Este relato en torno una partida clandestina de póquer es una breve obra maestra de la literatura búlgara. Aunque su autor, desafortunadamente, quizá sea más conocido fuera de su país por lo literario de su muerte en Londres —que parece sacada de las páginas una novela de espías— que por su obra.

 

Es esta la primera novela que leo de un autor, Georgi Márkov, sobre cuya vida —o, por ser preciso, sobre cuya muerte— he leído bastante.
Su asesinato sobre el puente de Waterloo en Londres, a manos de un agente del régimen comunista del dictador Zhivkov, es uno de los episodios más famosos de la Guerra Fría. Un crimen de novela o de película de espías.

Markov era un disidente que vivía exiliado en la capital británica desde finales de los años sesenta. Allí alzaba su voz, como colaborador en diversos medios, en un activismo ferozmente critico con la dictadura de su país natal.
Un día, al cruzarse con desconocido, sintió un pinchazo en la pierna. Se lo habían propinado con un paraguas que escondía un mecanismo de aire comprimido. El pinchazo introdujo en su cuerpo un pequeño proyectil esférico. Una minúscula bolita que liberó en su interior un veneno letal: ricina.

Recientemente, Ediciones Siruela ha traducido por primera vez al castellano una de las obras más populares de Márkov. Se trata de la novela corta Retrato de mi doble, y su traducción ha corrido a cargo de Viktoria Leftérova y Enrique Gil-Delgado.

 

«Para ser honesto del todo, debo admitir que de ahí en adelante descubrí un nuevo enfoque y empecé a aplicarlo de forma exhaustiva: la libertad de admitir solo aquellas verdades que me conviniesen.
Era todo un lujo sacar a la luz la trola más repugnante (y ventajosa), que no se tragaría ni el tipo más tonto del mundo, y endilgársela al personal. He comprobado que al menos la mitad de la gente te creerá si te mantienes firme.»

 

La trama de Retrato de mi doble transcurre en una sola noche, en un solo escenario y con solo cuatro personajes. Narra una partida de póquer, una timba clandestina en un piso de la Sofía comunista de los años sesenta.
Un juego de tahúres en el que nadie, o casi nadie, juega limpio. Y en el que el narrador, compinchado con otro de los jugadores, desarrolla un plan urdido para desplumar a otro.

El relato de la partida de póquer, con su atmósfera cargada de astucia y tensión, resulta emocionante. Y el autor sabe rematar bien la faena, culminándolo con un desenlace previsiblemente inesperado, valga el oxímoron.

Pero es en el monólogo interior del protagonista que la narra donde radica el verdadero interés de esta novela. El retrato, cínico y descarnado, que hace de sí mismo y de sus compañeros (y rivales) de mesa resulta tan fascinante como demoledor. Un retrato que es también, por extensión, el de la sociedad búlgara de aquellos años, sometida al yugo del totalitarismo soviético.

 

«Genádiev había sido un temerario miembro del movimiento comunista clandestino, capaz de aventurarse en las acciones más peligrosas, que se había cargado personalmente a un buen puñado de tipos y que, en resumen, había sido un verdadero héroe. Me contaron historias tan espeluznantes que empecé a fijarme en él con más atención y a comprender la razón de su presencia en nuestro cuarteto. Resultaba evidente que ganar no tenía ninguna importancia para él. Lo que buscaba era la emoción. La obtenía en las batidas de caza y jugando a las cartas.»

 

Observador privilegiado de la sociedad, dada su condición de periodista, el narrador disecciona con frialdad desprejuiciada toda su hipocresía, su doblez y su blanqueada —una labor, la de blanqueo, a la que él mismo se entrega cínicamente, sin remordimientos— podredumbre moral.

Algunas de las frases que dedica a los demás, y hasta a sí mismo, resultan verdaderas sentencias acerca de la naturaleza humana. Apetece subrayarlas.

Me ha parecido ésta una novela dos veces buena, y la he leído de dos tirones, lo que dice algo del ritmo con el que ha sido escrita (y traducida).
Pasando cada página como quien echa una carta sobre un tapete de juego, en una partida de póquer con el autor.

 

«Un olor a pólvora impregna la partida. En realidad ahora empieza el auténtico gran juego, las últimas rondas. Quien dé un paso en falso no podrá recuperarse sin la ayuda de la Providencia. Nos acechamos unos a otros, con crueldad y desconfianza; los faroles son ocasionales; no hay leones, sino que solo quedan hienas y chacales. Esta hora precisa resulta más extenuante que cualquier trabajo intelectual hasta el punto de hacer que la cabeza dé vueltas. También es el momento en el que nos marcamos las trampas más descaradas, puesto que nuestra atención sobrecargada a menudo nos traiciona.»

 

Muy bien editado en cartoné por Siruela, se trata de un libro breve, al filo de las cien páginas.
Gloria Gauger es la respnsable del acertadísimo diseño gráfico de la cubierta.
En ella reina un solitario As de picas, conocido como «el naipe de la muerte». Naipe como los de la partida de póquer de la novela; muerte como la que encontró Márkov en un puente.

 

Georgi Márkov (Sofía, 1929-Londres, 1978) era ya un famoso escritor cuando en 1969 abandonó Bulgaria y comenzó a trabajar para el World Service de la BBC y otras emisoras del mundo occidental. Convertido en la más crítica voz de la disidencia, resultó muy pronto incómodo para el gobierno de Tódor Zhívkov. Tras dos intentos fallidos y con el asesoramiento del KGB, fue asesinado por envenenamiento con ricina, tras recibir un pinchazo con un paraguas junto al puente de Waterloo.

Puedes comenzar a leer este libro aquí  y puedes encontrarlo aquí.

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Fran Sánchez
Lector, conversador, escribidor.«Reading maketh a full man; conference a ready man; and writing an exact man.» (Francis Bacon)

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