Prácticamente desde el primer capítulo, y de forma más clara cuantos más minutos pasaban, ‘La vida y Beth’ (2022) me iba recordando más y más a ‘Puro Mississippi’ (2015); la serie de la cómica y actriz Tig Notaro. Y es que, en esencia, la premisa es idéntica en ambas: la persona real usa la ficción para conjurar a sus fantasmas y ajustar cuentas con su pasado, sacando a la luz algunas de las emociones y episodios que caracterizaron su infancia y la ayudaron a madurar y a aprender a mirar con optimismo hacia el futuro.
Esta premisa lleva implícito el tono de dramedia que, por exigencia misma del relato, tiende más hacia el optimismo y hacia la esperanza, pero que tampoco se esconde a la hora de afrontar los momentos desagradables, las tensiones, las personas tóxicas que se ha ido encontrando y, especialmente, el dolor con el que se han pasado todos estos momentos, vivido todas estas tensiones y sufrido a estas personas.
También como en aquella, esta serie de Amy Schumer (creadora, directora, escritora y actriz) tiene en la familia y la pareja los principales ejes vertebradores de su trabajo.
Pero las similitudes acaban aquí, porque ambas mujeres no se parecen en nada y Amy Schumer nos cuenta, claro, su propia historia: la de una representante de vino, Beth (Amy Shumer), recién entrada en la cuarentena, originaria de Nueva York, hija de una familia desestructurada, encabezada por una madre casquivana y un padre comercial venido a menos (Michael Rapaport).
Ambos han pasado bastante de sus problemas desde jovencilla, cuando buscaba construir su identidad y autoestima en una escuela en la que destacaba por su físico; más alta y desarrollada que las demás. Ahora, trabaja vendiendo vinos en una empresa junto con su pareja, el hedonista e inestable Matt (Kevin Kane). Pero, de repente, un problema personal la obliga a mirar hacia atrás y enfrentarse a unas decisiones que la llevarán a recordar aquel pasado y a afrontar su futuro de una forma totalmente inesperada.
Este punto de partida se desarrolla, no obstante, de forma desorganizada, confusa e, inicialmente, sin demasiada claridad de ideas. De hecho, parece que ‘La vida y Beth’ no estuviese segura sobre su propia narrativa hasta la segunda mitad de sus diez capítulos (de media hora cada uno). A partir de aquí sí podemos comprender y percibir claramente una intención, hasta entonces, perdida entre distinto tipo de ruido… mucho de él someramente aburrido.
De forma que ‘La vida y Beth’ (Disney +) es una serie con dos caras. Una primera parte más propia de la comedia absurda, con momentos histriónicos fuera de lugar y un tono a veces hiperbólico y ridículo. Y una segunda parte ya mucho más madura, pausada, reflexiva y dramática, dónde se permiten a las interpretaciones expresar su potencial (Rapaport está fantástico) y nos permite empatizar ya, ¡por fin!, con la serie y su mensaje de fondo.
Este desequilibro es el que nos hace torcer el gesto con la serie más de lo que nos gustaría.
Amy Schumer no es capaz de extraerle todo el valor a su historia, se centra además en aspectos demasiado conocidos, pero aun así es -en su segunda mitad- un espectáculo entretenido y disfrutable. Si le dan una oportunidad a ‘La vida y Beth’ y tienen paciencia con su inicio, no se arrepentirán.
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