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Zona, de Mathias Enard: Un viaje cosmopolita al alma de Europa

Mathias Enard (1972, Francia) será galardonado algún año con el Premio Nobel. Lo sé, esta es una opinión mía. Pero eso es solo porque no ha ocurrido todavía. Pero pasará, hágame caso. El de Enard es uno de esos proyectos personales-literarios-culturales que, centrados en la memoria particular, busca explorar un elemento, un aspecto, un tema de preocupación o interés general, y que encanta en la academia sueca. En su caso son las relaciones Occidente-Oriente: la exploración de cómo la ciudadanía continental contemporánea de esta Europa presuntuosamente cosmopolita se enfrenta a su pasado desde la amnesia. Y tiene toda la razón. Europa ha olvidado, o parece querer olvidar, que en sus fronteras también está parte su identidad, que en sus confines se forjan también sus límites, y que en esta frontera -históricamente- han estado las culturas eslavas o las balcánicas o las árabes; entre otras.

Estas culturas son parte de Europa, y dramáticamente para algunos, e ilustrativamente para otros, también la identidad europea posee parte de sus raíces en estas culturas y en estas tierras. Enard explora esta hibridación y este mestizaje, esta relación y sus matices, en sus novelas. Y lo hace, ya, desde el planteamiento.

El viaje es en muchos de sus textos el motor narrativo elegido. Cuan modernos Ulises, sus personajes usan las aventuras vividas en sus viajes como una autoexploración que, in fine, resultar ser una investigación más amplia y más profunda sobre el ser colectivo al que esos personajes representan. De ahí que su descripción personal tienda a estar más basada en sus cuitas que en sus características, más centrada en aquellos aspectos que los han marcado que en aquellos retos a los que se enfrentan, en definitiva, más tendentes a la memoria que a la acción. Una lógica narrativa inherente a un texto sin apenas diálogos ni conversaciones, donde el punto de vista es casi siempre individual y personal, y que aprovecha la licencia ofrecida por la intertextualidad para abrirse de par en par a un contexto sociocultural mediterráneo reconocible para los lectores más curiosos.

Zona’ (Literatura Random House, 2016), originalmente escrita en 2008, conserva en toda su pureza las mejores esencial del mejor Mathias Enard. No en vano, estamos ante una novela finalista de prestigiosos premios, y ganadora del Décembre y el Livre Inter. Y por eso estas claves introductorias deben servir para convencerse de que estamos ante una magnífica novela, perfecta representante de la increíble capacidad escritora de su autor, en nada desmerecedora de lectura, a pesar de la incomprensible decisión editorial de haberse publicado a la vez que la impresionante "Brújula" (Literatura Random House, 2016).

En ‘Zona’ seguimos a Francis Servain Mirkovi, alias Yvan Deroy, un ladrón de identidad en busca de una nueva vida al lado de su amante, un excombatiente croata, un espía francés, alguien que desea vivir una nueva etapa de su vida en Roma. Hasta allí va desde París, aunque la lectura comienza en Milán, justo poco antes de salir en tren directo hacia la Ciudad Eterna. Punto de partida y empezamos, raro en la literatura contemporánea, pero connatural a Enard, rodeados de incertezas por todas partes: viajamos con un personaje de pasado incompleto, identidad incierta e historia desconocida, hacia un destino claro pero por motivos oscuros. Incógnitas a resolver durante una apasionante lectura que nos irá descubriendo, poco a poco, en pequeños pero intensísimos sorbos, las distintas historias que completan el retrato de Francis (alias Yvan) y, de paso, retratan también la historia de esta Europa desconcertada respecto a sí misma y desconectada respecto a su pasado, en la que nos está tocando vivir.

Múltiples historias individuales que, una vez superpuestas, definen a un personaje interior y a su mundo exterior, Europa, la cual podríamos sintetizar a través de una frase que, aunque de los inicios del libro, resuena con la fuerza de un cañonazo sentimental a lo largo de toda la lectura (y cuyos ecos continúan en mí, todavía ahora, tiempo después de cerrarlo): “una mezcla de fervor religioso efervescencia comercial luces suntuosas cantos gritos y odio en que parecía desembocar la historia de Europa y del mundo musulmán muy a su pesar,” (págs. 64-65). Así, sin puntos y apenas sin comas. Una idea reflejada cada vez que su pluma pasea por guerras, batallas y víctimas; por intolerancias propias y ajenas; por muestras de una sospecha mutua… Ese es el contexto general dominante en el libro, en la vida de su protagonista y en la historia de su continente.

El texto surge en forma de pensamiento interior, de reflexión personal ética y moral, realizada en el sigiloso y tenso silencio del vagón de un tren. Con tal contexto, su representación gráfica nos traspasa a los lectores la sensación (mágica) de estar ante un discurso de ideas definidas a salto de mata. No existe aquí orden ni concierto, real o aparente. Simplemente, son ideas rendidas a la inercia de los pensamientos encadenados: con cada idea nueva derivando de la inmediatamente anterior y condicionando a la idea siguiente. Un estilo coherente con la realidad móvil de nuestro narrador, vacilante, líquida, sometida al vaivén de una incerteza que nos exige estar construyendo y reconstruyendo el texto continuamente.

A lo largo de las páginas se suceden las guerras y las muertes, el dolor y la amargura, pero también el amor y el humor. En coherencia con esta naturaleza, se nos presenta una novela abierta. Enard lanza a la persona lectora la responsabilidad de reconstruir un texto deconstruido, para que quién lo lea aporte de su cosecha, interpretando el mensaje de fondo sobre en qué Europa vivimos y qué Europa queremos. Aquí la forma es el mensaje: dejándonos a cada uno la posibilidad de decidir, y reflejar en la novela, qué Europa queremos, qué realidad elegimos, con qué mensaje nos quedamos. Todos somos Europa, pero no todos queremos la misma Europa. Enard nos sitúa justo en el centro de esta incógnita.

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