Entre nosotras

Dos mujeres maduras bailan agarradas en un local mientras se escucha a Petula Clark cantar una versión en italiano (“Sul carro mio”) de su hit “I Will Follow Him” *. Ambas comparten un momento de intimidad rodeados de personas que no las conocen y es de las pocas veces que pueden mostrarse cómo son delante de un mundo que, por muy en el siglo XXI que estemos, no imagina una relación de amor entre mujeres si no son jóvenes. Pues Madeleine, “Mado”, (Martine Chevallier) y Nina (Barbara Sukowa) son pareja en secreto desde hace más de veinte años. Un amor secreto, pues Mado estuvo casada con alguien que no la trataba bien y no se atrevió, ya viuda, a decir a sus hijos, Anne (Léa Drucker) y Frédéric (Jérôme Varanfrain), que su vecina de rellano, la misteriosa señora Dorn, es su pareja; que ambas prácticamente viven juntas de puertas para adentro, manteniendo la ficción de que sólo son amigas cuando Mado recibe visitas; que han decidido vender sus casas e irse a vivir a Roma lo que les queda de vida; y que sí, que se aman apasionadamente, aunque nadie más lo sepa. Pero Mado no se atreve a dar el paso definitivo –vender el piso y confesar a sus hijos sus planes–, lo cual resulta incomprensible para una Nina que no rinde cuentas a nadie y que no tiene ataduras en esa ciudad francesa en la que siempre estuvo de paso. Pero cuando Mado sufre una embolia, pierde el habla y queda medio paralizada, todo se irá al traste y Nina se las verá y deseará para poder estar cerca de su amada: nunca un rellano será una distancia tan enorme para ambas.

El cine nos ha contado grandes historias de amor y de todas las edades, pero mostrar una relación que trasciende lo meramente lésbico (como si eso no fuera suficiente) y se convierte en una historia de amor entre dos mujeres que sólo con mirarse a los ojos se lo dicen todo, eso ya no es tan habitual; por ello que aplaudimos la audacia de relatar una historia que rompe tabús y estigmas, aunque estos sigan aún muy presentes en estos tiempos supuestamente modernos. Que su director, el guionista italiano Filippo Meneghetti –que debuta en el largometraje con esta película, escrita a seis manos en colaboración con Malysone Bovorasmy y Florence Vignon– rehúya lo facilón (e incluso lo morboso) y opte por la sutileza y los pequeños detalles para emocionarnos, e incluso perturbarnos en algunos momentos con un estilo que es más propio del thriller, nos gusta también. Aquí hay buenos mimbres.

Pues a medida que nos adentramos en los vericuetos de una historia tan íntima como es esta, percibimos muchos de esos pequeños detalles: el piso apenas amueblado de Nina, el ruido de una puerta que se abre cuando todo el mundo duerme, los dos cepillos de dientes en el lavabo de una señora que vive sola, el reloj en el aparador del salón que de pronto desaparece y que nadie preguntará qué fue de él (se vendió para ayudar al proyecto de irse a vivir a Roma), la cordial relación entre dos vecinas que a todo el mundo engaña, los secretos que no se desvelan en el seno de una familia, el rencor de un hijo ante la alegría de una madre viuda que apenas parece recordar a su difunto marido… Son detalles que jalonan un filme en el que el miedo a la soledad y al qué dirán está presente, una losa que cuesta llevar encima y que, por muy bien intencionados que seamos, nos cuesta aceptar, atenazados por nuestros prejuicios.

Póster de Entre nosotras«Entre nosotras» es una película que no busca edulcorar la realidad, sino que la muestra con las complicaciones del día a día. Y es que esconder un secreto no es fácil y mantener una ficción para tranquilizar a los demás (y que no juzguen), y no tanto a las protagonistas de esta bellísima historia de amor, tiene sus complicaciones. Luchar contra la incomprensión y el estigma, y más cuando no te imaginas que tu madre de sesenta y pico años ha mantenido una doble vida desde hace décadas. El filme, sostenido sobre todo por esas dos grandes actrices (Sukowa, especialmente) que brillan con su fragilidad o su rabia, deviene un perenne recuerdo de que aún queda mucho camino por recorrer para “normalizar” algo tan natural como es una historia de amor. Una película, por cierto, que será la representante francesa en los Oscars atípicos de este 2021.

*Ya me disculpará el respetable pero desde que Whoopi Goldberg dirigió una versión de este clásico en Sister Act (Emile Ardolino, 1992), y en presencia nada menos que del Papa, uno ya no puede evitar imaginarse a un grupo de monjas bailongueras siempre que la escucha; por cierto, una película en la que Maggie Smith esboza algo parecido a una sonrisa.

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Óscar González
Historiador, profesor colaborador y tutor universitario, lector profesional, cinéfilo, seriéfilo..

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