A veces queda la sensación que el cine tiene una deuda con H.P. Lovecraft (1890-1937), escritor de novelas y relatos de terror y ciencia-ficción convertido, gracias a obras como las que constituyen el ciclo de los Mitos de Cthulhu (1921-1935) o En las montañas de la locura (1936), por mencionar dos de las más conocidas. Y no será porque el séptimo arte no haya adaptado algunas de sus obras –qué decir de «Re-Animator» (Stuart Gordon, 1985), que a su vez inspiró secuelas como «La novia de Re-Animator» (Brian Yuzna, 1990) o «Beyond Re-Animator» (Brian Yuzna, 2003), o la película de antología «Necronomicon» (Brian Yuzna, Christophe Gans y Shusuke Kaneko, 1993)– o se haya inspirado en su universo literario que de un modo u otro se perciben en clásicos del género de terror como «La cosa» (John Carpenter, 1982), «Alien: el octavo pasajero» (Ridley Scott, 1979) o «El ejército de las tinieblas» (Sam Raimi, 1992), que a su vez han sido fuente de inspiración de otras tantas películas. Quizá por la dificultad de llevar al lenguaje cinematográfico la cosmología lovecraftiana, muy personal, las películas sobre sus obras no acaban de entusiasmar a todo el mundo; algo muy lógico, por otro lado, pues los lectores hacen “suyas” esas obras en su cabeza.
Sea como fuere, siempre hubo interés por llevar a la pantalla uno de los relatos más emblemáticos de Lovecraft: “The Colour Out of Space” (1927), del que se han hecho varias adaptaciones cinematográficas: entre ellas, «El monstruo del terror» (Daniel Haller, 1965), protagonizada por Boris Karloff, y «Granja maldita» (David Keith, 1987). El guionista y director sudafricano Richard Stanley –suyo es el guion que adapta la obra clásica de terror de H.G. Wells, «La isla del doctor Moreau» (1996), y que empezó a dirigir hasta que fue sustituido por John Frankenheimer– se interesó por este relato desde que era niño (su madre era una lectora fan de Lovecraft y le leía algunas de sus obras) y se encargó del guion, escrito a cuatro manos con Scarlett Maris.
Trasladada a la actualidad, la trama del filme recoge lo esencial del relato lovecraftiano: una familia, los Gardner, vive en una granja cerca de la población de Arkham (Massachussets). El padre, Nathan (Nicolas Cage), se encarga de cultivar tomates y criar aplacas; la madre, Theresa (Joely Richardson), recuperada de una mastectomía, asesora financiera, trabaja a distancia, pero debe lidiar con los problemas de conexión de Internet; la hija, Lavinia (Madeleine Arthur), practica la Wicca; el hijo mayor, Benny (Brendan Meyer) fuma marihuana y se hace amigo de un ermitaño local, Ezra (Tommy Chong); y el hijo pequeño, Jack (Julian Hilliard), se aburre en medio del bosque. La caída de un meteorito lo cambiará todo, al mismo tiempo que Lavinia congenia con Ward, un hidrólogo que realiza estudios para la construcción de una presa. Ward será testigo de las extrañas circunstancias que afectan a la familia Gardner cuando un color extraño, procedente del meteorito y desconocido para el sentido humano, provoque mutaciones en la fauna y la flora, y se desprenda un olor repulsivo en la zona que solamente puede captar un Nathan cada vez más agresivo con los suyos. Ya se puede imaginar el lector de estas líneas que la cosa irá a peor…
Y es que se trata de una película muy de serie B y muy enfocada a un espectador avezado a este tipo de productos, que se lo pasará en grande, sobre todo a partir de que los efectos del meteorito y del color trastoquen la normalidad de la familia Gardner y convierta a sus diversos miembros en las víctimas propiciatorias de una extraña presencia alienígena que, de manera muy viscosa, creará criaturas muy desagradables entre ellos. Para ese espectador que se ha educado en el cine gore y de terror de los años setenta y (especialmente) ochenta, la película deparará un gran disfrute sensorial; para quienes no seamos especialmente fans de esta clase de filmes, pero tengamos una cierta curiosidad inicial, bascularemos entre el rechazo epidérmico y una cierta fascinación por lo visual que (también) puede acabar en hartazgo.
El resultado, para concluir, es un filme que no deja indiferente, que evoca claramente el universo literario (y raro) de Lovecraft y que a la postre puede dejar una sensación de agotamiento en su tramo final. Pero, fans del terror viscoso y capaces de suspender su incredulidad desde el minuto uno, «Color Out of Space» puede ser vuestra película del verano en una cartelera, ciertamente, paupérrima por causa mayor.
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