Caronte

Marzo nos trajo un estreno esperado. ‘Caronte’ es una serie española, drama policiaco-judicial, colaboración entre Amazon Prime Video y Mediaset, que tiene una historia central de enorme fuerza y potencia. La de Samuel Caronte, policía antaño fuera de control que, por cuestiones de su carácter y de las fobias que su genio le granjeó, es escogido como chivo expiatorio de un crimen que nunca cometió. En prisión, la injusticia sufrida lo lleva a estudiar derecho, conseguir su excarcelación y salir de allí como licenciado. En el tiempo presente, ya fuera de la cárcel y ejerciendo como abogado en Gijón, un caso muy próximo a su familia de antaño lo vuelve a llevar a Madrid, dónde pasó todo, y allí, ejerce como abogado penalista.

Esta historia principal tiene dentro de sí otras subtramas de evidente peso humano. La historia de cómo fue todo lo que le pasó a Caronte, interesa. La trama tras esa falsa inculpación que lo llevó a prisión, también interesa. Su regreso, después de tantos años, a una familia que se ha reconstruido sobre su desprecio, con una exmujer recelosa y un hijo resentido, interesa. Y los casos penales que lleva ahora Caronte en Madrid, también interesan. Todos son elementos potentes. Todos son ingredientes que podrían dar como resultado, tanto mezclados como por sí solos, una serie de categoría.

El guion los desaprovecha todos. Se acobarda a la hora de llegar hasta el final en el desarrollo de las distintas líneas dramáticas. Porque exprimir estos ingredientes hasta no dejar gota, sacándoles el enorme jugo dramático que albergan en su interior, implicaría poner en duda las estructuras sobre las estas subtramas se asientan: el sistema policial, el sistema judicial, la familia tradicional y la abogacía. Por el contrario, el guion se esfuerza enormemente en que el punto de ruptura, el momento en que la fe de los personajes y los espectadores en estas estructuras se resquebrajan definitivamente, jamás llegue a alcanzarse.

Al querer ser políticamente correcto, el guion cae constantemente en el cliché; fomenta los momentos anticlimáticos: ceba el drama para desinflarlo casi inmediatamente; y, para justificarse, repite con insistencia ciertas pautas que lastran la tensión, el realismo y la credibilidad de la historia. La más insistente es la de personalizar los problemas. Cada vez que se intuye una incompetencia estructural, algo que puede afectar a un colectivo en su conjunto o a una parte significativa de él, rápidamente se intenta personalizar el error, buscar el “ha sido culpa de”. Una vez, vale; unas pocas más, puede ser; pero cuando cada caso que le llega a Caronte parece tener su raíz en un abogado incompetente o corrupto… ¿se puede insistir en negar la existencia de una pauta?

Además de esa exasperante tendencia a reproducir escenas vistas en otras series de trama político-judicial, especialmente del ámbito anglosajón, donde la tradición judicial y el derecho tienen lejana relación con el de España. Escenas como la de encontrarse con los ayudantes en los bares, entrevistar a los testigos queriendo imprimirle una falsa transcendentalidad, estar en una sala de un tribunal español y oír hablar de “duda razonable” y no del principio “in dubio pro reo”, o en esa misma sala las “escenitas” que se van de madre mucho más de lo que se permitiría, o las entrevistas con los jueces en sus despachos a los que la trama marea más allá de lo sostenible… son “tics” de serie procedimental clásica que deslucen la posibilidad creíble de una serie adaptada de forma más estricta al contexto en que se desarrolla la trama.

CaronteEl guion desinfla también la fuerza de los personajes. Les resta mucho del potencial que tienen. Esto afecta, sobre todo, a un Caronte (Roberto Álamo) excepcionalmente interpretado, pero que nada puede hacer para luchar contra el destino y las vicisitudes que la historia le reserva. Lo mismo le pasa a una desaprovechadísima Marta Pelayo (Miriam Giovanelli), ayudante accidental de Caronte en sus casos, cuya historia personal y pareja con Caronte es sumamente despreciada durante buena parte de los capítulos. Esta misma tónica sucede con otros secundarios que, teniendo un lazo personal con Caronte lo suficientemente fuerte como para servir de aliciente a otras subtramas -además de a la judicial-, se limitan exclusivamente a su trabajo; expían sus culpas en los dos primeros capítulos y después al tajo, como si poco hubiese pasado en realidad.

A las sólidas interpretaciones debemos sumar, entre los aspectos positivos, el esfuerzo realizado en el peritaje forense de los casos. Puede que las historias sean débiles en cuanto a drama y estén mal presentadas en guion y dirección, pero, cuando entramos en una sala de tribunales, sí vemos conceptos expertos en ciencia forense presentados de forma correcta, gráfica y didáctica.

Lástima que el rigor forense en sala se vea empañado por dudas y errores, a veces, difícilmente comprensibles. En el capítulo 4, “Goliat”, al principio se nos dice y muestra que el arma es un destornillador, pero después, en la sala, se habla constantemente de “acuchillar”, creando una confusión innecesaria. Más adelante veremos cómo se desarrolla esta parte de la historia y, si somos aficionados a este tipo de series, nos sonrojaremos por lo demencial de su tratamiento. La cadena de errores aquí salta tan a la vista que, quizás, hasta nos indignemos.

Conclusión

‘Caronte’ es un procedimental policial-judicial que, a pesar de contar con buenas interpretaciones y un sólido asesoramiento forense, y teniendo un enorme potencial por la fuerza de su historia principal, se muestra incapaz de materializarlo correctamente en pantalla. Las causas del desaguisado son, fundamentalmente, un guion plagado de errores y falto de habilidad en el desarrollo de las tramas, y una dirección consentidora con los errores de guion y vaga en su excesivo recurso a los estereotipos del género y sus clichés. El trabajo de Roberto Álamo y el resto del elenco se echa por tierra con evidente desprecio y desidia, pero, sin duda, insistimos, aquí hay un inmenso potencial que, tomándose más en serio, hubiese dado como resultado un producto notable. Pero lo que tenemos es lo que hay. Lástima.

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Fco. Martínez Hidalgo
Filólogo, politólogo y proyecto de psicólogo. Crítico literario. Lector empedernido. Mourinhista de la vida.

1 COMENTARIO

  1. Coincido prácticamente en todo lo dicho, excepto por las interpretaciones. En especial me costó reconocer a Roberto Álamo en su papel de Carote, sobre todo en escenas donde la agresividad del personaje me parecía sobreactuada; o en otras donde su discurso no resultaba muy natural. No digo que lo hiciera todo mal, recuerdo momentos con una interpretación bastante lograda, pero no me llevo una buena impresión del protagonista. No sé si estarás de acuerdo conmigo en algún punto.

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