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Gestarescala, de Philip K. Dick: enloquecida e irónica búsqueda del ego

Leer “Gestarescala” ha sido como subirse a una montaña rusa: una descarga de adrenalina que te eleva, te hunde y da tantas vueltas que por momentos no sabes ni dónde estás. Y, al bajar, con tu mareo monumental y tus pelos de loca, quieres volver a empezar aún sin saber por qué.
Gestarescala” es, en resumen, una auténtica locura.

Pero empecemos por el principio.

La novela arranca en el año 2046, en el contexto de una distopía totalitaria de corte comunista, donde el gobierno controla el más mínimo paso que dan sus ciudadanos. Joe Fernwright es un alfarero desempleado en una sociedad donde todos los objetos son de plástico, que intenta llenar su deprimente realidad participando en El Juego (un pasatiempo vacuo en el que tiene que adivinar títulos de obras literarias mal traducidas). Cuando Glimung (una suerte de semidios estrambótico) se le presenta con el proyecto de hacer emerger la catedral hundida de Gestarescala, Fernwright se embarca hacia el planeta Labrador con la esperanza de hacer algo que dé sentido a su vida. Pero no está solo. A él se unirá un numeroso grupo de seres intergalácticos que, hasta la llegada de Glimung, no tenían un propósito claro.

No importa lo que difieras de la sinopsis de esta novela. Te equivocas. Nadie se espera lo que sucede en una trama tan enloquecida como sorprendente. “Gestarescala” es un viaje hacia el interior cada vez más profundo del protagonista; una historia que explora cuestiones filosóficas, políticas, psicológicas y metafísicas. Habla, ante todo, de la búsqueda del sentido último de la vida; de la inevitabilidad del destino frente a la voluntad firme de cambio. Todo ello impregnado del sabor y el aroma del fatalismo, del fracaso, pero también de una ironía que te saca más de una sonrisa.

Paradójicamente, la novela presenta una trama de vértigo. Dick arroja ideas que nacen y mueren en unos pocos párrafos y que, como si de fuegos artificiales se tratara, desaparecen de la vista pero se quedan grabados en el cerebro para su posterior análisis. Por tanto, aunque de trama poco profunda, “Gestarescala” se te clava e invita a la reflexión.

En sus poco más de doscientas páginas, la obra es un torrente inabarcable de información preñada del más complejo simbolismo. Una vorágine de acontecimientos que el lector es incapaz de asimilar en una sola lectura. En oposición, resulta curioso lo farragosos que llegan a ser algunos fragmentos (sobre todo en la primera parte del libro, mientras Fernwright permanece en la Tierra).

Se dice que Dick escribió esta novela durante su época más paranoica y, teniendo en cuenta cómo esta avanza, me atrevo a jurar que es cierto. Toda “Gestarescala” es puro surrealismo, la creación de una mente muy alejada de la realidad. Con tantos giros que el lector jamás sabe dónde va a acabar. Demonios, ni siquiera se aproxima. Pero esto es lo que la vuelve tan interesante, tan adictiva. Y con un final digno de aplauso. Casi valdría la pena leerse la obra entera solo por la última frase. El final de un viaje circular que devuelve a Fernwright al punto de partida. Un mazazo de realidad que nos recuerda que ni con la ayuda de un dios somos capaces de cambiar.

En una muy cuidada edición, Cátedra nos ofrece la única obra Philip K. Dick inédita hasta ahora en España. Además, a modo de prólogo, se incluye un ensayo de Julián Díez que ahonda en la vida del autor y en los temas de su obra. Una pieza de interés para aquellos que quieran conocer los entresijos de “Gestarescala” y del propio Dick. En lo personal recomiendo que se lea tras la novela, para adentrarse en ella sin prejuicio alguno.

Gestarescala” es una novela compleja, aunque a la vez de rápida lectura. Sorprendente, dramática, irónica, enloquecida y reflexiva. Quizá se aleje de la maestría de “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, pero es tan distinta a todo lo que he leído que, indudablemente, se merece un hueco en mi estantería.

Producto de un genio enardecido, pareciera que Dick la arrojó a la mesa de su editor nada más acabar de aporrear su máquina de escribir. Una novela odiada por su autor, que, según sus propias palabras, lo llevó al vórtice de la locura. Un diamante en bruto que vale la pena pulir mediante incontables lecturas.

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