Custodia compartida: o como con picardía se saca partido de una familia disfuncionalImaginaos, amigos lectores: por un lado una madre en plena crisis de los cuarenta, materialista, manirrota, neurótica y obsesionada por vivir unos “nuevos veinte” sin preocuparse por envejecer con un poco de dignidad; y por la otra un padre de tendencias hippies, ecologista, vegetariano acérrimo, un tanto débil de carácter, bienintencionado pero un auténtico desastre y bastante calzonazos… y, en medio de ese caos, su hija Custodia, una niña más lista que lso ratones colorados y que, pese a su corta edad, demuestra tener más sentido común que sus sufridos progenitores. ¿Cómo no tenerla, si tu cuota de bienestar depende de ello?
   
¿Y quién es el creador de este personaje de mente preclara y diabólico ingenio? Pues el sevillano Pablo Velarde, que firmaba estas páginas satíricas con el seudónimo “Judas”, ya que como tal se sentía un poco al crear las historias de esta su tercera creación para “El jueves” basándose en su experiencia y la de varios conocidos suyos “cuyos matrimonios y parejas iban causando baja”, según sus propias palabras. Aun así, “Custodia compartida” es una muestra de humor de situación descarnado y tremendamente gracioso a la par que cruel.
   
¿Humor gracioso y cruel? Sí. Imaginad a una niña que, ante las distintas cuchilladas que se lanzan sus padres a través de ella, desarrolla un curioso instinto de supervivencia y un talento para detectar los puntos flacos en el comportamiento de sus progenitores para conseguir tanto que le hagan un poco de caso como lograr de ellos lo que necesita. ¡Incluso sacar partido de ello llegado el caso! Porque Custodia no es una niña al uso: tiene los impulsos de una niña corriente, incluso muestra buen corazón, pero su peculiar situación le ha hecho desarrollar una astucia fuera de serie: sabe desviar la atención cuando es necesario, y conoce perfectamente cuál es el punto débil de sus padres… ¡Incluso el de sus potenciales nuevas parejas! Una niña entrañable con un punto de capo mafioso, pero sin mala intención.
   
Custodia compartida: o como con picardía se saca partido de una familia disfuncionalY no nos olvidemos de sus tribulaciones en el colegio: los maestros no terminan de empatizar con la niña, y no están preparados para ganarse su atención. También es curioso que Custodia parece llevarse sólo bien con Marquitos, un alumno de integración con necesidades educativas especiales; y con Osama, un chaval musulmán que parece ser el personaje que más empatiza con ella. ¡Y no nos olvidemos de cierta vecina durante el verano que parece proceder de noble cuna y que tiene hasta guardaespaldas! Una, digamos, peculiar “amistad impuesta” por las circunstancias.
   
Porque, veamos: se olvidan de ella, la envían a sitios equivocados, la llevan a lugares que no le gustan con la excusa de que “es lo mejor para ella”, no la prestan la suficiente ayuda con los deberes, la emplean de correveidile, no le consultan sobre sus rollos sentimentales. De hecho, no la entienden, y tampoco chacen por entenderla. ¿Qué puede hacer una cría dentro de ese ambiente? Lisa y llanamente, aguzar el ingenio.
   
Antes de que nadie se eche las manos a la cabeza ante lo políticamente incorrecto que es el planteamiento de este cómic, le sugiero que respire hondo y piense con la cabeza fría: “Matilda”, de Roald Dahl, es considerado como un cuento infantil y, sin embargo, destila mala uva por todos sus poros, y la situación que vive la niña protagonista no es muy diferente a la de Custodia… ¡Si la termina adoptando su maestra porque sus padres pasan de ella cosa mala! Por lo demás… ¿Qué me decís de la mordacidad de Mafalda? De acuerdo, su familia es una familia de clase media la mar de normal. Pero Mafalda sale irónica y contestataria y, a veces, genialmente cruel. Custodia no va más allá de lo que estas dos obras citadas marcan, aunque sus aventuras están plasmadas de manera poco apropiada para los más pequeños de la casa. Que son historias de “dos rombos”, vaya.
   
Custodia compartida: o como con picardía se saca partido de una familia disfuncionalSin embargo, las situaciones que presentan las ágiles historias de Custodia, cada una de una página, son de un llano y cotidiano que asusta. ¿Exageradas? ¿Paródicas? ¿Hasta qué punto, amigos lectores? Lo que hace grande a esta obra es la posibilidad de que esas situaciones pudieran ser totalmente verosímiles. Nos reímos de lo esperpénticas que parecen, pero a la vez nos estremecemos porque perfectamente podemos imaginarlas. ¿O a nadie le ha pegado un corte un niño alguna vez con sus inocentes, pero a la vez lógicas y perturbadoras respuestas? ¿Y acaso nadie ha vivido o sido testigo de los tira y afloja de las parejas separadas con los hijos por medio sin, a veces, pensar en su bienestar?
    Lo que tenemos entre manos, en las 190 páginas de esta obra encuadernada en rústica con solapas, es un reflejo de una de las situaciones más características y comunes de nuestro tiempo, un testimonio, quizás un punto exagerado, del calvario que muchos padres separados sufren y de cómo afectan a los hijos. ¿Cruel? Quizá ¿Necesario? Sí. ¿Por qué no? ¿No es una situación asumida dentro de nuestra sociedad? ¿Por qué no se puede jugar con ella igual que se ha jugado con tantas otras previamente?
   
Custodia compartida: o como con picardía se saca partido de una familia disfuncionalPero, antes de responder a esa pregunta, analicemos brevemente el aspecto formal de la obra: el dibujo es simple, pero muy expresivo, y refleja muy bien el arquetípico carácter de los diferentes personajes. Observamos también evolución en el desarrollo gráfico del dibujo a medida que avanza la historia. No es sorprendente: es el mismo estilo que ha usado ya en obras como “Quintín Lerroux” o “Porca miseria”. Así que en lo que al estilo del autor respecta, no hay nada nuevo bajo el sol. Los guiones son ágiles y desenfadados, pero con una proverbial mala uva que hace que el humor de esta serie sea tan accesible para el lector. Porque sí, amigos lectores, no podréis evitar el soltar una carcajada al mismo tiempo que os echáis las manos a la cabeza ante lo atroz de las situaciones representadas.
   
Como extras, simplemente trae un prólogo de mano de Edgar Cantero, compañero historietista en “El jueves” y, también, novelista. Del texto de la contraportada se encarga J.L. Martín, antiguo editor de “El jueves”, y de la solapa interior del anverso se encarga So Blonde, otra compañera de la revista, también escritora e historietista.
   
Sin embargo, sí encuentro un pequeño “pero” en esta publicación: pese a que el lomo está encolado y cosido, y haberlo leído con sumo cuidado (como, por otra parte, hay que leer todas las publicaciones en rústica), me quedé con las páginas 39 a 42 en la mano. Y eso solo en la primera lectura. Quiero pensar que se debe a un defecto puntual –no creo que sea generalizado en toda la tirada-, pero recomiendo tratarlo con cuidado.
   
Por lo demás, he disfrutado mucho de la lectura de estas historietas. Así que, si lees esto y eres mayor de 18 años, y no tienes miedo de un humor ingenioso e irreverente, hazte con él. Pasarás un buen rato, garantizado.

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