Una deliciosa antología que reúne las no tan terribles fechorías de un no tan malvado grupo de villanos literarios de la era del alumbrado de gas

 

Villanos

 

En esta esperada recopliación de relatos policiacos de las épocas victoriana y eduardiana el maleante es el protagonista

Durante muchos meses he estado esperando que llegara a las librerías este libro, avanzado en el catálogo editorial de Ediciones Siruela dentro de su Biblioteca de Clásicos Policiacos. Una espera que ahora puedo decir mereció la pena.
Villanos victorianos. Una antología vale su peso en diamantes, de esos que tanto aparecen en sus páginas cambiando de manos.

Y es que esta recopilación de relatos policiacos —aunque tentado estoy de inventar aquí el término «ladronciacos»— que ha llevado a cabo Michael Sims, un viejo conocido de Fantasymundo, viene a llenar un hueco en la biblioteca de todo aficionado al género.
Y a subsanar una omisión llamativa en la oferta editorial, donde no abunda precisamente la narrativa policial desde el punto de vista del delincuente de la era del alumbrado de gas. Esos caballeros ladrones y simpáticos estafadores que en su época (entre mediados de la década de 1890 y principios de los años veinte del siglo pasado) gozaron de gran popularidad entre los lectores de las revistas que publicaban sus aventuras por entregas.

«Solo pude decirle que estaba en la naturaleza de Raffles ser terco y hermético, pero que no conocía a ningún otro hombre que tuviese la mitad de su audacia y determinación, y que yo, por mi parte, confiaba en él por completo y lo dejaría obrar a su manera. No me atreví a decir más…»

                    (La posesión es lo que cuenta, de E. W. Hornung)

 

Una docena de relatos de una docena de autores

Cada uno de los doce relatos (alguno de ellos es, en realidad, un fragmento de una historia más larga) recogidos en esta antología va precedido de una breve pero completa biografía de su autor. Son los siguientes:

  • El episodio de los gemelos de diamantes, de Grant Allen (1848-1899)
  • Los diamantes de la duquesa de Wiltshire, de Guy Boothby (1867-1905)
  • La posesión es lo que cuenta, de E. W. Hornung (1866-1921)
  • El misterio de los quinientos diamantes, de Robert Barr (1849-1912)
  • Una comedia en la Costa Dorada, de Arnold Bennett (1867-1931)
  • Historia de un secreto, de William Le Queux (1864-1927)
  • La cátedra de Filantromatemáticas, de O. Henry (1862-1910) 
  • Fortuna-Rápida Wallingford, de George Randolph Chester (1869-1924)
  • La gallina ciega, de Fredrick Irving Aanderson (1877-1947)
  • El espía de diamantes, de William Hope Hodgson (1877-1918)
  • El paseo de los sauces, de Sinclair Lewis (1885-1951)
  • Jane Cuatro Cuadros, de Edgar Wallace (1875-1932)

«Como confesó el encargado cuando lo interrogaron, el americano lo había sobornado antes para que dejara abierta esa puerta lateral y permitiera que el hombre escapase por la entrada de mercancías, así que el rufián no había aparecido por el bulevar en absoluto y, por tanto, ninguno de mis hombres lo había visto…»

         (El misterio de los quinientos diamantes, de Robert Barr)

 

Villanos simpáticos y aventureros, no criminales sanguinarios

Aunque en las páginas de este libro el protagonismo recaiga en los que se mueven al margen de la ley, no tema el lector encontrarse admirando a un villano malvado y sanguinario. Es por eso que en ellas aparece —entre otros nombres no tan conocidos— el caballeroso Raffles, pero no el despiadado Fantomas.

Ladrones elegantes, estafadores astutos, timadores perspicaces, espías sofisticados… sí. Matones, secuestradores, terroristas, asesinos… no.
En el amable y reconfortante —y nos gusta así a los lectores de sillón de orejas— mundo imaginario donde transcurren las andanzas literarias de estos personajes no hay lugar para la violencia.

«A la historia del secreto no le faltaba su lado divertido.
Antes de entrar en París, después de nuestra rápida carrera desde Marsella tras el asunto de la joyería, nos habíamos detenido en Melun, más allá de Fontainebleau… »

                           (Historia de un secreto, de William Le Queux)

 

El villano sería yo si no recomendase esta antología

¿Te gusta el género policiaco y detectivesco de una época en la que los avances científicos aún dejaban margen a la labor de deducción, cuando el ingenio humano —nuestras células grises, parafraseando a un belga bajito y bigotón— aún prevalecía sobre la máquina?
¿Te caen simpáticos los granujas corajudos que se salen con la suya ante el sistema y las convenciones sociales, quienes los tachan de «villanos»?
Pues este es tu libro.

Eso sí, una advertencia: cuidado con las malas influencias. Algunos de esos villanos son tan carismáticos que puedes sentirte tentado de emularlos y pasarte al lado oscuro.
Recuerda aquello que decía una canción, no te vaya a pasar a ti: «Luché contra la ley y la ley ganó».

«En el espacio que el cuadro había ocupado, o más bien sobre la pared detrás de ese espacio, estaba la marca de Jane Cuatro Cuadros.
Parece ser que los guardas no perdieron la calma. Uno fue directo al teléfono y llamó a la comisaría más cercana…»

        (Jane Cuatro Cuadros, de Edgar Wallace)

 

Una impecable edición en cartoné para unas historias que, en muchos casos, fueron publicadas inicialmente en revistas de relatos de la época

Hay algo de justicia poética en que este muestrario de relatos —publicados muchos de ellos inicialmente en revistas, que ofrecían las aventuras de sus personajes por entregas, y reunidos en volúmenes después— sea ahora objeto de una edición impecable, como esta de Ediciones Siruela (igualmente impecable la traducción de Raquel García Rojas, por cierto)

Todo en doscientas cincuenta páginas encuadernadas en cartoné negro, como es preceptivo en la Biblioteca de Clásicos Policiacos. Y una ilustración de cubierta magnética, soberbia, cuya elección hay que agradecer a Gloria Gauger.

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Fran Sánchez
Lector, conversador, escribidor.«Reading maketh a full man; conference a ready man; and writing an exact man.» (Francis Bacon)

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