Por un flanco, las pseudociencias avanzan camufladas, disfrazadas de falsa Ciencia, y por tanto irremediablemente abocada al fracaso y a la frustración. Mientras que, por el otro flanco, las religiones y los credos aprovechan estas falacias y engaños para criticar a la Ciencia y erigirse ellas en alternativa. De esta forma, poco a poco, ante el estupor de los propios y la incredulidad de los extraños, la Ciencia ha ido abriendo espacios y dejando huecos a la superstición, a la fe y/o a la estupidez. Un proceso decadentista consolidado y acelerado por la velocidad de las comunicaciones; por la mezcla de los códigos comunicativos de ciencias y pseudociencias y credos; y por la extraordinaria competencia y habilidad de los predicadores del engaño para extender la confusión y la mentira.

A esto hay que añadir la propia naturaleza crítica de la Ciencia, y cómo el debate lógico existente en el seno de lo científico, a la hora de plantear y demostrar hipótesis, se retuerce malévolamente con la intención de hacerlo pasar por un cambalache, una changa, una estafa de unos pocos. El peligro de permitir que este mensaje cale es que, tras la relatividad de las conclusiones científicas, se esconden los peligros ciertos de obviar sus certezas y verdades.

Ante este proceso de acoso, la Ciencia está ahora reaccionando. Entre su arsenal se encuentra, por supuesto, la divulgación científica: una herramienta eficaz para deshacer entuertos. Y aunque en las nuevas tecnologías todavía quedan muchos/as divulgadores/as por llegar, entre los actualmente presentes hay dos nombres que brillan con una luz propia y especial: Richard Dawkins y Daniel C. Dennett. Un biólogo y un filósofo. Ambos amarrados con fuerza al darwinismo, a la Teoría de la Evolución, al hecho de que desde lo más simple -y a través de la prueba y el error-, la vida puede hacerse más compleja, puede afrontar retos más difíciles y, por supuesto, puede encontrar soluciones adaptativas eficaces a todos los cambios del entorno.

Un subtítulo elocuente: “La evolución de la mente”.

En este nuevo ensayo de Daniel C. Dennett (USA, 1942) dos son los temas fundamentales: la teoría de la evolución y, en concreto, la evolución de la mente. Es decir, (1) comprender cómo el ser humano ha llegado hasta aquí y, al mismo tiempo, (2) comprender cómo somos capaz de ser entenderlo (siendo la única especie inteligente de nuestro planeta, con las herramientas mentales para conseguir este objetivo). Puede parecer que dos objetivos son pocos, pero teniendo en cuenta la densa y gruesa capa de falsas creencias, clichés, engaños y equivocaciones que recubren a estos dos objetivos, conseguirlo no es moco de pavo.

Para ello Dennett utiliza un método eficaz: ir desde lo más sencillo hasta lo más complejo, enfrentándose primero -y de forma directa- con los clichés y las falsas creencias, para a continuación enfrentarse -de forma indirecta- a todas esas teorías que se engarzan y dependen de las falsas creencias para asentarse y avanzar. Los ejemplos son variados, incluso se utilizan varios diferentes para explicar lo mismo, de forma que la comprensión de un concepto o una idea pueda permitirnos seguir nuestro camino. Dennett se preocupa por el didactismo, pero sobre todo lo hace por la comprensión. No se trata solo de utilizar ejemplos ingeniosos u originales, sino también lo suficientemente eficaces como para ser comprendidos: resolviendo dudas y removiendo creencias anteriores por Ciencia nueva.

El primer gran enemigo es el “diseño inteligente”: una estupenda campaña de rebranding para camuflar la idea de Dios, para convertir a la voluntad creadora en una abstracción ininteligible, válida para todo tipo de credo y cultura. Esta traslación de significantes ha tenido otra consecuencia interesante: ha conseguido contraponer la creación-evolución en términos de superioridad-inferioridad (¡¿cómo va lo inferior a ser capaz de crear algo tan excelso y perfecto como la vida?!). Pues bien, Dawkings y Dennett, cada uno desde su punto de vista -y ambos desde Darwing-, intentan demostrar que sí es posible, y no solo eso, sino que el origen de la vida ha sido así, comenzando desde lo más sencillo y evolucionando hasta lo más complejo. El uso de la preposición no es baladí: un “hasta” denota solamente dirección, mientras que si dijésemos “hacia” añadiríamos una voluntad de llegar desde un punto hasta otro que la evolución, en sí, no tiene.

