Runas, la colección de género fantástico de Alianza editorial, ha publicado esta novela corta cuya traducción ha corrido a cargo de María Pilar San Román, encargada en este sello de otros títulos como El zoo de papel y otros relatos y Cada corazón un umbral. Debo reconocer que me ha sorprendido gratamente la cuidada edición de este título de 110 páginas que no pocos se leerán de una sentada, como ha sido mi caso.

Antes de entrar en materia conviene conocer quién es Caitlín Rebekah Kierman (1964, Dublín-Irlanda). Hablamos de una de las grandes autoras de fantasía oscura y ciencia ficción. Ha publicado numerosos relatos y novelas (algunas de sus obras ya están traducidas al castellano), así como trabajos de no ficción en el campo de la paleontología. Ha recibido dos World Fantasy Awards, dos Bram Stoker Awards y un James Tiptree Jr. Award entre otros muchos premios. ¿Os suena “Beowulf”, pues la novela, no la película de 2007 de Robert Zemeckis, es suya. Una desconocida para muchos lectores y que sin embargo reserva lecturas de las que dejan buen sabor de boca. Caitlín se declara en su FB como “del siglo XX”. Esta autocalificación no es nada baladí si afrontamos el libro que nos ocupa, empapado de influencia del siglo anterior.

Vamos con el título. Dreamland es uno de los sobrenombres que recibe el Área 51. También es un territorio ficticio inventado por Howard Phillips Lovecraft, que aparece mencionado en varios de sus relatos (si no te has leído nada de él y no paras de escuchar su nombre, sé valiente y agarra El Necronomicón, un libro con relatos basados en sus mundos). Pues bien, vamos a tener de las dos cosas y súmale agentes del tipo Men in Black (película de 1997), espacio sideral (rollo pérdida de conexión con sonda, ¿qué habrá pasado, oh Dios mío, en esos minutos?) y personaje que viaja en el tiempo como quien cruza una puerta de casa.

La novela arranca en una calurosa mañana en la que un agente especial del gobierno, el Guardagujas (la autora ha decidido que mejor que llamarle Pedro, le ponemos un sobrenombre en plan muy Stephen King) que llega a Winslow, Arizona, y se reúne con una mujer, Immacolata Sexton (Agente de Y) para intercambiar información sobre un suceso inexplicable que ha ocurrido unos días antes. Es julio de 2015. Ojo con las fechas porque estas danzarán durante el libro más que los malditos de la película de Pollack. Por cierto, id poniendo la música de la entradilla de Expediente X, porque si me dicen que son Scully y Mulder, me lo creo. Sea como fuere, estos dos personajes tendrán gran parte del peso del texto junto a la tercera pata de la mesa, un rancho (Luz de Luna) cerca del mar de Salton. Allí el líder de un culto, Drew Standish, ofrece a sus seguidores algo en lo que creer: el futuro se aproxima y ellos van a participar en su llegada. Hablamos de unos pobres desgraciados recogidos de la calle como la yonqui Chloe Stringfellow, la cual se entrega a los textos del Libro Oscuro con tal de salir de su asquerosa vida contenida en una jeringuilla. La narración sigue de tal manera que un día después de los acontecimientos en el rancho que inquietaron tanto al agente del gobierno como para buscar ayuda de «otras» fuentes, el Laboratorio de Física Aplicada de la Universidad Johns Hopkins pierde contacto súbitamente con una sonda interplanetaria de la NASA, que ha encontrado algo extraño más allá de la órbita de Plutón. Nuestra Immacolata de la que os hablaba al principio flotará mientas tanto fuera del tiempo buscando en el futuro y en el pasado respuestas que puedan salvar a la humanidad (1927, 1979, 2015, 2043, etc).

Este texto al lector habitual de género le gustará. Semántica rica, estructuras por fin distintas a los libros que se estilan en los corners de los grandes almacenes y ruptura de la concepción de realidad. Texto que sabe a poco (os recuerdo que es una novela corta), pero… he ahí la gracia. Al lector novel le cuento que esta narración es de las que nos fascinaban en el siglo XX. ¿Oscura? Sí, pero que nos hizo degustar lo fantástico (como sustantivo, no como adjetivo) de la ciencia ficción.

Me quedo con el Guardagujas, un antihéroe en toda regla. Me mola Arizona y Nevada. Son tan… Arizona y Nevada. Me entusiasma la descripción con certeras pincelas de las escenas, los ambientes, los antecedentes, el tabaco y el JB, la camarera, los pensamientos de los protagonistas. Páginas que en ocasiones rinden homenaje a las revistas Pulp (llamadas así por el barato material de sus hojas y cargadas de ilustraciones y narraciones esenciales para la CF) de las primeras décadas del XX, cuando una granja podía esconder los restos bien de un demonio, bien de un extraterreste en misión “destruir la Tierra”.
Enhorabuena por las Notas a pie de Página. Es un libro repleto de referencias literarias (poemas, entre otros, de Lovecraft)  y musicales (letras y nombres de canciones). Le dan sentido a la acuarela goyesca que nos pinta la irlandesa Caitlín. Un libro de alma pesimista, buena lectura y por cuya edición felicito a Runas. Una buena oportunidad para los que no sois lectores de compilaciones de relatos; aquí, de manera breve, veréis cómo se puede escribir otro tipo de fantástico.

Concluyendo, una novela interesante que rezuma género por los cuatro costados. Un cóctel con aires de cine negro que mezcla sus tres elementos principales: la búsqueda de señales/amenazas extraterrestres, la idea de los líderes sectarios que se alimentan de personas sin rumbo y una protagonista que es capaz de materializarse en distintos momentos temporales y cuyos ojos son capaces de ver el oscuro futuro que nos acecha.

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Jaime Santamaría
Economista con alma de escritor. Amante de los viajes, tanto de los que requieren maletas como imaginación. Siempre con ganas de aprender.

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