Desde Chile nos llega de la mano de Nube de Tinta este título Crossover en línea con alguno de sus hermanos de editorial: Mil veces hasta siempre, de John Green, o Por trece razones, de Jay Asher; estamos hablando de novelas cercanas y cargadas de un profundo sentimiento que cala en el lector de cualquier edad.

Carla Guelfenbein es una de las autoras chilenas más exitosas de la literatura contemporánea. Ha publicado las obras El revés del alma, La mujer de mi vida, El resto es silencio, Nadar desnudas y Contigo en la distancia (Premio Alfaguara 2015). Además de escritora, ha sido cantante, bióloga, directora de arte y editora de moda. Tiene dos hijos y un golden retriever. Las ilustraciones del interior de Llévame al cielo son suyas.

El relato arranca con la muerte del padre de la protagonista, Emilia Agostini, la piloto de aviones más joven de Chile. Su padre, Julián, era un reconocido piloto aéreo acrobático, El gran Agostini. Deja tras de sí un matrimonio que se quería, una hija dorada y que adoraba a su padre, y un hijo, Tommy. Una familia feliz que no esperaba la muerte. El dolor atenazará a Leila, la madre de Emilia, si bien Tommy lo aguanta mejor. La historia centrará entonces la atención en la protagonista y como su tío Nicolás, que es el hermano de su madre, intenta ayudarles. Para ello la llevan a un una clínica psiquiátrica, Las Flores, tras intentar la joven Emilia suicidarse. En aquel lugar dejado de la mano de Dios encontrará a Gabriel, Gogo (Hugo), Clara y Domi.

El encabezamiento de los capítulos nos muestra el tiempo que va transcurriendo desde que Gabriel Dinsen ha desaparecido. Se juega a mezclar distintos momentos narrativos en este texto contado en primera persona. Es muy curioso el nexo que se ejerce entre la hija y el padre desaparecido con la historia de Amelia Earhart, célebre aviadora estadounidense, que nos dará mucho juego en este libro como analogía.

Es perfecta la descripción de la institución psiquiátrica Las Flores, un lugar donde otros jóvenes (flores) como Emilia han intentado quitarse la vida y sobreviven bajo la atenta mirada de los médicos y las auxiliares (hienas).

Tal vez constituimos el grupo de chicos a quienes les falta una tuerca. Algo que a primera vista podría parecer una desventaja, pero que a la larga nos hace ser quienes somos. Fue Gabriel quien me enseñó eso.

Las horas las marca el reloj de las pastillas. Emilia, que comparte habitación con Clara, se macera en la pena y llega incluso a anhelar el momento en que le den esas píldoras que durante siete horas la alejen de ese sufrimiento. El momento en el que desaparece el dolor y la angustia por creer que tú has sido la culpable de la muerte de tu padre.

Según conocemos más este lugar vamos viendo cómo el grupo se conoce, interactúa y se protegen los unos a los otros. Gabriel se alza como líder, un muchacho interesante que ama las matemáticas y los mapas; pronto se crea una química especial entre él y Amelia.

La virtud de la autora es conseguir que empaticemos con ese desgarro emocional que tienen los protagonistas en sus vidas rotas. A ellos, que precisamente tienen eso en común, les permitirá entablar una relación preciosa de auténtico apoyo. Es increíble la magnitud que toman los recuerdos del pasado, las personas ausentes y cómo se ven en mitad de esta oscuridad. La eterna reflexión de: y si…

Como os decía antes, la descripción de Las Flores está muy cuidada. El tema de los horarios, la reglas, el personal, las relaciones entre los internos, la visita de los familiares, los códigos de intereses, cómo le llaman al pequeño huerto, Lemuria, los ataques de ira, la reclusión en celdas de castigo, la Sala del Humo para fumar como chimeneas,… Las escenas donde una crisis te vuelve a la oscuridad tras haber pasado momentos de tranquilidad que te saben a gloria.

Era el dolor de su ausencia lo que me daba la dimensión del amor que había sentido por él.

Una de las facetas interesantes del personaje de Gabriel es ese amor por la soledad, casi una necesidad imperiosa que tiene por ella; de hecho, él piensa que cuando estaba con otra gente le costaba respirar, su corazón latía con fuerza y la angustia se apoderaba de él. La soledad no era una opción, sino una necesidad.

Os aseguró que la novela no os defraudará ya que cuenta con situaciones que serán determinantes para el devenir de los acontecimientos. En medio de lo más difícil siempre arraiga un brote de último aliento iluminado por un haz de esperanza.

Esta novela es música con palabras; no sólo por el timbre que el Cono Sur imprime a nuestro idioma con sus giros particulares, sino por una prosa rica, viva, que está muy bien adornada y que nos hace sentir la historia que nos está contando. Es una gozada ver cómo el roce de una mirada puede llegar a tener tanta carga y potencia emocional. Sueños de lugares legendarios, la planificación de una fuga, el ansia de libertad, querer escapar de esa enfermedad, de ese dolor, de esa prisión que puede ser peor que una de paredes de hormigón, la prisión de la mente. Las Flores se convierte al final en una reclusión y a la vez en un refugio.

Triste y duro relato descrito con magistral ternura. Lenguaje rico y bien elegido. Personajes con los que sufres, lloras y empatizas en definitiva. Este libro inspira ternura y es porque está escrito de una manera dulce a pesar del contenido amargo de su historia.

Echaré de menos las frases memorables y citas de Gogo. El halo de misterio de Gabriel. Los sueños de Clara. La bondad de Domi en sus momentos de lucidez. Soñemos con que siempre nos quedará un avión con el que viajar hasta Lemuria y huir de todo lo malo.

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Jaime Santamaría
Economista con alma de escritor. Amante de los viajes, tanto de los que requieren maletas como imaginación. Siempre con ganas de aprender.

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