Ciencia y Tecnología

Estudio pionero relaciona los traumas infantiles con cambios cerebrales, depresión en la adultez y estrés

Un nuevo estudio de investigadores de la Universidad de Alberta (Canadá) ha demostrado que los eventos traumáticos o altamente estresantes en la infancia pueden provocar pequeños cambios en las estructuras cerebrales clave que ahora pueden identificarse décadas después. El estudio es el primero en mostrar que el trauma o el maltrato infantil durante los primeros años, un factor de riesgo bien conocido para desarrollar afecciones de salud mental como el trastorno depresivo mayor (depresión clínica) en la edad adulta, desencadena cambios en subregiones específicas de la amígdala y el hipocampo.

Una vez que ocurren estos cambios, los investigadores creen que las regiones afectadas del cerebro pueden no funcionar tan bien como antes, aumentando potencialmente el riesgo de desarrollar trastornos de salud mental en la edad adulta durante momentos de estrés.

«Ahora que podemos identificar qué subregiones específicas de la amígdala o el hipocampo se alteran permanentemente por incidentes de abuso, trauma o maltrato infantil, podemos empezar a centrarnos en cómo mitigar o incluso potencialmente revertir estos cambios«, comenta Peter Silverstone, presidente interino del Departamento de Psiquiatría y parte del equipo de ocho investigadores de la Universidad de Alberta que realizó el estudio.

Se reclutó a un total de 35 participantes con trastorno depresivo mayor (depresión clínica) para el estudio, 12 hombres y 23 mujeres premenopáusicas de entre 18 y 49 años. Los investigadores también reclutaron a 35 sujetos de control sanos, 12 hombres y 23 mujeres que fueron emparejados por edad, género y educación.

El estudio confirmó los efectos negativos de los traumas como el maltrato infantil en la amígdala derecha y sugirió que estos efectos también podrían afectar a la amígdala basolateral

«Ésto puede ayudar a arrojar algo de luz sobre cómo funcionan los tratamientos nuevos y prometedores, como los psicodélicos, ya que existe una creciente evidencia que sugiere que pueden aumentar el recrecimiento nervioso en estas áreas. Comprender los cambios cerebrales estructurales y neuroquímicos específicos que subyacen a los trastornos de salud mental es un paso crucial hacia el desarrollo de nuevos tratamientos potenciales para estas afecciones, que sólo han hecho que aumentar desde el inicio de la pandemia de COVID-19«, afirma Silverstone, quien también es miembro del Instituto de Neurociencia y Salud Mental de la Universidad de Alberta.

El estudio señaló que anteriormente «la mayor parte del trabajo sobre el efecto del estrés en las subestructuras de la amígdala y el hipocampo se había realizado en animales«, y hasta la fecha no ha sido posible realizar pruebas directas de modelos de estrés preclínico en humanos. Sin embargo, «los avances recientes en la resonancia magnética (IRM) de alta resolución de los subcampos del hipocampo y los subnúcleos de la amígdala han permitido a los investigadores probar estos modelos in vivo en humanos por primera vez«.

Una vez que estos cambios biológicos ocurren en las estructuras cerebrales relacionadas con el estrés, los investigadores aseguran que las regiones afectadas del cerebro pueden volverse «inadaptadas» o disfuncionales cuando las personas que han sufrido maltrato infantil o traumas severos en la niñez lidian con el estrés en la adultez, haciéndolas «más vulnerables» a desarrollar depresión u otros trastornos psiquiátricos en la edad adulta.

La amígdala y el hipocampo se consideran objetivos de los traumas infantiles «porque exhiben un desarrollo posnatal prolongado, una alta densidad de receptores de glucocorticoides y neurogénesis posnatal«, señala el estudio. «(Este) estudio confirmó los efectos negativos de los traumas infantiles en la amígdala derecha y sugirió que estos efectos también podrían afectar a la amígdala basolateral«.

Los autores del estudio son Arash Aghamohammadi-Sereshki, Nicholas J. Coupland, Peter H. Silverstone, Yushan Huang, Kathleen M. Hegadoren, Rawle Carter, Peter Seres y Nikolai V. Malykhin.

Fuente: Journal of Psychiatry and Neuroscience.

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