Portada de "Las cortes inmortales" de A. M. Strickland, ilustrada por Tim Byrne y Marcie Lawrence.
Portada de "Las cortes inmortales" de A. M. Strickland, ilustrada por Tim Byrne y Marcie Lawrence. | Fuente: Fantasymundo.
Portada de "Las cortes inmortales" de A. M. Strickland, ilustrada por Tim Byrne y Marcie Lawrence.
Portada de «Las cortes inmortales» de A. M. Strickland, ilustrada por Tim Byrne y Marcie Lawrence. | Fuente: Fantasymundo.

Un recorrido voluble por las emociones humanas más viscerales, desde la intensidad venenosa del odio, la frialdad atenazante del miedo y la paz de un amor que madura y se solidifica. Las cortes inmortales es la primera novela de la autora de dark romance A. M. Strickland en ser traducida al español. Ha llegado de la mano del sello Puck con la traducción de Francisco Vogt.

Nada como un ritual de selección para poner a los protagonistas con el cuerpo del revés. Y Fin no es la excepción. Cada año, una serie de elegidos mortales acaban en el camino del Corazón de las Cortes para convertirse en futuros vampiros o en comida. A Fin no le hace gracia ninguna de las dos opciones, pero se ofrece voluntaria igualmente para poder salvar a la chica de la que está enamorada.

Queriendo aferrarse a su humanidad con uñas y dientes, sin importar cuánto le crezcan los colmillos, Fin está decidida a aprovechar la oportunidad para cumplir el único deseo que ha tenido en la vida: aprender a asesinar a cualquier vampiro para poder vengar a su madre. Sin embargo, son otros asesinatos lo que mantienen a Fin con el corazón en un puño y mil conclusiones apresuradas que pueden devorarla tan rápido como un vampiro con sed de sangre.

La formación de los proyectos de vampiro tiene lugar en el propio Corazón de las Cortes, el epicentro de las enormes e infranqueables instalaciones de gobierno de los vampiros. Que Fin y compañía tengan que aprender en «una academia para vampiros» es, definitivamente, una elección a hacer.

Que te seleccionen a dedo para comerte o volverte una de ellos en base a si superas un puñado de clases teóricas y prácticas es, de nuevo, toda una elección. Sobre todo porque los acontecimientos suceden mientras el mundo está embarcado en un sistema feudal. Al menos no tienen que llevar uniformes. Punto para Strickland.

La novela se sumerge en dicho sistema de poder para dar peso a la gestión territorial humana y vampírica. Aunque haya reyes y emperadores humanos, en la cúspide de todo siempre están los vampiros.

Semejantes a dioses bajo un manto de estrellas perpetuo, han ido cobrando el poder y la presencia de deidades desde su aparición. Como los humanos no tienen acceso a armas de destrucción masiva ni teléfonos móviles, les funciona a las mil maravillas. Enfrentarte a un vampiro da miedo. Enfrentarte a un vampiro con apenas una estaca y una oración aprendida a medias es una pesadilla.

Aún así, ese contexto y el mundo que se esconde tras las puertas oscuras del epicentro de la actividad vampírica es absorbente. Desdibuja con facilidad lo que ocurre fuera de Las Cortes. El mundo mortal, tal cual lo dibuja Fin en las primeras páginas, desaparece. Aún cuando ella trata de aferrarse a lo que considera que es su humanidad.

Los personajes son enigmáticos, con múltiples capas por descubrir a lo largo de todo el libro. El único elemento que se mantiene inalterable es la cabezonería de Fin. Eso es permanente, para bien o para mal.

Los personajes y las complicadas relaciones entre ellos mutan todo el tiempo en base a las nuevas revelaciones, hipótesis y dudas surgen. Muchas veces es difícil ver venir el giro. Uno esperaría que, con la inmortalidad, la gente se volviera más rígida de carácter. Pero la autora toma la decisión de ir en dirección contraria. Otro punto para Strickland.

Utilizar la atemporalidad y la poca humanidad de los vampiros para abrazar la diversidad y el cambio constante es una de las mejores decisiones del libro. La autora las aprovecha para alejarse de las restricciones morales de los mortales basadas en constructos sociales y religiosos que no tienen más utilidad que limitar al individuo y beneficiar a los poderosos. De esta forma, Las cortes inmortales se aleja de la imagen del vampiro perpetuo e imperturbable y la cambia por la de una entidad vinculada al mundo.

El final no terminó de convencerme. Faltaron explicaciones previas y contexto de peso que hicieran que todo lo que ocurre en el clímax y el cierre tengan pleno sentido, en lugar de dejar detrás una sensación hueca y apurada. Aún así, el viaje por el que se sumerge el lector es interesante, chispeante. Igual que una aventura bajo las estrellas.

Carolina de León
Periodista, camarógrafa y escritora. Con muchas historias que ver, relatos que escribir y memorias que vivir.

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