Post Mortem: Nadie muere en Skarnes

No se puede confundir el humor con la estupidez, y esta serie lo hace. El humor es algo demasiado serio como para tomárselo a broma. Por eso, cuando se hace comedia sin intentar hacerlo bien lo que sale es, precisamente, ‘Post mortem: nadie muere en Skarnes’ (Netflix, 2021). Una serie aburrida, de chiste fácil y mal hilado (alguno tan malo que hiela el gesto), con una trama gris y sin tensión, a la que solo la salvan las gracietas funerarias y mortuorias esporádicas, los diálogos entre los dos policías (secundarios, por cierto), y el esfuerzo de la producción porque, por lo menos, el tiempo pase rápido y con alguna dignidad.

Como otras tantas veces, el piloto consigue resultar original y el punto de partida de la trama presentaba un potencial enorme: una mujer, Liv (interpretado por Kathrine Thorborg Johansen), aparece muerta en medio de un prado en Skarnes (Noruega), los dos policías comprueban la muerte y llaman a la funeraria Hallangen, a la llamada acude Odd (Elias Holmen Sorensen) con la suerte de que éste descubre que la muerta es, precisamente, su hermana. Se llevan el cadáver, lo depositan en el centro médico, comienza la autopsia y de repente… Liv comienza a gritar. Algo extraño pasa y, por en medio de la explicación, además, ronda un misterioso secreto familiar.

‘Post mortem: nadie muere en Skarnes’ es un intento de comedia negra sin gracia a la que se le agota pronto la gasolina de calidad

El problema es que, a partir de aquí, el punto original pero ciertamente no extraordinario (lo hemos visto ya otras veces) en que se basa la premisa principal de la serie, abandona progresivamente el humor negro y la sorpresa para ir cayendo, cada vez más, en el cliché, la broma simplona y la estupidez.

Ni siquiera los pocos momentos de tensión dramática resultan convincentes. Y, como siempre, en medio de esta tensión vacía, tienen que aparecer los dos policías de Skarnes, los mismos que sabían lo muerta que estaba Liv y lo sorprendente (y extraño) de su resurrección, para devolvernos algo de la vis cómica de calidad de la que la serie está tan falta.

Reinert (Andrè Sorum) y Judith (Kim Fairchild) son dos policías antitéticos. Reinert se toma su trabajo en serio e intenta ser concienzudo en su investigación, mientras que Judith está tan marcada por las experiencias frustrantes y los recortes que ha adaptado ya un cinismo que contrasta muy bien con Reinert. De hecho, sus escenas son las mejores con diferencia, se complementan ambos perfectamente en sus interpretaciones, la química del dúo es estupenda y sus diálogos tienen las líneas más cuidadas. Lástima que este recurso se agote.

El conjunto adolece de tener muy pocos momentos de tensión dignos de tal nombre

Pero estos esporádicos chispazos de calidad cómica contrastan, llamativamente, con los hermanos Hallangen y sus intrascendentes líneas dramáticas. Liv y Odd jamás transmiten ni siquiera una pizca de la misma compenetración, sus diálogos se sienten estereotipados y forzados, y sus tramas personales no alcanzan en interés ni a una décima parte de la de los policías. Ambos personajes están escandalosamente desaprovechados. Liv no pasa de una persona extraña cuya personalidad no se desenvuelve adecuadamente, pareciendo más una persona rara que otra quién pasa por una profunda crisis personal. Momento de crisis al que tampoco es ajeno Odd, heredero de un negocio familiar acosado por las deudas, pero que no se atreve aún a contarle lo grave de su situación a su encantadora mujer Rose (Sara Khorami), sin que esta crisis se perciba con la adecuada tensión.

A esto debemos añadir el hecho, definitivo, de que la trama es cada vez más ridícula cuanto más negra intenta volverse. La segunda mitad de la serie es, en este sentido, una muestra clara de lo que no tiene que hacerse manejando la dramedia: con escenas forzadas, diálogos inadecuados y personajes cada vez más imprecisos. En este sentido, el pulso de la dirección, compartida por Harald Zwart y Petter Holmsen, se percibe dubitativo y confuso sin que tengamos claro en momento alguno de hacia dónde nos quieren llevar.

‘Post mortem: nadie muere en Skarnes’ (Netflix) es un intento de comedia negra sin gracia a la que se le agota pronto la gasolina de calidad, quedándonos después con un montón de clichés y escenas mil veces vistas que se gestionan aquí con entre poca y ninguna gracia. Con escasos momentos hilarantes o interesantes, el conjunto adolece de tener muy pocos momentos de tensión dignos de tal nombre volviéndose, con cada capítulo que pasa, más y más aburrida, hasta resultar un ejemplo desgraciadamente perfecto de cómo un pésimo guion repleto de rellenos artificiosos y de agujeros sin sentido puede malograr una historia con potencial.

Menos mal que son solo seis episodios de, aproximadamente, cuarenta minutos cada uno que si no…

Nota: 4/10

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Fco. Martínez Hidalgo
Filólogo, politólogo y proyecto de psicólogo. Crítico literario. Lector empedernido. Mourinhista de la vida.

4 COMENTARIOS

    • La verdad, a la serie le alabo esa cierta originalidad, pero también el desarrollo de la trama llega un momento en que se cae totalmente. No diré que es una basura, lo que vi aprovechable lo disfruté, pero apuntaba más alto al principio…

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