Happy! Primera temporada

Las navidades son rojo sangre, torturadores le hacen la pedicura a ancianitas a las que secuestran y el héroe principal de la historia es un matón a sueldo que tiene por sidekick indeseado a un ingenuo e hiperactivo unicornio volador azul. Así es “Happy!”, un cuento de navidad explícitamente violento que hará las delicias de los fans del gamberrismo.

El año pasado la cadena norteamericana SyFy estrenaba una serie de ocho episodios que se salía un poco de lo que suele producir: “Happy!”, un drama policiaco basado en un cómic con guion de Grant Morrison que, como imaginaréis aquellos que conocéis al autor de la obra original, dista de ser ordinario y comedido. La premisa de la serie que tratamos es la siguiente:

Nick Sax (Christopher Meloni), un policía caído en desgracia con graves problemas de salud que arrastra un historial de violencia y desafección hacia el género humano y ahora malvive como asesino a sueldo, descubre un secreto peligroso en uno de sus trabajos que pone precio a su cabeza. Mientras huye tanto de los mafiosos como de la policía de la ciudad—encabezada por su excompañera, Meredith (Lili Mirojnick), una detective corrupta y fría con su propio drama familiar a cuestas—, conoce a un perseverante, ruidoso e imaginario unicornio parlante llamado Happy (Patton Oswalt) que le perseguirá incansable hasta que Nick acepte ayudarle a rescatar a una niña, Hailey (Bryce Lorenzo), de las garras de un Santa Claus perturbador.

Happy! Primera temporada

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Pues bien, esta historia, que realmente arranca en el segundo episodio—el primero es una presentación de la premisa y los personajes principales que realmente peca de ser poco representativa del tono de la serie y demasiado lenta de ritmo—, nos va a llevar por un recorrido de ritmo frenético lleno de acción y drama, con fuertes dosis de humor negro como el carbón y sangre y entrañas desperdigadas por doquier—la violencia es muy visual, rápida y recreativa— en varias historias paralelas.

La primera y fundamental, el camino que Nick inicia desde el desinterés absoluto hasta el compañerismo a muerte junto a Happy en su aventura primero para escapar de la ciudad y luego al regresar allí para rescatar a Hailey: es una historia sobre la redención y la amistad. Otra de las historias es el drama paralelo, maternofilial, entre Meredith y Amanda (Medina Senghore); la primera, una hija que se siente atrapada por el peso de una madre que no puede valerse por sí misma; mientras que la segunda es una madre desesperada por recuperar a su hija a cualquier precio: es una historia sobre la valentía y la fortaleza ante la adversidad y el miedo. La tercera pata de esta mesa, y puede que la menos importante y menos desarrollada de ellas, es el señor Blue (Ritchie Coster) y su familia mafiosa: una historia sobre lo que significa una familia, el amor familiar y su ausencia ante el puro interés material. Por último, la cuarta pata de esta mesa, que resulta ser el tema general y constante que lo impregna todo—y que encuentra su narración a través de Happy, Hailey y el Santa Claus— es el paso entre la infancia y la madurez: cuándo dejamos de soñar con héroes y hadas, y qué hace que dejemos de hacerlo.

En realidad, aunque la serie es bastante directa y busca la diversión absoluta y rápida, reflexiona ligera pero astutamente una serie de temas más serios y maduros. Y aunque muestra muchas miserias humanas y es abiertamente cínica, desprende un aire optimista hasta el final.

Happy! Primera temporada

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Este carrusel navideño de disparos, apuñalamientos y locura corre tirado por un casting de actores sólidos que son sutiles cuando han de serlo y, mucho más a menudo, melodramáticos y extravagantes cuando la serie se pone más barroca, exagerada o surrealista. Destacan sobre todos ellos Ritchie Coster, Joseph D. Reitman (el Santa maligno) y Bryce Lorenzo; y un poco por detrás de este trío, Debi Mazar (Isabella, la hermana de Blue), que podría haber entrado en el top de no ser por su papel más secundario. Pero el resto del elenco es sólido y convincente, con indiferencia del oportuno histrionismo que algunos demuestran.

Técnicamente la serie también tiene un aprobado sobrado. No es excesivamente original ni innovadora, pero está bien realizada y bien montada. Los escenarios, la luz y el color usados guarda una uniformidad constante, aunque a lo largo de esos ocho episodios veamos entornos y situaciones de lo más variadas. En general, es una atmósfera oscura—nocturna y de interior— y de tonos cálidos y saturados, salvo en algunos exteriores más fríos que se prodigan mucho menos. Muchos de esos interiores están extremadamente poco iluminados, lo que seguramente disimula una repetición de ciertos espacios genéricos—además de generar tensión—; pero otros interiores, paradójicamente sobreiluminados, son usados de tal manera que generan mucha más tensión que los más oscuros a base de planos cortos o desenfocados. Visualmente, aunque muestra la violencia sin tapujos, crea cierto desasosiego a base de simples insinuaciones.

Por último, la música seleccionada es un popurrí de temas navideños de tono variado—uno de los cuales seguro que arrancará la sonrisa a algunos por estos lares— que contribuye por su parte a darle intensidad y matices a los diferentes estados emocionales de los personajes.

Happy! Primera temporada

En definitiva, si te gustan los espectáculos que, sin ser descerebrados, son burros como ellos solos y buscan la diversión sincera en un festín de violencia sin repercusiones—pero sin por ello renunciar a mantener una historia simple y bien escrita, ni a volverse reflexiva de vez en cuando—, “Happy!” es la serie que estás buscando. Así que busca a tus amigos—imaginarios o no—, ármate con un buen arsenal de chucherías y prepárate para disfrutarla durante las casi cinco horas y media que dura la serie, disponible en nuestro país a través de Netflix.

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Patricia Suárez
Ciencia ficción, fantasía, suspense, misterio, aventuras... En cualquier formato y en cualquier lugar. Redactora de Cine y TV, con ocasionales incursiones en otras secciones, aspiro a ser bibliotecaria: porque los bibliotecarios molan. Los arqueólogos también, pero me gusta más el papel.

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