El pasado febrero Roca Editorial publicaba “Voz”, de Christina Dalcher. Ciencia ficción feminista ambientada en un mundo donde las mujeres solo pueden decir cien palabras al día. Solo cien palabras al día.

Con semejante premisa (y la promoción que la editorial realizó en redes sociales bajo el hashtag #100palabras), el libro no podía sino suscitar mi interés. ¿Cómo justificaría la sociedad planteada por la autora el silencio de la mitad de la población?

La respuesta, os aseguro, quema y aterra al mismo tiempo.

Pero empecemos por el principio. “Voz” nos narra el día a día de Jean McClellan, quien hace tan solo un año era una respetada neurolingüista en el apogeo de su carrera, y ahora ha sido reducida a un ama de casa silenciosa. Porque Jean, como el resto de las mujeres de este Estados Unidos alternativo (incluida su hija de seis años), solo puede pronunciar cien palabras por día. Una más, y una terrible descarga eléctrica recorrerá su cuerpo.

Esta es solo una de las tantas medidas del nuevo gobierno conservador para silenciar a la mitad femenina de la población, que ya no puede leer ni escribir, tener ingresos propios ni trabajo fuera del hogar.

Pero cuando el hermano del presidente sufre un accidente que le produce afasia (un trastorno de la parte del cerebro que controla el lenguaje), a Jean le devuelven la voz y el derecho a trabajar para que continúe investigando la cura de este.

Es en el laboratorio donde se dará cuenta de que está siendo utilizada, y de que los planes de silencio del gobierno van mucho más allá de lo que parece.

Voz” comienza con la narración cotidiana de la vida de Jean. A través de ella y de numerosos flashbacks, iremos descubriendo poco a poco las limitaciones que tienen las mujeres en el mundo que la autora nos plantea, y cómo ha podido llegar la sociedad estadounidense a someterse a las aparentemente ridículas nuevas normas del gobierno.

Son la rabia y la preocupación al comprender las respuestas a estos interrogantes los que enganchan tras las primeras páginas de lectura. Rabia por el tratamiento injusto que reciben las mujeres en el libro; preocupación por la facilidad y la naturalidad con la que llegaron a dicha situación.

La obra muestra sin tapujos su marcado feminismo, sus ideas políticas y una crítica recurrente a quienes no participan de la vida política de su comunidad. Porque en el mundo de Jean McClellan, como en el nuestro, guardar silencio cuando aún se podía hablar tuvo un alto precio.

No obstante, pasada la mitad de la novela la trama cambia un poco de rumbo. Deja la cotidianeidad y las miserias de las mujeres estadounidenses en un segundo plano para centrarse en algo más grande, más general. Pasa de la ciencia ficción feminista a una especie de thriller político. Aunque continúa siendo interesante, pierde parte de la potencia que la rabia y la indignación del lector le otorgaban. Y culmina en un final que se siente, quizás, demasiado apresurado.

Una lástima en un título con una buena premisa y unos personajes sólidos y bien construidos, cuyas relaciones son, de hecho, bastante interesantes, hasta el punto de sostener la atención del lector en la segunda mitad de la lectura.

Una lectura que, a pesar de atragantarse por momentos con tanto flashback, resulta fluida y rítmica gracias a la personalidad de su narradora en primera persona y a la buena cantidad de diálogo.

Con “Voz”, Christina Dalcher construye un trasfondo no solo creíble si no, como ya he dicho previamente, preocupante. Lo suficientemente cerca de nuestra realidad como para hacer reflexionar a los lectores sobre los derechos de la mujer y el movimiento feminista.

Y quizá esa sea la principal cualidad del libro, la razón por la que recomendaría su lectura (además de por resultar una historia interesante). Y aún más en los tiempos que corren. Porque en nuestra sociedad aún nos queda mucho camino por andar, muchos cambios que hacer, y afortunadamente todavía tenemos voz para reclamarlos.

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Cris Carou
Profundamente enamorada de las historias y de cualquier formato que sirva para contarlas (especialmente el papel). Cuando no estoy creando mis propios mundos de fantasía, analizo y reseño los de los demás. Admito dragón como animal de compañía.

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