The Leftovers

Tras tres temporadas y veintiocho capítulos, baja el telón de una de las series más evocadoramente extrañas de los últimos tiempos: «The Leftovers». Con un libreto inicial firmado por Damon Lindelof y Tom Perrotta, una producción con la garantía del sello HBO y un extraordinario elenco de actores -entre los que acabaron destacando Amy Brenneman pero, sobre todo, una Carrie Coon sublime-, las expectativas eran extraordinarias. Y su primera temporada, sin duda, cumplió con ese nivel de excelencia, regalándonos algunos capítulos que quedarán para siempre en la retina del expectador.

Los problemas llegaron en la segunda temporada, donde el desarrollo centrado en los personajes de una trama como esta, tan alambicada y con tantas aristas, acabó por dispersarse de tal modo que resultó irreconocible en su núcleo central. De ahí que, en la tercera y última temporada, además de un desarrollo más corto (se pasó de 10 a 8 capítulos), fuese también más equilibrado en cuanto a la relación entre los personajes y los hilos argumentales, además de la intención de darle a la serie un buen final.

Problemas aparte, al haber decidido centrarse más en el desarrollo de los personajes que en los hilos argumentales que los mueven, The Leftovers brilla en el panorama seriéfilo como una excepción en cuanto a su amor por los personajes, los actores y las interpretaciones. Mientras que en otras series debemos buscar esa escena-clímax para ver (¡por fin!) como el personaje es capaz de dar lo máximo de sí. Aquí los personajes viven casi permanentemente en ese clímax. El dolor, la angustia existencial, el miedo a lo que pasará… los tiene en una cárcel vital que los asfixia y los aprisiona constantemente, haciéndonos vivir a nosotros con ellos esa pasión por una vida que semeja ahora más frágil que nunca: pues todas las certezas con las que vivían se han vuelto de repente falsas y carentes de sentido.

De qué va

«The Leftovers» comienza en el momento en que, de repente, el 2% de la población mundial desaparece. 140 millones de personas se han ido sin dejar rastro. Algunos al volante de su coche, otros sentados en la mesa junto a sus seres queridos, o discutiendo con ellos o… Da igual la circunstancia y el lugar. De forma aleatoria, imprevista e imprevisible, todas esas personas han desaparecido a no se sabe dónde para no volver jamás.

A este punto crítico se le ha dado el nombre de La Ascensión. Con una clara referencia religiosa, el intento de asimilar este hecho ha llevado a muchas personas a sacralizarlo, a racionalizar el suceso asignándoselo a una voluntad superior, inaprehensible e incomprensible, cuyo plan misterioso resulta imposible de asimilar pero que, sin lugar a dudas, responde a un bienestar general del ser humano. Pero no todo el mundo piensa así.

El impacto de este acontecimiento ha sido tal que muchas personas han quedado varadas en el espacio y en el tiempo. Al haberse demolido las certezas de su vida con tal fuerza, resquebrajados todos los anclajes de seguridad en los que antes sujetaban la cotidianidad de su día a día, ahora solamente hacen equilibrios en una vida sin red. Otros han buscado nuevos anclajes, nuevas explicaciones con las que poder volver a dar sentido a sus vidas. De este último grupo en la serie destacan los miembros de la secta “culpable remanente”: un grupo nihilista cuyo convencimiento de que la vida es un sinsentido los ha llevado a trazar un plan para imponer esa visión a todos los demás, mientras exponen sus sentimientos a través de un silencio sepulcral solo roto a través de carteles y notas escritas.

The LeftoversEn todo este contexto general, la familia Garvey es una de los millones de familias que, a lo largo del mundo, han sufrido en carnes propias este hecho traumático. Kevin Garvey (Justin Theroux) ha perdido a su mujer, Laurie (Amy Brenneman), que de repente se ha unido a las filas de “Culpable remanente”. Con él que da la hija que tienen en común, Jill (Margaret Qualley), mientras que el hijo que Laura tuvo en una relación anterior, Tom (Chris Zylka), va de aquí para allá con su tío Wayne (Paterson Joseph), quién promete a todas las personas doloridas por La Ascensión que podrá curar su dolor solo con un abrazo.

En el esfuerzo de la familia Garvey por comprender la motivación de Laurie para abandonar a su familia se cruzan con algunos personajes también de fuerte carga dramática. Del lado de los “Culpables remanentes” destacan su líder local, Patti Levin (Ann Dowd), y una misteriosa seguidora unida hace poco a la secta, Megan Abbott (Liv Tyler). Y del lado de la gente cuyos anclajes a la realidad han sido (total o parcialmente) demolidos, destaca la trabajadora de seguros Nora Durst (Carrie Coon), quién ha perdido a sus dos hijos y ve su dolor reflejado en cada una de las personas afectadas por La Ascensión que se encuentra en su trabajo como evaluadora de daños, y el hermano de Nora y párroco cristiano de la comunidad Matt Jamison (Christopher Eccleston), cuya fe se ve sometida con todos estos hechos traumáticos y sus consecuencias a su prueba más dura.

