Fascinante y delirante neonoir, rebosante de elementos surrealistas, personajes extravagantes y giros argumentales inesperados.

Hace cuatro años, David Robert Mitchell aportó algo más que un soplo de aire fresco dentro del cine  de terror con It follows, brillante ejercicio de deconstrucción y destilación de las esencias del género con el que se ganó la admiración y el respeto de público e industria. Mitchell, un director inquieto y de imaginación hiperactiva, vuelve ahora con una película absolutamente distinta a su predecesora, pero en la que se pueden apreciar algunos de los elementos característicos de su sello personal.

Andrew Garfield es Sam, un joven desempleado a punto de ser desahuciado del apartamento en el que vive en Los Angeles. Un día conoce a una atractiva vecina con la que parece que va a haber algo más que una simple amistad, pero ella desaparece misteriosamente dejando su apartamento vacío, unas extrañas marcas en la pared en forma de rombos y una foto.  Sam inicia su búsqueda al mismo tiempo que un misterioso asesino de perros aterroriza al vecindario. Nuestro protagonista seguirá una serie de pistas absolutamente aleatorias y a tener encuentros con personajes extraños y estrafalarios, colándose en fiestas privadas que son un auténtico muestrario del lado oculto y bizarro de la ciudad y elaborando teorías conspiraniocas absolutamente desquiciadas que… resultan ser ciertas.

Lo que oculta Silver Lake es una auténtica montaña rusa argumental, un viaje delirante en el que no paran de pasar cosas y aparecer personajes alejados de lo convencional en una trama que apunta en mil direcciones a la vez, sin que el espectador sepa por dónde va a tirar a continuación. Todo ello regado con una buena dosis de referencias pop a los 80 y los 90. La película recuerda a grandes rasgos a El gran Lebowski: como en la obra maestra de los hermano Coen,  parte del noir clásico de reminiscencias chandlerianas, pero yendo un paso más allá (o unos cuantos) en lo que se refiere a los elementos decididamente surrealistas, acercándola más a  Puro vicio de Paul Thomas Anderson.

Estamos por tanto ante una película imprescindible para que los que hayan disfrutado con las películas anteriormente citadas o para aquellos interesados en un cine que, sin dejar de ser puro entretenimiento, se adentre en terrenos extraños y nada convencionales.

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