Cine y TV

Doctor Portuondo: Una buena idea, pero de desarrollo plano y aburrido

Todos los clichés psicológicos están en ‘Doctor Portuondo’ (Filmin), la primera serie de Filmin Originals y la incursión de la plataforma catalana en la producción audiovisual propia. Basada en la novela de Carlo Padial (Barcelona, 1977) publicada por Blackie Books en 2017, y dirigida además por él mismo, la serie se introduce en la novela para hacerla vivir en imágenes. Resumirla es tan sencillo como recurrir al subtítulo del libro: “Mis días de psicoanálisis con un sabio desquiciado”. Si a esto le sumamos el hecho de que el actor que da vida a la voz narradora e interpreta al personaje principal, Nacho Sánchez, ha sido caracterizado para parecerse lo más posible al autor, y su personaje tiene inevitables “dejes” que recuerdan a Woody Allen; ya lo tendríamos todo.

La serie tiene su punto de partida en un personaje principal que “no es”. El Carlo de ficción no es el autor, aunque se base en sus experiencias, ni tampoco es Woody Allen, aunque adquiera algunos de sus trazos más característicos con muy poco disimulo. Entonces… ¿quién es? No adquiere personalidad propia porque, fuera de la clínica el doctor, es “casi cero”. Sabemos de él por sus neurosis y problemas psicológicos que, en este caso, se sintetizan también en una personalidad insegura, inestable y necesitada constantemente de reafirmación.

‘Doctor Portuondo’ es una serie justita, un entretenimiento limitado y un humor ocasional

O sea, con Carlo estamos ante un “no personaje”, vacío por dentro y apenas sin puntos de anclaje en el exterior; tan impreciso y leve como un silbido tenue perdido en la noche oscura.

Así es como, por incomparecencia de Carlo, el psicólogo, el cubano emigrado a Barcelona y freudiano transgresor, el Doctor Portuondo, se convierte en líder de la serie y su único protagonista real. Brillantemente interpretado por Jorge Perugorría, él es el único con una personalidad más o menos original, definida a lo largo de los capítulos, y con un peso específico. Su gravedad, de hecho, es tan grande, que todos los demás giran a su alrededor. Todo surge y termina en él. Hasta tal punto que satisfacer a Portuondo, recibir su aprobación o su atención o su cariño o su terapia vivida como experiencia existencial, se convierte en un leitmotiv para todos; Carlo y los demás secundarios.

Pero Portuondo tiene un problema y es que, más allá de las formas de su terapia, de su método agresivo de vivir el psicoanálisis, y de sus ideas y pasado conocido “a través” de la terapia, poco más hay que pueda darle densidad al personaje. Fuera de la clínica, Portuondo es otro personaje “casi cero”, sin vida exterior, sin sujeciones a la realidad. De él sabemos más, tiene una personalidad mucho más concreta y material, pero tampoco se abre lo suficiente como para empatizar, para conectar con él.

Una conexión que es, de hecho, la base de cualquier ficción; literaria o audiovisual. De este “click” entre lector/espectador y personaje surge el “pacto ficcional” sobre el que todo se sostiene. Sin este pacto lo que queda es un artificio, hermosos brillos espectrales en el éter, el pitido sin fin de la carta de ajuste, el ruido de fondo del espacio, un rumor brevísimo en el silencio del universo.

Aburrida, de ritmo impreviso y con personajes planos, salvo el principal

‘Doctor Portuondo’ (Filmin) surge de una experiencia vital, sin duda, muy productiva en términos de humor; pero la serie no sabe aprovecharla. Viéndola no dejaba de pensar: “en el teatro, este concepto podría ser la hostia, pero en la tele…” no funciona. La serie se ve aburrida en muchos momentos, de ritmo impreciso, con personajes planos como un folio (a excepción del Doctor Portuondo), con secundarios que son excusas o casualidades más que personajes, y con un narrador capaz de dormir con su tono monocorde hasta, justo, el incomprensible capítulo final (jamás podremos deducir, por lo hasta entonces visto, cómo hemos llegado hasta aquí).

Una serie justita, un entretenimiento limitado y un humor ocasional. Eso sí, observar otra vez la calidad interpretativa de Jorge Perugorría salva mucho de lo aquí visto. También contribuye a hacerla digerible el hecho de que es cortita: seis capítulos de veinticinco minutos. Más allá de esto, dudo que hubiese sido soportable.

Nota: 4/10

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