La serie de She-Hulk (o Hulka en España) prometía ser algo diferente desde que fue anunciada. Ahora, con los nueve capítulos que forman su primera temporada ya disponibles en Disney+, podemos confirmar que lo es. Esta comedia legal superheroica desafía expectativas, desafía las convenciones de su género y del universo cinematográfico del que forma parte. Desafía a la audiencia, a los haters de twitter y a todo el que se le ponga por delante. Es consciente de que la sola existencia de su personaje protagonista es controvertida, ¿y qué hace? Se arremanga, coge carrerilla y se tira en plancha sobre la controversia. Bucea en ella, se deleita en la reacción que sabe que provoca. Sí, “She-Hulk: Abogada Hulka” es diferente. Pero diferente no siempre significa bueno.

De entre lo que sí lo es, lo mejor es la actriz principal. Tatiana Maslany (“Orphan Black”) interpreta a Jennifer Walters, una abogada treintañera que vive en Los Ángeles. También resulta ser la prima de Bruce Banner, alias Hulk. Todo era relativamente normal hasta que un día, mientras los dos comían cheetos en el coche, una nave espacial se les cruzó en la carretera y tuvieron un accidente. Cosas que pasan cuando vives en un mundo poblado por aliens y hechiceros. La cosa no acabó ahí, claro. Y es que, viviendo en un mundo así, cualquier experiencia cercana a la muerte tiene un 50% de probabilidades de acabar en superpoderes. Y si llevas a Hulk en el asiento de al lado el porcentaje sube bastante.

Así nació She-Hulk, una mujer verde de dos metros en la que Jen puede transformarse a voluntad. Justo aquí empiezan las diferencias de las que hablaba: no hay furia descontrolada, no hay Jekyll y Hyde. Los consejos de Bruce son un mero trámite, un pretexto para recalcar lo rápido que aprende Jen, lo fácil que todo esto es para ella. Algo que, no olvidemos, es fiel al cómic. Por otro lado, una repetición de los traumas y tribulaciones de Bruce no tendrían nada de interesante.

Pero (y aquí es donde empiezan los problemas) existe un elemento de menosprecio hacia estas dificultades. Una burla expresada con y sin palabras que convierte todo el asunto, sin necesidad, en una competición. Un consejo: la mejor forma de hacer que la gente adore a un personaje nuevo no es enfrentarlo con otro al que ya quieren, intentando que el nuevo quede por encima. Es contraproducente.

Descartada la monstruosidad salvaje y la doble personalidad, lo que queda es una fantasía de poder femenino. Jen es más fuerte, más alta, más atractiva (o eso nos dicen una y otra vez) en su versión verde. En un momento dado, ella misma describe su situación con la frase: «tengo pelazo, no tengo resaca, puedo volver a casa a las tantas y con los cascos sin pasar miedo«. Su amiga Nikki le responde que ese es el sueño de toda mujer, y no va desencaminada, al menos sobre la última parte. “She-Hulk: Abogada Hulka” es una serie de perspectiva femenina y feminista, y lo es sin complejos, pero también sin sutilezas. Los guiones reflejan una necesidad de reafirmarse continua e incesante (¡No olvidéis de quien es esta serie!), que le hace un flaco favor al mensaje que quiere transmitir. Aun compartiéndolo, su tosca insistencia se vuelve cargante.

Entre los aciertos de “She-Hulk” se encuentran, más allá del inspirado casting, su enfoque como serie de abogados primero, de superhéroes después, y su carácter genuinamente episódico. Junto con “Wandavision” (2021), esta es la serie de Marvel Studios que más provecho saca de ello. La mezcla de tramas legales con otras de tipo sobrenatural funciona de maravilla. Su argumento permite explorar el UCM de maneras nuevas e integrar los cameos de forma natural. No son añadidos hechos a posteriori, sino que forman parte del ADN de la serie, al igual que la multitud de referencias y conexiones con otras franquicias. Por ello y también por su formato sitcom podemos considerar a “She-Hulk: Abogada Hulka” como el polo opuesto de “Moon Knight”, el proyecto más independiente hasta la fecha.

