Si creías que ya lo habías visto todo en cómics ambientados en la Segunda Guerra Mundial, EMET viene a patearte esa certeza con una historia que mezcla historia alternativa, misticismo judío, horror sobrenatural y acción pulp sin pedir permiso. No es otro relato de soldados y trincheras: es una ucronía retorcida donde los nazis, obsesionados con el ocultismo, intentan invocar fuerzas que ni entienden ni controlan. Y en el centro de ese delirio está el Golem, criatura ancestral hecha de barro y palabra, símbolo de protección… y de destrucción.
Una historia que se atreve con lo impensable
La premisa de EMET es tan atrevida como adictiva: ¿y si el Tercer Reich hubiera logrado dar vida a un ejército de golems para conquistar Europa? Himmler, retratado aquí como un fanático místico más que como un político, lidera un proyecto secreto que busca manipular la Cábala y los textos sagrados hebreos para crear armas vivientes. Pero lo que empieza como una operación científica pronto se convierte en una espiral de horror, traición y consecuencias imprevisibles.

Lo más interesante es cómo el cómic no se queda en la superficie del “nazis con monstruos”. Hay una exploración profunda del concepto de creación: ¿quién tiene derecho a dar vida? ¿Qué ocurre cuando el barro cobra conciencia? ¿Y si el verdadero monstruo no es el Golem, sino quien lo moldea?
Personajes que respiran barro, culpa y fuego
Aquí no hay héroes de mandíbula cuadrada ni villanos caricaturescos. Los protagonistas son científicos atrapados entre la ética y la supervivencia, soldados que dudan, rabinos que resisten desde la sombra, y criaturas que no deberían existir. El Golem, lejos de ser una simple máquina de guerra, tiene momentos de introspección que rozan lo poético. Hay una escena —no la spoilearé— donde el Golem se enfrenta a su propio nombre, emet (“verdad” en hebreo), y lo que significa llevarlo grabado en la frente. Brutal.

Himmler, por su parte, es retratado con una mezcla de frialdad y delirio. No es solo un nazi: es un hombre que cree estar tocando lo divino, y esa arrogancia lo convierte en algo más peligroso que cualquier monstruo.
La atmósfera es densa, casi pegajosa. Hay desesperación, hay pecado, hay momentos donde el horror no viene de lo sobrenatural, sino de lo humano. Y eso es lo que hace que EMET funcione: no se apoya solo en el espectáculo, sino en el peso emocional de sus personajes.
Arte que golpea y envuelve
El dibujo de Paco Zarco es una joya rara. Tiene algo de cómic americano —poses exageradas, acción explosiva— pero también mucho del manga más oscuro, con encuadres que parecen sacados de Berserk o Blame!. Las escenas de combate son brutales, coreografiadas con una energía que te obliga a detenerte en cada viñeta. Pero también hay momentos de calma, de contemplación, donde el trazo se vuelve más sutil, más íntimo.
El color de Jorge Salón es el complemento perfecto: tonos apagados, sombras que parecen respirar, y una paleta que nunca cae en lo fácil. Hay barro, sangre, fuego y ceniza, pero también luz, esperanza y momentos de belleza inesperada. Es un trabajo que entiende que el terror no siempre es oscuro: a veces, lo más inquietante ocurre bajo una luz blanca y fría.
Una lectura que deja huella…
En lo personal, EMET no es solo un cómic de acción. Es una reflexión sobre el poder, la creación, la fe y el límite entre lo humano y lo divino. Me ha recordado bastante, en muchas cosas, a Hellboy, pero también al mítico El Golem de Gustav Meyrink (novela recomendadísima si os gusta el género). Emet es una obra que se atreve a mezclar géneros, estilos y referencias sin perder su identidad.
… y obligatorio para vuestra colección
EMET es una rareza poderosa, una historia que mezcla lo pulp con lo metafísico, lo histórico con lo fantástico, y lo hace con una ambición que se agradece. No es para todos los públicos, y no pretende serlo. Pero si os gustan los cómics que te sacuden, que te hacen pensar, y que no tienen miedo de mirar al abismo… este te va a dejar marcado.
























