Última noche en el Soho

“Última noche en el Soho”, la película más reciente de Edgar Wright, está tan llena de estilo y música, y es tan visualmente portentosa como podría esperarse de un trabajo del director británico.

La protagonista de este thriller psicológico es una joven apasionada por la moda y enamorada de la estética sesentera, Eloise (Thomasin McKenzie), que se traslada a Londres para estudiar diseño. El film establece muy pronto que sus habilidades van más allá de lo artístico, y que lo que en su vida tranquila en el campo se antoja manejable, puede no serlo en el Soho, donde las luces brillantes de la gran ciudad proyectan sus sombras más alargadas.

Por las noches, en su cuarto, mientras el resplandor de los neones se cuela por la ventana y uno de sus vinilos gira en el tocadiscos, Eloise es capaz de trasladarse a otro tiempo y otra vida. Se convierte en testigo, y a veces partícipe, de las experiencias de Sandie (Anya Taylor-Joy), una deslumbrante aspirante a cantante.

Última noche en el Soho

A McKenzie y Taylor-Joy las acompañan, entre otros, Matt Smith (como el manager de Sandie, Jack) y la gran Diana Rigg (Sra. Collins), en el último papel de su carrera, ya que tristemente falleció en 2020.

Las interpretaciones, más que convincentes, y una atmósfera embriagadora hacen que nos adentremos sin problemas en la trama. Una suerte de «Midnight in Paris» (2011) fantasmal e inquietante. Los límites entre sueño y realidad se difuminan en una historia vibrante, que pasa de la fantasía onírica al horror y del encanto idealizado de los 60 a su lado más turbio y perverso. Lo sobrenatural se mezcla con lo mundano, el glamour con lo sórdido. El resultado es cautivador, aunque, a medida que pasan los minutos, la inverosimilitud del argumento se hace más patente. Además, la agudeza del guion no es la suficiente para ocultar las señales que anuncian a bombo y platillo sus giros.

El suspense generado con tanto acierto al principio se va desinflando a la vez que intuimos sus respuestas. Adivinar las sorpresas es más fácil de lo que debería, basta con eliminar lo obvio, aquello que se nos empuja a creer. Lo que queda, pues, es la verdad. Es de agradecer cuando una historia premia la atención al detalle del espectador, pero no puedo evitar la sensación de que estos detalles estaban demasiado a la vista, contando con que el resto de elementos distrajeran lo bastante.

Última noche en el Soho

En cualquier caso, el giro final de “última noche en el Soho” presenta problemas que van más allá de si podemos o no predecirlo. Invierte los papeles de tal manera que corre el riesgo de justificar acciones despreciables en su afán por condenar otras y así subvertir expectativas. No se trata de simple ambigüedad moral, pues se sugiere un intercambio de roles completo. Las implicaciones del mismo resultan incómodas e inapropiadas, dados los temas que se abordan.

Tanto es así que el film, aparentemente consciente de la posible interpretación de su narrativa, frena en seco y trata de revertir su propia transformación. Esto denota una falta de rumbo, de decisión, un cambio de idea de última hora. Una vez la sorpresa ha perdido efecto, la película da marcha atrás, como recalcando que esto no era lo que quería decir, sino aquello que parecía decir al principio… Al final, no está claro que tuviese algo que decir en absoluto.

“Última noche en el Soho” es vistosa en la forma, pero banal en contenido. Pierde la oportunidad de reflexionar sobre la cosificación de la mujer e, incluso, la salud mental. No obstante, nada de esto le resta capacidad para entretener y encandilar. Su personalidad y elegancia, su manejo de los tiempos y la tensión, así como una Anya Taylor-Joy magnética, hacen casi inevitable dejarse llevar.

 

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