1 de julio, se estrena la segunda parte de la cuarta temporada de ‘Stranger Things’. Abro Netflix. Miro y veo… que solo son dos capítulos. Tuerzo el gesto. ¿Pero no es segunda parte?, ¿desde cuándo la segunda parte es tan ridículamente pequeña, en comparación con la primera? Pienso: ya están los de Netflix estirando la temporada, artificialmente, para cobrarme dos meses más de subscripción… Vuelvo a torcer el gesto. Mal empezamos.
Pongo el primer capítulo. Dura como un largometraje. Pongo el segundo. Otro largometraje, aunque éste se me hace algo más pesado, largo y tedioso, quizás por un final que no acaba de llegar. Acaba. Cierro los ojos. Hora de hacer balance. En mi cabeza una única pregunta: ¿merecía la pena partir la temporada para esto? La respuesta: ni de broma.
Los dos capítulos que, supuestamente, son segunda parte, no aportan nada nuevo excepto una escena épica de Eddie y una escena final que dará que hablar para los meses que quedan hasta el estreno de la quinta y última temporada: ya sabemos que será en la segunda parte (esta vez sí) de 2024 -yo apostaría por el otoño o la navidad-. Más leña para el fuego de esta serie, ejemplo como pocos de la creciente importancia del hype en los productos audiovisuales.
Se cierra la cuarta temporada de ‘Stranger Things’ y nuestro veredicto sigue siendo el mismo que hace algo más de un mes: los hermanos Duffer saben gestionar la serie sin desgastarla demasiado apoyándose, con inteligencia e instinto, en lo mismo de siempre: la nostalgia ochentera. Solo que, esta vez, echando mano de referencias más claras del cine de terror, tanto al de monstruos como al psicológico -si bien, esta vez, con clara preminencia del primero sobre el segundo-, la ciencia ficción y el cine de fugas.
Eso sí, las tramas son más flojas, los personajes tienen un desarrollo mínimo en comparación a antaño y algunas nuevas aportaciones (especialmente, la de Jason Carver y su persecución de Eddie) quedan descolgadas en un extraño limbo durante un tiempo -como síntoma de una mejorable planificación de los hilos argumentales importantes para el desarrollo de la base principal-. Unos problemas que, en conjunto, explican esta inflación temporal a la que nos hemos visto sometidos, consecuencia de una mala planificación general de la temporada.
Problemas a parte, la esencia general de ‘Stranger Things’ se ha visto cuidada y consolidada, pues la serie no es más que una inmensa exaltación de la amistad, llevada ahora a los tiempos de la transición desde la inocencia infantil hasta la madurez adulta. Y que, sabemos, se llevará definitivamente a la edad adulta en el broche final.
Ajustemos ahora nuestros relojes: 2024 parece lejos, pero ya sabemos que en los tiempos que corren las cosas van más aprisa de lo que, quizás, a muchos nos gustaría.
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