Retrocedamos a febrero de 1943: Channa Gronowski es detenida junto a sus hijos, Ita y Simon, de 18 y 11 años respectivamente, por ser judía en aplicación de las leyes de pureza racial. Aun así, Channa tuvo la suficiente sangre fría como para declarar que era viuda, salvando así a su marido de una detención segura. En abril de 1943, Channa y SImon son separados de Ita a la que nunca volvieron a ver), y fueron debidamente numerados (números 1233 y 1234) y embarcados en un vagón de ganado en el convoy número 20 con destino a Auschwitz junto a más de 1500 judíos más.
Pero nadie presagiaba que algunos de los allí embarcados iban a tener una nueva oportunidad: tres jóvenes estudiantes, Robert Maistriau, Jean Frankelmon y Youra Livschitz, armados con unas cizallas, un farol rojo y una pistola, hicieron detenerse al convoy a unos 20 Km de Malinas, cerca del bosque de las Ardenas, cubriendo el farol con un paño de seda rojo (pág. 48) para que los maquinistas pensasen que había algún tipo de peligro en las vías. En ese momento, al detenerse el tren, cortaron los cables y los seguros que aseguraban las puertas correderas de varios vagones. Lamentablemente no pudieron liberar todas las puertas, ya que el escuadrón de soldados que escoltaba el convoy no tardó en abrir fuego. No obstante, entre los que escaparon en ese momento, y los que lo hicieron cuando el tren reanudaba su marcha (entre ellos el propio Simon Gronowski) sumaron unos 233 judíos, de los que sobrevivieron 118 a la fuga (26 murieron en el intento, y 89 fueron recapturados).
Simon Gronowski tuvo suerte: llegó a la aldea de Berlingen, en la que fue entregado a las autoridades locales, pero el policía local, Jean Aerts, que lo detuvo, decidió, como buen belga, que no iba a traicionarlo. Le llevó a la estación de Ordingen y tomó el tren a Bruselas, en donde pudo reunirse con León Gronowski, su padre. Durante el resto de la guerra estuvieron escondiéndose entre familias católicas y, así, sobrevivieron a la guerra. No obstante, a los pocos meses de terminar ésta, León se suicidó, incapaz de soportar la presión por la muerte de su hija y su mujer.
Simon, no obstante, siguió adelante. Y, en la primera página de este cómic, a modo de pre-prólogo, podréis acceder a su currículo. Un ejemplo de resiliencia (ahora que se lleva tanto la palabreja de marras), sin duda.
Y vamos ahora al cómic, que está lleno de referencias históricas que atañen a dos generaciones de tres familias distintas: Los Thys, belgas; los Konigsberg, judíos alemanes de Hamburgo (que, aquí, hacen el papel de la familia Gronowski ya mencionada); y los Meier, alemanes no judíos también de Hamburgo. Seis historias que entrelazan los destinos de padres e hijos durante la primera y la segunda guerras mundiales. Empecemos: Joachim y Josef Konigsberg (en el cómic aparecen como “Konisberg”, sin duda una errata) son transferidos a la unidad del sargento Hartmann Meier en plena ofensiva sobre el río Yser, en octubre de 1914. Mientras tanto, en el frente belga, al otro lado del río, sirve el cabo Alphonse Thys junto a su buen amigo Dirk, enamorado de su novia Jeanine. Dirk le pide a Alphonse que se case con ella si le pasara alguna desgracia.
Unos años más tarde, tendremos como protagonistas de la historia a los hermanos Olya y Mathias Konigsberg; a Theodore Thys y a Wilhem Maier, hijos de los anteriores, que vivirán las vicisitudes de sus vidas en medio de otra Guerra Mundial.
Hasta aquí los prolegómenos de esta historia, que está narrada de forma muy original: el hilo conductor es la liberación del convoy número 20 (del que hemos hablado al principio) y, desde ese punto, tenemos continuos flashbacks que nos irán haciendo reconstruir la historia desde el inicio de la I Guerra Mundial, pasando por la rendición alemana y el establecimiento de la República de Weimar, así como el florecimiento del antisemitismo alemán, el auge del nacionalsocialismo y la noche de los cristales rotos salpicado con referencias a otros eventos de la política internacional como la Guerra Civil española o el Anschluss (la anexión de Austria al Reich).
Y eso sin olvidarnos del avión Hawker Typhoon del piloto belga Selys Longchamps, que ametralló y bombardeó el cuartel de la Gestapo en Bruselas; o la exactitud de la uniformidad de las juventudes hitlerianas, o el uniforme de la Schutzpolizei –policía uniformada, conocidos como “Schupos”- con sus característicos cuellos y bocamangas negros, así como su distintivo de manga.
¿Y qué podemos decir de la exactitud de los lugares implicados en la historia? Desde el cuartel de Dossin, en Malinas (Bélgica) –pág. 18-, que era uno de los puntos de concentración de judíos y gitanos para reexpedirlos a los campos de trabajo y exterminio; o el vergonzoso (para los franceses), velódromo de París, el “Vel D’Hiv”, en el que los gendarmes franceses concentraron a sus judíos para expedirlos a las autoridades alemanas (pag. 85); las vistas de Hamburgo (con la característica torre de la iglesia de San Miguel –Der Michel-, las del Krameramtswohnungen –construcciones del siglo XVII en el casco antiguo de la ciudad en el entorno de la iglesia de San Miguel antes citada-, o el Lombardsbrücke, antiguo puente ferroviario muy significativo). Y eso sin contar con las bonitas vistas de Bruselas, también reconocibles, pero menos familiares para el que esto escribe.
U otros detalles menores, como este fotograma de la película “Los ángeles con caras sucias”, dirigida por Michael Curtiz en 1938, con James Cagney y Pat O’Brien como protagonistas.
Nuestro José María Beroy (al que ya conocemos por obras como “Versus” ) ha hecho un impecable trabajo de documentación y diseño de personajes. Veremos cómo evolucionan (o involucionan), y son tremendamente expresivos. ¡Están vivos! Veremos cómo Alphonse Thys muda de alguien animado y dicharachero a alguien atormentado por los fantasmas de su pasado pasando por una eficiente máquina de matar; o cómo Josef Konigsberg mantiene una actitud combativa pese a la adversidad, o cómo Hartmann Meier termina dejándose vencer por las circunstancias… O cómo Wilhem Meier pasa de ser un niño distraído y despreocupado amante de la ciencia ficción a un Schupo pasota, o la mudanza de la alegría de Olya Konigsberg a su acelerada y traumática madurez, o el paso de Theo Thys de un despreocupado amante del swing y el jazz a alguien profundamente enamorado y comprometido con la resistencia belga. Os animo a descubrir el devenir de la vida de estos personajes y su interacción con el medio hostil en el que se mueven, y cómo la vida de sus progenitores tiene su reflejo en ellos. Brillante. Un dibujo definido, bien hecho y tremendamente expresivo en su sobriedad.
Como os he comentado ya, Historia, dramatismo, amor e intriga se dan cita en un solo cómic: “A la sombra del convoy”. Una obra que no debe de faltar en vuestras estanterías y de la que, sin duda, Simon Gronowski, el resto de liberados y los autores tanto del cómic como de esa liberación podrán sentirse orgullosos.
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