Con estos mimbres, la serie va trazando relaciones humanas fundadas sobre la pérdida, sobre el dolor y sobre cómo cada personaje aporta soluciones a su angustia apoyándose o abusando de los demás. Sin piedad. Y a veces con una crudeza inaudita en televisión.

El mensaje

El hecho traumático, conocido como La Ascensión, funciona en la serie como un significante vacío: un acontecimiento sin sentido al que cada quién, precisamente por esta falta total de sentido, puede racionalizar y dotar de la lógica que uno desee, aun por muy extraña que pudiera parecer a los ojos de los demás. Todos los personajes se sitúan alrededor de este acontecimiento de una forma u otra, pues su contundencia es tal que no les permite otra salida. Con todo, mientras la serie avanza, sus posiciones también van cambiando, el shock inicial da paso a un proceso de descomposición, a otro de búsqueda, a otro de recomposición de uno mismo y, al final de la serie, a una suerte de nuevo comienzo.

La serie desconcierta porque, a diferencia de la mayoría de las tramas cuyo desarrollo comienza con un suceso traumático de magnitud devastadora, aquí el suceso no importa, posee una relevancia prácticamente nula.

The LeftoversEn «The Leftovers» lo importante son las consecuencias de este hecho, cómo los personajes lo viven y cómo lo asumen. Un punto inicial que es desconcierto y dolor en estado purísimo. Nadie comprende nada. No hay precedente ni lógica posible para explicarlo. De ahí que surjan puntos divergentes, como el fanatismo religioso y el nihilismo exacerbado, pero al mismo tiempo tan próximos, pues ambos responden a una búsqueda del sentido de la vida… pero fuera de sus límites, más allá de lo cotidiano. Una constelación de fórmulas para comprender lo sucedido que se alejan de la vida y todo lo que la constituye; sin importar la familia o el amor o la lealtad o la solidaridad. La satisfacción inmediata del dolor sin importar cómo sea ni a quién pudiera afectarle.

He aquí la base de análisis de la serie.

La naturaleza humana es la llave que abre todas las puertas. Independientemente de dónde pongamos el foco: sea en la religión, en el nihilismo, en los abrazos, en el espiritismo… Todas estas soluciones más allá de la vida, infructuosas, surgen de nuestra forma de ser y de afrontar las cosas. Somos como somos y por eso hacemos lo que hacemos. Buscamos una racionalización a corto plazo, una explicación que satisfaga nuestra necesidad de un sentido, y aunque lo encontremos en estas fórmulas sui generis en apariencia, el dolor permanece porque ese sentido se sabe (aunque sea inconscientemente) como impostado e irreal y falso. Esto es lo que analiza y critica «The Leftovers»: la improductividad de ir más allá de la vida a buscar un sentido que, en el fondo, sabemos se encuentra únicamente ante nuestras narices.

The LeftoversAdemás de mostrarnos la destrucción y reconstrucción dolorosísima de los personajes -elemento dramático principal de la primera temporada-, otra de las fórmulas utilizadas para hacernos llegar este mensaje es la de la desacralización. A todas estas vías de escape “más allá de la vida” se las coge por los cuernos y se las analiza, destripa y exhibe en sus más recónditos aspectos. De forma que se nos advierte de a dónde conducen todos sus senderos: a la insatisfacción, al desconcierto, al dolor… a todas esas emociones y pensamientos de los cuales se quiere escapar y a los cuales se acaban regresando una y otra y otra vez. Pues es imposible encontrarle alivio a la vida más allá de sí misma.

Las formas de acometer estas desacralizaciones son tan diversas como poderosas. Con la religión se opta por partir de sus simbologías más reconocibles: se juega con la Sagrada Familia, con la pureza a través de la Paloma, con el renacimiento a través del Cordero de Cristo (que quita los pecados del mundo), con la resurrección a través de Kevin Garvey y su relación extravagante con la muerte, incluso con la validez de la palabra de Dios a través de los Libros de la Biblia y la capacidad contemporánea para completar y desarrollar esas escrituras a partir de personajes y sucesos actuales. Se juega con esta simbología, desarrollando todo su significado, para acabar por llevarlo a un lugar mundano y reconocible, a mostrarnos lo obvio: que una familia no es más que un constructo social con sus problemas y sus cuitas, que un cordero es un animal que puede quedarse enganchado en las vallas, o que una paloma mensajera no hará otra cosa que volver a su casa por mucho que creamos que volará mediomundo para entregarle un mensaje nuestro a cualquier desconocido.

