De entre las películas que se estrenan para este puente largo de Semana Santa, seguramente “Barbara” será la que menos llame la atención, sobre todo cuando el interés mediático se focaliza en el último filme de Steven Spielberg. También es cierto que el personaje protagonista de este particular biopic, la cantautora francesa Monique Serf (1930-1997), que actuó artísticamente bajo el nombre de Barbara, tampoco es alguien que sea conocido por nuestros lares.

Para los franceses, Barbara es la tercera gran B del género de la chanson de contenido político y social de la segunda mitad del siglo XX, junto a Georges Brassens y Jacques Brel, y coetánea de artistazos como Serge Gainsbourg, Charles Trenet o Georges Moustaki. Quizá algunas de sus canciones sí resulten algo más familiares, como “L’Aigle noir”, que Maria del Mar Bonet popularizó con su versión, “L’àliga negre”; una canción que, como muchas de las que compuso y cantó Barbara, tiene un contenido autobiográfico subyacente y doloroso, en este caso los abusos sexuales que sufrió por parte de su padre durante su infancia. “Gottingen”, “Amours incestueuses”, “Musique pour una absente”, “À mourir pour mourir”, “Una petite cantata”, “Ma plus belle histoire d’amour”, “Attendez que ma joie revienne”, “Nantes” o “Je ne sais país dire” son algunas de las canciones del repertorio de Barbara que se han hecho famosísimas, junto a “L’Aigle noir”, y que no pueden faltar en una película que recrea algunos momentos de su vida y que forman parte de la banda sonora de una generación… que ya no es la nuestra.

Matthieu Amalric se pone detrás de la cámara para filmar este fascinante juego de espejos cinematográfico. Expliquémonos. En lugar de filmar un biopic convencional sobre una famosa cantante, el actor y director francés decide ofrecernos una imagen especular a diversas bandas: la película echa mano del lenguaje metanarrativo para contarnos un rodaje, el de un filme sobre Barbara que uno de sus más fervorosos fans, Yves Zand (interpretado por el propio Amalric), realiza. Jeanne Balibar se mimetiza en la piel de Barbara, “dentro” del filme de Zand, y asume el rol de la actriz que la interpreta, Brigitte, obsesionada por conocer hasta el más mínimo detalle de la biografía de la cantautora francesa, por componer sus mismos gestos y su manera de interpretar las canciones.

Cine dentro del cine, pues, algo que no es un recurso novedoso precisamente, pero sí efectivo si hay unas ideas claras; y eso algo que Amalric sí parece tener. Y en este sentido tenemos a una actriz que mimetiza a un personaje y se deja llevar por el perfeccionismo para “captar” la esencia del personaje; y tenemos a un director que también se obsesiona por el personaje e incluso en algún momento se deja llevar por su pasión hacia el ídolo recreado/reconstruido; así, por ejemplo, en una conversación con Brigitte, esta le pregunta si está haciendo un filme sobre Barbara o sobre sí mismo: “es lo mismo”, responde él.

La primera secuencia del filme ya es de por sí una declaración de intenciones de la película: lo que parece ser un momento de la vida de Barbara en su casa, mientras compone y recibe la visita de su madre (con quien mantuvo una relación más que tirante), se transforma en otra cosa cuando escuchamos “corten” y nos encontramos con lo que es en realidad: un set, unos decorados, los miembros del equipo técnico, un director, dos actrices y la sombra de Barbara en el ambiente. Se ha roto la magia, se dirá, con el realismo cotidiano de un rodaje, pero los personajes siguen inmersos en sus papeles, mientras los ayudantes recogen parte del decorado. Brigitte se pone a tocar el piano y canta, acompañado por algunos músicos, mientras Yves, sentado en un sofá, la escucha, embobado; en realidad, sólo puede ver a Barbara, sigue “dentro” del filme que está rodando, ha abandonado el rol de director para volver a meterse en el papel del fan e incluso le da indicaciones para imitar algunos de gestos de la artista.

El filme juega con los dos espejos, el real y el ficcionado (en realidad serían tres, ¿verdad?: el filme que vemos cómodamente sentados en la butaca de la sala de cine, el “filme” metanarrativo y la Barbara real, “reconstruida” a través de cintas grabadas y documentales), para llevarnos a conocer tanto la obsesión de quienes desean captar la esencia de la artista desaparecida como esos momentos de la biografía de la artista, como los recuerdos de su infancia, la pasión que ponía en la composición de sus canciones (auténticos poemas para una época), sus escenas de mal genio (a cuenta de unos medicamentos a los que parece enganchada) o sus miedos ocasionales antes de salir al escenario (y con un público impaciente por escucharla).

El resultado es una película nada convencional y que no se limita a quedase en la forma del biopic sino que decide jugar según sus propias reglas. Amalric director y Amalric actor parecen no tener distinciones, del mismo modo que Balibar bucea como Brigitte en la personalidad y el genio de Barbara. Líneas borrosas que se repiten constantemente en un filme que, nos tememos, pasará desapercibido por nuestra cartelera, pero que animamos a los espectadores curiosos (y especialmente los amantes de la chanson francesa) a descubrir y, como sus intérpretes/personajes, a dejarse llevar. Buena música hay, desde luego, y también el recuerdo de una cantante, una compositora, que quiso indagar en lo más profundo de su alma para escribir las letras de su propia vida.

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Óscar González
Historiador, profesor colaborador y tutor universitario, lector profesional, cinéfilo, seriéfilo..

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