Tengo la suerte de conocer a varios dibujantes e ilustradores entre mis amigos. Gente con ideas estupendas, con trabajos impecables, que lucha con desigual fortuna intentando sacar adelante sus proyectos. Muchos de ellos se arrastran por las editoriales con un tesón digno de admiración.
Este artículo va por ellos, y por todos los que intentan hacerse un hueco en este mundo tan apasionante como desagradecido.
Leer cómics no es suficiente
La mayoría de los que leéis esto habréis sido grandes lectores de cómic desde jóvenes. Hemos aprendido a amar este medio conocido como el noveno arte, y eso nos permite apreciar que no se trata solo de “dibujos sobre un papel”. Hay un método, una composición, una forma de distribuir las viñetas, de marcar el ritmo, de contar con imágenes y silencios.
Ser lector no te convierte en autor, pero sí te hace consciente —aunque sea de manera intuitiva— de que el cómic sigue sus propias reglas. Y esas reglas se pueden aprender.
El primer paso: atreverse a intentarlo
En este momento, nuestro aficionado al cómic ha dado el primer paso: ha sido capaz de captar, aunque superficialmente, el sentido que la idea y la forma tienen en un tebeo: la primera se refiere a la transmisión de los contenidos de la historieta, que a través de los dibujos y el texto adjunto consigue hacer llegar su contenido al lector, y refiriéndose la segunda al formato en el que esa idea ha llegado al lector… En este caso, la historieta en sí.
Y, pongamos por caso que entre todos esos aficionados hay alguno que se flipa con la historieta recién leída y toma la decisión de intentar profundizar en ello… Toma sus lápices, agarra los ejemplos de sus dibujantes preferidos y empieza a practicar, y practicar, y practicar… Hasta que consigue un resultado que le satisface. Piensa que ha alcanzado un nivel comparable al de un profesional del medio, y prepara un portafolio con todos sus trabajos de muestra para ir a las editoriales a buscar su hueco, y… Aquí viene el primer gran obstáculo y un enorme batacazo.
Las críticas no tardan en llegar: fallos de anatomía, mala composición, viñetas confusas, diálogos de más o de menos, planos mal elegidos. Ese trabajo que sus amigos alababan se desmorona en pocos minutos. Muchos se quedan aquí, con la moral por los suelos.
El que persiste, avanza
Pero el verdadero dibujante no se rinde. Toma nota de cada crítica y sigue adelante.
Estudia a los grandes maestros del género, mejora su técnica, se empapa de anatomía, aprende composición, diseño, narrativa visual… Algunos incluso se matriculan en Bellas Artes o dan clases de dibujo. Con el tiempo, logra un nivel técnico impecable y rehace su portafolio con orgullo.
¿Y ahora sí? No del todo.
Quizás ahora le reconozcan su esfuerzo, pero lo más probable es que le critiquen su falta de experiencia narrativa o su exceso de influencia de otros autores. Los más hábiles tal vez consigan un trabajo en un estudio, o colaborando con un dibujante de renombre. Y aunque eso ya es un logro, muchos sentirán que no es suficiente.

¡Pero el auténtico dibujante de cómics vocacional no se rinde ni rendirá jamás!
De momento ha conseguido empezar a dibujar y conseguir un nivel de destreza más que aceptable… Y el puesto de segundón no le satisface suficiente, así que intenta dar un paso más allá: es consciente de que su fallo está en la composición de las historias, luego intenta eliminar esas carencias… Investiga sobre sus autores favoritos, lee incansablemente, aprende a dosificar el ritmo, los sentimientos, el suspense… Aprende a desarrollar los temas, y… ¡Bingo! Añade a todas las destrezas adquiridas la habilidad de poder y saber estructurar sus historias. Es en este momento donde, muy posiblemente, consiga que se publique algo con su nombre, pero no necesariamente algo “suyo”.
Es en este punto donde nos encontramos el trabajo de tanto magnífico dibujante que publica sus historias bajo la cabecera de algún conocido personaje… Todos los dibujantes de plantilla de Marvel y DC, por ejemplo. Son creadores capacitados, grandes narradores, gente que ha conocido el éxito a través de su trabajo y que llegan a ser internacionalmente reconocidos, pero… ¿Acaba aquí el camino?
Un camino que nunca se acaba
No todos los artistas pasan por las mismas fases ni en el mismo orden, pero el camino casi siempre es duro.
Como muestran obras fundamentales como las de Will Eisner o Scott McCloud, abrirse paso en el mundo del cómic exige más que talento: requiere perseverancia y capacidad de aprendizaje constante.
Hoy existen más oportunidades que nunca: webcómics, blogs, redes sociales, crowdfunding… pero sin esfuerzo y dedicación, ninguno de esos caminos lleva muy lejos.

Lo que está claro es que el llegar a ser dibujante de cómics no depende únicamente de saber dibujar monitos resultones o, incluso, de ser un fabuloso ilustrador… Sino que requiere muchísimo esfuerzo y estudio minucioso: has de planificar la historia, ajustarla a un guión bien estructurado y que mantenga el interés, planificar las viñetas, el tipo de dibujo, reunir documentación que te ayude a aportar la atmósfera que quieres dar, saber expresar lo que quieres que el lector vea… Y adaptarlo a tu estilo de manera verosímil de forma que llegue al público. Es un proceso que nunca termina y que requiere cabezonería y perseverancia.
¿Quieres llegar a ser dibujante de cómics? Persevera, trabaja, estudia, trabaja, practica, trabaja, mejora, trabaja, trabaja, trabaja… Nunca has de dejar de hacerlo y, ante todo, no pierdas el tesón ni la ilusión por lo que haces.
Para profundizar sobre este tema, os recomiendo dos libros de cabecera que os ayudarán a abrir los ojos con respecto a todo lo que hay detrás de un cómic y que han servido de base a este modesto trabajo:
-“Cómo se hace un cómic: el arte invisible”. Scott McCloud. Ediciones B. 1995
-“El cómic y el arte secuencial”. Will Eisner. Norma Editorial. 2007
Originally posted 2013-06-11 20:43:34.






