Como sitcom, el humor es fundamental, pero ahí flojea de nuevo la serie. Sus chistes y gags tienen éxito esporádicamente, mezclando momentos divertidísimos con otros que, si acaso, provocan risa solo como efecto de la estupefacción. Peor aún, algunos capítulos, pese a su corta duración, se hacen pesados… sobre todo si Titania (Jameela Jamil) anda de por medio. Cuando la comedia no es más que pasable y el caso de la semana carece del ingenio suficiente como para suscitar verdadero interés, 30 minutos pueden parecer 60. La calidad de los episodios es casi tan dispar como las tramas que centran cada uno, muy dependientes del carisma fluctuante de las estrellas invitadas.

La serie carece de un hilo conductor fuerte, incluso si contamos las inseguridades de Jen y sus intentos por dejar atrás la soltería. Tiene lógica que sus problemas no giren en torno al control de la ira, sino a su necesidad de ser respetada como profesional y como persona, de ser tomada en serio. También, de ser capaz de aceptarse a sí misma, a la Jen humana, tal y como es, en contraposición al ideal físico que representa Hulka.

Lo incomprensible es que, después de que sus logros sean minimizados por otros más de una vez al descubrir que no tiene novio, después de que se nos muestre de forma cristalina lo injusto que es dar tanto valor al hecho de tener o no pareja, el final victorioso de She-Hulk consista en una reunión familiar con ligue incluido y charla sobre tener hijos. Si ya durante la temporada el rumbo es de todo menos claro, su conclusión se percibe además incoherente.

Hay algo más que hace de «She-Hulk: Abogada Hulka» una serie diferente dentro del UCM: es muy meta. Mucho. Desde los guiños cómicos del guion a las rupturas constantes de la cuarta pared de Jen y, por supuesto, los villanos. Los malvados antagonistas que odian a Hulka son un grupo de hombres misóginos sacados directamente de los rincones más tóxicos del fandom. Basta con darse una vuelta por internet para encontrarse con ellos. Están por todas partes, sujetando los frágiles trocitos de su masculinidad con cinta adhesiva y clamando al cielo para que las mujeres no sean más que un interés amoroso con ropa ajustada. Son tan previsibles que los guionistas de “She-Hulk” pudieron incorporarlos perfectamente en el entramado de la serie. Habría sido una jugada maestra de no ser porque son unos villanos bastante patéticos y anodinos. Tan realistas que aburren.

Aventurarse a reflejar el mundo real es arriesgado, y la Ally McBeal de Marvel es demasiado meta para su propio bien. En los primeros capítulos se rompe la cuarta pared de manera orgánica y divertida, pero el recurso se les va de las manos hacia el final y en el último capítulo todo se descarrila. Habrá quien que lo califique como atrevido, pero para mí es simplemente disfrazar la sequía de ideas con un golpe de efecto que, aunque lo pretende, ni siquiera es original. Son chistes fáciles y manidos, que se alargan en exceso.

[¡SPOILERS!]

¿Para qué imaginar una trama interesante que no caiga en clichés cuando podemos crear una trama cutre y dedicar el clímax de la serie a reírnos de ella y borrarla? ¡Sorpresa! Y lo que queda es… nada. Absolutamente nada. Tramas que no van a ninguna parte, personajes que sobran. Desde luego aprecio que no se haya recurrido a un final de efectos especiales desmesurados para distraer de un mal argumento, pero lo han sustituido por algo que tiene el mismo objetivo. Romper la cuarta pared distrae, entretiene durante un momento… y no aporta nada. El final es un erial narrativo.

«She-Hulk: Abogada Hulka» es una serie diferente y llena de buenas intenciones. Wong es el secundario del año, el homenaje a la serie de “el increíble Hulk” de los 70 es un detalle perfecto, el capítulo ocho con Daredevil es excelente y la puesta al día con Bruce, que ya tocaba, enternece e intriga. Los efectos que transforman a Jen en Hulka son definitivamente mejorables, pero pueden obviarse a cambio de todo lo demás. ¿Lo malo? Nada de eso basta.

La primera temporada podría resumirse así: un concepto interesante, un desarrollo mediocre, algunos momentos magníficos y el peor final posible.

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