Para comprender este paso fundamental, Dennett utiliza la metáfora de “la competencia sin comprensión”: ser capaces de hacer algo sin ser conscientes de qué hacemos, para qué puede servirnos o porqué lo hacemos. Como un ser vivo que gatea o que da sus primeros pasos, lo hace sin preguntas ni respuestas, plenamente libre, desprovisto de condicionamientos o limitaciones. El simple “hacer” abre ya las puertas a la adaptación (al entorno) y al cambio, y cuando todos los posibles caminos de adaptación han sido probados, se ha optado por la mejor solución, y esta se consolidado y pasado a ser innata en las generaciones siguientes, se llega “hasta” la evolución. Un proceso extraordinariamente lento, ineficiente, pero siempre eficaz a la hora de asegurar el principal objetivo de cualquier forma de vida: sobrevivir.

En la otra cara de la “competencia sin comprensión” se encuentra la evolución de la mente. Porque, aunque sí es verdad que podemos hacer cosas sin su comprensión (las especies animales y las plantas lo hacen todo el tiempo), ello no excluye a la voluntad creadora; quien pudo en su superioridad haber diseñado el “huevo de pascua” en nuestra programación para desarrollar estas capacidades ajenos incluso a cualquier otra implicación (casi igual que los robots, excepto por nuestra materia orgánica).

Aquí es cuando la explicación de la evolución de la mente se vuelve fundamental. En el aspecto biológico, ya la “superioridad” creadora se ve anulada cuando observamos el diseño caótico y espasmódico del cerebro humano (no olvidemos que esa superioridad es, además, en cuanto divinidad camuflada, perfecta e infalible). Pero Dennett va más allá. Busca demostrar cómo el proceso de comprensión ha ido evolucionando a la par de la vida, a partir de un concepto tan polémico como básico en nuestra sociedad contemporánea: se trata del concepto de “meme”. ¿Qué es un “meme”?, ¿puede el “meme” extenderse igual que una forma de vida cualquiera?, ¿contagiarse como un virus?, ¿condicionar nuestras vidas como una bacteria?. Es más, ¿es el “meme” una forma de vida”? Y si lo es ¿cómo funciona?

Aquí establecemos otro punto de diálogo entre Dawkins (creador del concepto de “meme”) y Dennett. Diálogo basado en el acuerdo de ambos sobre la capacidad del “meme” para conquistar y colonizar mentes, expandirse y crecer; hasta el punto de conformar estructuras básicas de nuestro pensamiento y, por extensión, de nuestra capacidad de observar y comprender el mundo. Si esto es así, igual que tenemos en la célula el punto de partida de la vida, abríamos encontrado también el punto de partida de la mente, la puerta de acceso a la comprensión y la inteligencia. Dos estructuras, orgánicas y físicas (por cuanto el “meme” residiría en la red neuronal) cuya evolución conjunta y colaborativa habrían llevado a la evolución humana hasta el punto en que ahora nos encontramos.

Conclusión: divulgación para la evolución y para la esperanza.

Con ‘De las bacterias a Bach. La evolución de la mente’ (Pasado & Presente, 2017) estamos ante un ensayo de divulgación científica de muchos quilates. Obra fundamental en este momento crucial para el futuro de la Ciencia, donde el acoso de la superchería, acelerado y potenciado por las facilidades a su alcance pretende poner en jaque a la base de los avances que más alto y más rápido han catapultado a la especie humana. Cuando la confusión pretende cubrirnos los ojos de tinieblas, pensamiento riguroso y accesible, acompañado de una explicación comprensible y amable, como la de Daniel C. Dennett es siempre una herramienta inestimable al servicio tanto de las mentes más inquietas como del progreso más beneficioso para el conjunto de la humanidad.

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Fco. Martínez Hidalgo
Filólogo, politólogo y proyecto de psicólogo. Crítico literario. Lector empedernido. Mourinhista de la vida.

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