Eimear McBride

Algo se mueve en la narrativa contemporánea, cuanto menos, a la vista de los autores que, cada vez más, se atreven a jugar con la voz narrativa, a experimentar con la novela y sus costuras canónicas, para presentarnos nuevas y atrevidas propuestas. De entre las más recientes, nos ha interesado sobremanera la de Eimear McBride (Liverpool, Inglaterra, 1976) en su retadora obra: «Una chica es una cosa a medio hacer» (Impedimenta, 2020). Un texto exigentísimo con el lector, especialmente en sus primeras páginas, en cuanto su giro más llamativo es la mímesis en el estilo de la presunta inmadurez, fuerte expresividad y potencia lingüística de su voz narradora y personaje principal. Así es como consigue presentarnos a una joven voz femenina, a medio camino entre la adolescencia y la adultez, como nunca hasta ahora se había leído.

En cuanto al estilo, el resultado es original sin duda. La voz narradora no solo va sofisticándose de forma paralela a como el personaje que la sostiene, en primera persona, va avanzando en la vida y adquiriendo nuevas experiencias; de forma progresiva en cada una de las cinco partes en que la novela se divide. Sino que, además, junto con la voz, el mismo texto va madurando en su construcción, coherencia interna y claridad expositiva. El lector avanza con el personaje no solo a nivel emocional sino también textual, transformando paulatinamente su comunicación con ella, readaptando constantemente el esfuerzo lector a su cambio y a su progreso; en una experiencia lectora inédita tanto para mí como para, supongo, quién quiera asomarse a estas páginas.

A nivel gráfico, este cambio supone también un gran salto. Pasamos de un texto aparentemente fragmentario, con mayúsculas y signos de puntuación fuera de sitio, con frases a medio terminar, que nos obliga a ser intérprete activo de su voluntad comunicativa, a una comunicación cada vez más resonantemente clara y diáfana. Así, el esfuerzo interpretativo inicial va dejando sitio a la comprensión a medida que la trama se va desarrollando, volviéndose progresivamente más dura, más áspera, más fría. De forma que, cuanto más necesitamos meternos en la historia, es justo cuando la trama nos abre sus puertas con un estilo más próximo al lector, permitiéndonos así una inmersión total en la historia de esta joven desconcertada, amargada y atormentada.

Para construir este soberbio personaje principal, McBride sí emplea técnicas más clásicas, manejadas, eso sí, con pulso e inteligencia. Entre ellas destaca la de los polos de tensión narrativa: los dos puntos contrapuestos, totalmente polarizados, entre los cuales la voz narradora debe manejarse, como una equilibrista, a lo largo de la historia, transmitiéndonos así el vértigo, la fragilidad y la importancia de lo que le sucede.

Portada de Una chica es una cosa a medio hacer, de Eimear McBrideEn este caso, aquí tenemos al sexo y a la religión católica como estos dos polos, representados cada uno por su personaje secundario. El sexo lo encarna un hombre mucho más mayor que ella, con quién tiene su primera experiencia sexual, y cuya relación personal va madurando poco a poco hasta convertirse en una parte fundamental de su mundo. Por el otro lado, la religión católica está encarnada por su madre, una mujer adulta profundamente traumatizada por un marido que la abandonó y por un hijo enfermo (ambiguamente construido sobre la base de algún problema cognitivo), cuya obsesión por el credo religioso no es, si no, la forma desesperada de reorganizar y enfrentarse a una vida inasumidamente hecha añicos y en la que su hija es, simple y desgraciadamente, otro obstáculo más.

Como punto de descarga para ella, su hermano, ese jovencillo de personalidad difusa, con permanentes problemas en su relación con los demás, necesitado de una aprobación y una reafirmación constante y que, progresivamente, va siendo la referencia en la vida de su hermana.

Con estos mimbres, «Una chica es una cosa a medio hacer» se nos presenta como un retrato vívido, original y retador sobre el tránsito desde la última infancia a la adultez de una joven irlandesa. Además, por su contexto personal y social, este personaje no solo alcanza un impresionante grado de precisión en sus matices, sino que además consigue presentarnos a través de su historia un retrato descarnado, crudo, y desalmado de la sociedad irlandesa. Donde tras los supuestos tabús erigidos por la moral pública, aparentemente religiosa y mojigata, se esconde una realidad de fondo donde el sexo y la violencia, a los demás y a uno/a mismo/a, son las vías de escape para unas frustraciones reprimidas que, en cierto sentido, también nuestra joven representa de forma plena.

Tal es el reto que supone «Una chica es una cosa a medio hacer» (Impedimenta, 2020) que, sin duda, no es un libro para todo el mundo. Tampoco es una lectura placentera, pues el trasfondo es el de la crítica social ácida, dura y con (muy) pocas vendas. Pero sí es para las personas que quieran una experiencia lectora inédita, exigente, original e inteligente, con un planteamiento tan sagaz con bien llevado en todo momento, y que consigue construir una voz narrativa de inusitada fuerza y personalidad, tanta, que proyecta su sombra incluso sobre el conjunto de la sociedad a la que pertenece. Tal es el reto que tardó años en encontrar editor pero que, una vez lo tuvo, corrió como la pólvora hasta llegar a nosotros en una estupenda, y nada sencilla, traducción de Rubén Martín Giráldez.

Dicho esto, ¿aceptas el desafío?

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Fco. Martínez Hidalgo
Filólogo, politólogo y proyecto de psicólogo. Crítico literario. Lector empedernido. Mourinhista de la vida.

1 COMENTARIO

  1. Impactante, sinuosa, dura y difícil digerir… una lectura exigente tras la cual no serás la misma persona. Otra maravilla de Impedimenta, para variar. Muy de acuerdo con la reseña.

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