The LeftoversUna fórmula similar, aunque menos respetuosa, se utiliza con las fórmulas pseudoreligiosas: los abrazos sanadores, los diálogos mediados con el más allá… En estos casos la desacralización se realiza mostrándonos a personas, bien sin escrúpulos o bien con buenas intenciones, pero en todo caso incapaces de conseguir cumplir alguna de sus promesas. No se trata ya de llamarles farsantes o aprovechados, pues en algún caso se llega incluso a quemar el dinero que los clientes ofrecen a cambio de esa presunta satisfacción, sino simplemente de mostrar cómo esta es también una vía destinada al fracaso. Nuevamente, la satisfacción existencia no se podrá encontrar más allá de lo existente.

El nihilismo tiene, quizás, el desarrollo desacralizante más interesante de todos. La secta “Culpable Remanente” desarrolla también toda una liturgia propia para identificar y mostrar su mensaje al mundo: ropajes blancos, silencio sepulcral, un cigarro siempre en la boca, duras exhibiciones de cinismo delante de las personas más dolorosamente afectadas por La Ascensión… En su interior, una jerarquía y una convivencia con ritos muy próximos a las órdenes monacales, en la primera temporada, o a las sectas más beligerantes, en la tercera temporada. Un conjunto de ritos equiparables, nuevamente, a la religión católica y a los ritos cristianos. En este caso se añade un factor a mayores que, aunque presente también en otras etapas de la Iglesia Católica, no hace aquí acto de presencia: el uso de la violencia como método para imponer a cualquier precio sus creencias a los demás. Más lógico aquí su uso si cabe pues, ante la creencia de una vida sin sentido, el fin de la existencia no es más que una forma de ponerle fin al tiempo perdido.

The LeftoversFinalmente, la ciencia encuentra un sitio. En la tercera temporada, Nora Durst investiga a un extraño grupo de científicas que le prometen una forma de ir allá a dónde han ido sus dos hijos, para volver a reunirse con ellos. Únicamente deberá pasar un cuestionario, similar a los que ella tantas veces hizo a los demás en su trabajo, y lo conseguirá. Independientemente del sentido de la máquina, de quién la hizo y de cómo lo consigió -algo que, sin duda, sería capital en otras series-, aquí se nos destaca únicamente la profunda insatisfacción que esta forma de sanar su dolor tiene también para Nora. La ciencia tampoco consigue que ese dolor existencia, esa angustia desaparezca.

El mensaje de la serie resuena entonces con claridad. Por un lado, se nos insiste en lo obvio: no hay más que Lo Real que nos rodea y nos moldea. Por otro lado, se nos invita a vivir la vida en vez de escapar de ella, a afrontar los sucesos (por duros y sin sentido que sean) en vez de evitarlos. En un final hermoso, desconcertante como siempre, pero en el que destaca la actitud sonriente y vital de una Laurie Garvey devastada al principio de la serie.

Conclusión

«The Leftovers» no es una serie al uso. Para quien la ve resulta desconcertante, por veces incomprensible, y siempre retadora. No es un universo sencillo de asimilar, porque aquello que le da sentido a ese contexto no existe, y porque desde el segundo uno entramos de lleno en un contexto donde solo existen personajes profundamente heridos y muy dolidos por lo que les pasó. A partir de aquí, sin certezas por ningún lado, el espectador debe crear su propio sentido, posicionarse, decidir si esos personajes merecen su comprensión y su solidaridad o no. Un esfuerzo emocional activo que afecta a quién lo ve, pero que no todo el mundo está dispuesto ni a hacer ni a asumir sus consecuencias.

Por esto mismo, «The Leftovers» ha sido desde su concepción una serie para audiencias pequeñas, pero significativas, dispuestas a dejarse llevar por unos personajes excelsamente interpretados y con oportunidades constantes de dar lo mejor (o lo peor) de sí mismos. Esta es su mejor baza y por esto mismo será recordada por quiénes la hemos visto por mucho tiempo.

Un capítulo imprescindible

T1 Capt. 6: “Guest”, “Invitado”

No solo es el mejor de la serie sino también uno de los mejores capítulos dedicados al dolor humano en la historia de la televisión. El protagonismo absoluto de Nora Durst y una interpretación memorable de Carrie Coon que te deja destrozado y sin aliento. La serie merece la pena solo por el desarrollo de este personaje, sin duda el más icónico de la serie por su humanidad, su complejidad y, claro, su extraordinaria interpretación.

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Fco. Martínez Hidalgo
Filólogo, politólogo y proyecto de psicólogo. Crítico literario. Lector empedernido. Mourinhista de la vida.

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