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Los días de Jesús en la escuela, de J.M. Coetzee: Un Coetzee puro

Para John Maxwell Coetzee (Ciudad del Cabo, Sudáfrica, 1940) la literatura es una forma de interacción entre la intuición personal y la realidad, una experiencia fragmentaria que se vive de forma única por cada uno de sus participantes. Desde el escritor hasta el lector, pasando por los editores o los evaluadores de manuscritos, todos participamos, personal e íntimamente, del acto de leer. No obstante, a la hora de acceder al texto, cada uno también adoptamos una estrategia para intentar comprender (o hacer comprensible, si eres el escritor) el escrito. Aquí es cuando este acto íntimo y personal de cada uno se transforma en una actividad transferible, buscando así participar en la comunidad social: compartiendo ideas, creencias o recuerdos. La literatura posee simultáneamente ambas dimensiones, la íntima y la social.

El género literario surge entonces como uno de los resultados más destacables de ese contacto y posterior consenso entre ambas dimensiones, naciendo de la necesidad personal de crear líneas culturales comprensibles para el conjunto de la comunidad social.

A partir de esta filosofía personal, y especialmente desde que en 2003 Coetzee recibiera el Premio Nobel de Literatura, el autor sudafricano ha dedicado prácticamente el conjunto de su obra posterior a explorar las costuras de la literatura y, en concreto, de la novela. Comenzó de forma clara con esta línea de investigación con su biografía novelada, dejó huella de ello también en su correspondencia y en sus discursos o en sus ensayos, pero en pocas obras ha intentado ser más explícito y directo en cuanto a sus intenciones como en sus dos novelas más recientes: ‘La infancia de Jesús’ (Literatura Random House, 2013) y ‘Los días de Jesús en la escuela’ (Literatura Random House, 2017). De ambas podemos decir que son muestras de un Coetzee esencial, donde a su estilo más puro se le puede añadir su filosofía respecto a la literatura, al acto creador y al sistema literario.

Lo poco frecuente de novelas tan experimentales como ésta han sorprendido, muchísimo en algunos casos, a la crítica. Hasta el punto de dividirse furibundamente entre quién adora a este Coetzee atrevido y retador, y quién lo considera un artefacto indigno de un escritor con sus capacidades. Quién esto escribe no va a posicionarse respecto a cómo podría ser ‘Los días de Jesús en la escuela’ (2017) escrita de otra forma, porque creo que sería un debate estéril sin interés para vosotros -la comunidad lectora-.

Obra de un Coetzee más audaz, desatado respecto a sus límites y liberado de necesidades, capaz de exponer en este texto su filosofía personal con una totalmente inusual en él amplitud y claridad.

Pero sí os voy a decir que esta es una muy buena novela, a la altura de algunos de sus mejores trabajos. Incluso podemos observar aquí un paso adelante respecto a sus trabajos más emblemáticos, donde la dimensión estrictamente individual del ser humano enfrentado contra una realidad hostil y cruel (puntos de vista fundamentales en ‘Vida y época de Michael K.’ o en ‘Desgracia’, por ejemplo), deja paso a una perspectiva del ser humano más abierta y polivalente, más heterogénea y flexible; consiguiendo así un dramatismo igual de contundente y más próximo al realismo de la biografía y de la historia. Los personajes pueden moverse entonces de una forma más variada, interactuar de forma más natural en contextos y escenas corales, dándoles una libertad capaz de sorprendernos de formas diferentes a como Coetzee acostumbraba a dejarnos anonadados también en obras anteriores.

Como plusvalor, la novela posee un interesantísimo segundo plano de lectura merecedor de una notable consideración. Durante todo el texto, y de forma más clara según vamos pasando las páginas, vemos cómo la parábola y el diálogo, dos tipos de texto inherentemente asociados a la cultura occidental judeocristiana, van ganando protagonismo. David (Jesús), nuestro joven protagonista, recibe de esta forma sus principales lecciones de aprendizaje moral; si bien a duras penas las interioriza o asimila o asume de cualquier forma. A esto podemos añadir otras fórmulas subtextuales también muy familiares dentro de este contexto: como la constante repetición de ese “dice él, Simón”, cada vez que la voz narradora omnisciente quiere enmarcar al padre de David. O la forma en cómo están construidos los personajes alrededor de David, con la familia como núcleo íntimo-social crítico sometido a constante tensión en las distintas formas en cómo hace acto de presencia durante la trama.

Este plusvalor consigue enmarcar a la novela más allá de sí misma. Nuestra lectura consigue superar al texto, sobrevolándolo, llevándonos a nosotros, lectores/as, hacia un lugar mucho más allá de sus páginas. Un hecho que es síntoma, al tiempo, tanto de la inteligencia de Coetzee como del éxito de su experimento.

Otro reflejo de su extraordinaria capacidad es el hecho irrefutable de conseguir esta trascendencia textual, al mismo tiempo que nos presenta una novela de ideas repleta de juegos simbólicos, microdicursos morales situados estratégicamente, juegos de interacción en forma de palabras o imágenes, etc. Una obra de orfebrería que gira alrededor de una pléyade de subtemas relacionados con el tema principal de la vida y su descubrimiento y construcción: la fragilidad de la familia y el toque de realismo ante la tendencia a su idealización, la declaración en voz alta de una independencia entre la emoción y la razón -manifestada a través de un David muchas veces carente de empatía, aparente sociópata escondido entre las bambalinas de su edad y su presunto rol social-, la crítica a la escuela como agente socializador en cuanto desprovisto de una filosofía moral conectada al conocimiento, etc.

En el fondo, esta novela respira humanismo y supura personalismo, definiendo a la postre una reivindicación de la persona frente al mundo, si bien de una forma menos cruda y más sibilina a lo que Coetzee nos tenía acostumbrados. Una forma diferente, más valiente, más audaz, más retadora para el lector… donde también tienen cabida otros aspectos personales y sociales otrora dejados de lado por el autor sudafricano.

Los días de Jesús en la escuela’ (Literatura Random House, 2017) es obra de un Coetzee más audaz, desatado respecto a sus límites y liberado de necesidades, capaz de exponer en este texto su filosofía personal con una totalmente inusual en él amplitud y claridad. Lo hace combinando en arriesgado, pero exitoso, equilibrio la dimensión textual característica de la novela, con su busca experimental de trascendencia del texto, con sus creencias y valores morales personales respecto a la vida. Un Coetzee puro para un/a lector/a ambicioso/a, ansioso/a por explorar las costuras de la literatura.

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