue así, sino que hace crecer el interés por ver como se cumplen nuestros presagios. A “El callejón de las almas perdidas” le sobran minutos y le falta magia, pero recompensa la paciencia del espectador. Cuando lo que esperamos sucede, cuando la última escena deja caer su sentencia, no decepciona en absoluto.

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