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Sully, Hazaña en el Hudson: el alma de Clint Eastwood a 24 fotogramas por segundo

Cuando en Hollywood todos se echaban las manos a la cabeza por la victoria de Donald Trump; entre bambalinas, un hombre miraba al futuro con esperanza. Quizás, después de todo, Estados Unidos no estuviese tan perdido como él cree. Durante meses, Clint Eastwood fue su apoyo más destacado en el mundo del cine. Incluso cuando arreciaban las críticas contra Trump: abandonándolo a su suerte destacadas figuras republicanas con los Bush o John McCain, criticándolo por sus grabaciones deleznablemente machistas, o aireando a los cuatro vientos el orgulloso apoyo a Trump del KKK. Clint no abandonó, no cejó en su empeño de insistir que Trump era la última esperanza de su país para no caer desfallecido en las arenas del tiempo.

Los titulares reflejaron raudos este apoyo, pero apenas profundizaron en las razones, en los motivos de éste. Se alentaron opiniones sesgadas, simplificadas o facilonas: Clint está mayor, está gagá, no sabe lo que dice, es un rancio… Mucho se dijo, pero Clint no contestó. Eastwood aguantó como un jabato. Como le vimos en tantos papeles, apretó los dientes, achinó los ojos, miró al horizonte y esperó, pacientemente, a tenernos a tiro para desenfundar su película. Con el ojo puesto en el monitor, el oído en los auriculares y las manos en la claqueta.

Y cuando Clint Eastwood desenfunda, el mundo calla, escucha… y piensa.

En apariencia, "Sully" es una historia de catástrofe aérea con final feliz. La narración sobre cómo un experimentado piloto de aviones consiguió un aterrizaje imposible en el río Hudson de Nueva York, poniendo a salvo a 155 personas -entre pasajeros y tripulación- en 2009. Un biopic basado en hechos reales, donde se ensalza al comandante Chesley Sullemberger y a todos los servicios de salvamento y rescate de la ciudad que, en tiempo record, con esfuerzo y generosidad, consiguieron evitar lo que podría haber sido una auténtica catástrofe.

La apariencia no engaña, sí lo es. Pero no es solo eso sino más… mucho más. Tras este telón se esconde un discurso humanista de dolor, de sacrificio, de esfuerzo y de duda que explican, mejor que cualquier otra cosa, a Clint Eastwood.

Tras el incidente del Hudson, las autoridades federales aéreas ponen en marcha una investigación sobre lo ocurrido que parte no ya de la duda, sino del presunto error de Sullemberger: ¿hizo lo mejor para todos/as o, por el contrario, había una alternativa más conveniente a ese aterrizaje arriesgadísimo que le podría haber causado, en el 99,9% de los intentos, la muerte a todos los ocupantes del avión? Los datos recogidos parecían apuntar a que uno de los motores, lejos de estar destrozado y perdido, todavía tenía potencia disponible. Aun sin ese motor, las simulaciones realizadas para el Airbus 920 demostraban que se podría haber llegado, sanos y salvos, a otros dos aeropuertos cercanos. Incluso, la situación personal del comandante Sullemberger, delicada y compleja, parecía que pudiera haber nublado su juicio a la hora de decidir qué hacer en el momento del aterrizaje.

Los datos, las simulaciones y las hipótesis acorralan a Sully. Aunque en un primer momento estaba totalmente convencido de que hizo lo mejor que se podía hacer, comienza a dudar de sí mismo, se atormenta, lucha contra la posibilidad de que algo en su cabeza no vaya tan bien como él creía que iba. Y aquí, justamente en este punto, tenemos el centro neurálgico de la película.

El humano de Eastwood alberga un interior rico en matices, y fundamentalmente bueno. Como persona que es falla, duda, tiene miedo… pero también se enfrenta a las situaciones que se le presentan con unos valores claros y con una firme entereza. En vez de arredrarse, lucha. En vez de encogerse, se arriesga. Y lo hace sin dejar de dudar, sin dejar de temer, sin dejar de ser humano. Sully se comportó como tal, partiendo de una premisa generosa y entregada… pero a cambio consigue una investigación que pone en duda no solo qué ha hecho en el avión sino, y esto es lo importante para Eastwood, quién es él como ser humano. Los fríos datos contra la cándida humanidad. Las simulaciones contra el comportamiento humano en la vida real. El sistema contra la persona.

Sully representa al ser estadounidense y al ser persona de Clint Eastwood. Su visión del deber ser se contiene en esta película de forma magistral, contenida prácticamente en cada escena, destilada incluso en muchos planos generales de apenas unos segundos. Sully llega al hotel en coche, una manada de periodistas lo esperan, y antes de llegar, en ese plano amplio de los exteriores, Clint nos muestra el cartel luminoso de la iglesia con su crucifijo blanco destacando entre la oscuridad y la lluvia. Sully sale a correr para despejar un poco su cabeza y reflexionar, pasa por Times Square y, ¿qué vemos en uno de los edificios colindantes entre tanto cartel luminoso y tanto vídeo?, el rostro pétreo de Clint Eastwood en "Gran Torino". Uno se deleita viendo las películas de Eastwood porque las claves de sus respuestas nos llueven, como las balas y los golpes en otros filmes suyos, prácticamente en cada plano.

"Sully" es una obra magistral de Eastwood. El regreso del director a su mensaje potente y poderoso de los últimos tiempos, destilado aquí como en pocas películas suyas hemos visto; salvando "Sin perdón" y "Million dólar baby". He salido del cine y ya lo echo de menos.

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