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Los que sueñan el sueño dorado, de Joan Didion: la vida en movimiento, lo relevante de las pequeñas cosas

Un regalo llegó a mi puerta de forma inesperada. Se trataba de un libro que no había leído, de una autora de la que apenas había oído algo, y que posiblemente no leería jamás si no hubiese llegado a mí como llegó: por casualidad y de chiripa. Nunca tendré palabras suficientes para agradecérselo al destino, o a quién puso este libro entre mis manos en su nombre. La autora es Joan Didion (Sacramento, USA, 1934), el libro es ‘Los que sueñan el sueño dorado’ (Literatura Random House, 2012).

Se trata de una recopilación de textos o reportajes periodísticos de corte biográfico aparecidos en varios de sus libros publicados en Estados Unidos: ‘Arrastrarse hacia Belén’ (originalmente publicado en 1968), ‘El álbum blanco’ (1979), ‘Después de Henry’ (1992), ‘Salvador’ (1983) y ‘Miami’ (1987). Estos dos últimos cierran el volumen, fuera de la línea cronológica, creo -pues, nuevamente, no se nos dan criterios de selección ni se nos explican los motivos de la ordenación, como ya se hizo y hace en otros volúmenes similares de la colección-, por dos motivos: su uniformidad de estilo y objetivo, por un lado, y la brevedad y escasez de sus textos en relación con los demás libros, por otro. Motivos explicativos de porqué estos textos serían idóneos como cierre, a pesar de la evidente ruptura de la línea temporal; pero de peso insuficiente cuando se trata de supeditar este criterio a la hasta entonces perfectamente mantenida línea de madurez de la escritura.

Estas dudas editoriales, aún con todo, no consiguen malograr un libro que atrapa desde el segundo fragmento (“John Wayne: canción de amor”), pues el primero y responsable del título (“Los que sueñan el sueño dorado”) posee un ritmo y una temática específica difícil de digerir para un lector ajeno a su realidad cotidiana. Y se convierte en más y más atractivo cuanto más y más conocemos, a través de su lectura, a la personalidad extraña, esquiva, extremadamente tímida, y por momentos claramente maníaca, de Didion. Nos atrapa con su mirada, en su forma de acercarse a la realidad sibilinamente, camuflada entre el gentío, consiguiendo estar cerca de todo sin que se note, haciéndonos partícipes inmediatos de una realidad dinámica, trasladándonos un mundo en el que ella pone los ojos y la pluma, nada más. Una personalidad etérea, vaporosa, flotando sobre el mundo como un fantasma.

Otro aspecto curioso de Didion es su amor por California y, en concreto, por su tierra natal de Sacramento. Cuando desde puntos tan lejanos como el nuestro observamos a la California estereotipada, una mezcla curiosa de viñedos, mansiones hollywoodienses, gánsteres latinos con bandolera en la cabeza y pistola cogida de lado, además de barrios bohemios con frecuentes marchas libertarias; ella consigue introducir en nuestra retina la precisión, el matiz y la diferencia. Didion hace real a la California de verdad y cotidiana. Pero no solo eso, sino que además nos traslada a la California de la década de 1960 y 1970. La California que vio nacer a los Doors de Jim Morrison, con Didion asistiendo para nosotros, impasible testigo, a sus desvaríos de poeta sinfónico. O incluso la California de las grandes presas y los canales gigantescos, del agua corriendo de un lado para otro, con Didion deseando estar a los mandos de la operación.

Pero si por algo destaca la mirada de Didion, sobre otras cosas, es su gusto por lo pequeño y lo insignificante. Mientras fue en su generación dónde comenzó a forjarse esa obsesión -ya antropológica- por la Gran Novela Estadounidense, Didion se entrega al detalle, a lo pequeño e intrascendente, con una generosidad absoluta. La mirada a los grandes procesos de transformación y cambio se particularizan e individualizan, hasta reducirlo casi a una cuestión personal, íntima, inherente a la personalidad única de la voz narradora.

De esta forma la percepción sobre ese cambio sociológico que, entre la década de 1960 y 1970 se realizó, y en la de 1980 comenzó por ponerse en práctica, queda reducido a un lejanísimo telón de fondo del que Didion es una testigo casi inconsciente. Lo importante aquí no son los cambios sociológicos generales, sino cómo ese contexto en movimiento afecta a una personalidad delicada, sometida a la presión de los vientos y las fuerzas telúricas características de aquellos (y de estos) tiempos.

Una personalidad como la de Joan Didion resulta algo extraordinario en un mundo literario poseído por el exhibicionismo, la exposición pública, la consideración de “la escritura” no como un arte sino como una profesión. Contra estos vientos, Didion rema con la fuerza de la delicadeza, de la insignificancia, del detalle aparentemente intrascendente que, sin embargo, tiene para la voz narradora un impacto relevante. Didion retrata la vida en movimiento, lo relevante que son las pequeñas cosas. Y eso siempre merece la pena.

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