Historia de una noche en la vida del compositor Lorenz Hart, meses antes de su muerte por complicaciones de una neumonía, que perfila un retrato del personaje, con sus luces y sus sombras.

Crítica de Hugo Mier Calleja.

El 31 de marzo de 1943 se estrena el musical Oklahoma!, de Hart y Rodgers. Hart, disgustado con la calidad de su creación, escapa del teatro y se refugia en un bar cercano, tentando a su alcoholismo y departiendo con el personal y los escasos clientes, haciendo gala de una verborrea exuberante e ingeniosa. Al finalizar la obra, los asistentes acuden al mismo local para celebrar el éxito del estreno. El hasta entonces exultante Hart mostrará una faceta más acomplejada e insegura, al tener que lidiar con sus iguales, colegas como Hammerstein o Rodgers, coautor de la obra, o con la deslumbrante joven de la está irremediablemente prendado (a pesar de los rumores sobre su homosexualidad) Durante el resto de la noche veremos a un Hart apocado intentando sacar adelante sus proyectos profesionales y sentimentales, lastrado por unas inseguridades patológicas que intenta enmascarar con humor y sarcasmo, pero que le llevan irremediablemente al autosabotaje, nublando el indudable talento de un genio que nos legó clásicos absolutos e incontestables.

Andrew Scott y Ethan Hawke en un fotograma de la película.

En Blue Moon, Linklater recrea una puesta escena eminentemente teatral, tanto que cuesta creer que no sea la adaptación a la pantalla de un libreto creado inicialmente para las tablas. En el centro de este escenario sitúa a un Ethan Hawke que es el alma y el eje de la película, en un papel que le permite lucirse como pocas veces en su carrera, apoyado por el maquillaje y unos trucajes, tanto digitales como tradicionales, que realmente hacen creer que Hawke ese ese tipo bajito y medio calvo con la actitud un náufrago buscando una tabla a la que aferrarse. No tengo ninguna duda de que esta será recordada como una de las grandes interpretaciones de su carrera, y se rumorea una nominación al Oscar.

El resto del reparto no se queda atrás, y se beneficia de un guion que equilibra sabiamente el peso de los personajes con respecto al protagonista. Al principio es el barman el que la da la réplica, moviéndose dentro del arquetipo del camarero comprensivo y atento, pero escapándose de él siempre que puede. El pianista, un soldado de permiso que sabe estar a la altura del ingenio de Hart y que atesora un amplio repertorio del que el protagonista se beneficia, pero que también sirve como réplica musical en momentos oportunos. Andrew Scott está simplemente perfecto en su papel de Rodgers, el titán del musical que, aún reconociendo el talento de su compañero, se siente lastrado por él.

Margaret Qualley afronta dignamente la interpretación del único personaje femenino con peso en la historia, ficticio y creado para la ocasión para aportar una capa más a Hart y ahondar en sus complejidades emocionales y su patetismo. Qualley lo defiende resaltándolo con presencia y carisma ante un protagonista que podría eclipsarla fácilmente. Simon Delaney encarna a un Hammerstein que trata de mostrarse comprensivo y solícito con Hart, aunque está claro que siente preferencia por Rodgers. Por último tenemos a Patric Kennedy como E. B. ‘Andy’ White, escritor y ensayista que es la única persona en toda esta pantomima a la que Hart puede considerar un igual, alguien con quien sentirse cómodo y relajarse. Una constelación de personajes que orbitan en torno a la figura central, complementándola y ayudando a perfilarla. A pesar de la prevalencia de Hawke, la película se siente como una obra coral en la que el protagonista no tendría ningún sentido sin el resto del reparto.

Blue Moon, película inaugural de este FICX, se erige, por lo tanto, como algo más que un retrato de Lorenz Hart. Es como una joya cuyo proceso de tallado se desarrolla ante nuestros ojos: nuevas facetas, nuevos brillos y matices van apareciendo en cada escena, con cada diálogo, cada aparición de un personaje, con cada plano. Pero no se trata de una joya deslumbrante, si no una en la que luces y sombras se complementan y que destaca precisamente donde se encuentran se dan sentido mutuamente. Quizá es ahí donde reside su perfección.

 

Natalia Calvo Torel
Escribo, transcribo y traduzco cuando no estoy aspirando pelos de mis gatos, aunque de verdad soy arqueóloga medievalista. Trabajo en la organización de la Semana Negra de Gijón y os cuento mis historias en Fantasymundo desde 2005. A veces logro que la pila de libros pendientes baje un poco, aunque necesitaré una casa nueva en breve. ¡Aúpa ahí!

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