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Clásicos del Cine: Fresas salvajes (Smultronstället), de Ingmar Bergman

Naturalmente, de igual forma que en una vida (o en muchas) es imposible leer todos los libros que uno desearía, tampoco es posible ver todas las películas que se dicen o consideran esenciales. Sin embargo, “Fresas salvajes” (“Smultronstället”, 1957), producción sueca dirigida por Ingmar Bergman, quizá debería estar en una corta lista de producciones cinematográficas básicas.

Protagonizada por Victor Sjöström, Bibi Andersson e Ingrid Thulin, ganó el Oso de oro en el Festival de Cine de Berlín a la Mejor Película, y fue nominada al Oscar por Mejor Guión Original. Comparte año con la que es considerada la obra maestra del realizador, “El séptimo sello”, un 1957 esencial en la vida profesional de Ingmar Bergman.

“Fresas salvajes” (en otros países titulada “Cuando huye el día”), es sin duda una película intimista, de personajes, centrada en el principal protagonista, pero cuya vida se ve influenciada hacia el final de su vida por sus seres queridos, quienes no tienen buena opinión de él. El ya anciano profesor Isak Borg (Victor Sjöström) va a ser homenajeado y nombrado Doctor Honoris Causa, tras varias décadas ejerciendo como médico, en la Universidad de Lund. Tras un inquietante sueño, en el que presencia su entierro, decide finalmente contrariar a su ama de llaves y viajar en coche, junto con su nuera.

Marianne (Ingrid Thulin), su nuera, acaba de abandonar la casa en la que convivía con Evald (Gunnar Björnstrand), hijo de Isak, un hombre de mediana edad desprovisto de sentimientos y cuya vida resulta gris. Marianne, embarazada, desea tener a su bebé, ya casi lo siente, pero su esposo es incapaz de desearlo o siquiera de tolerar tener un hijo.

Ambos no se llevan demasiado bien, aunque se soportan, y emprenden un viaje que cambiará la vida de ambos para siempre. En un determinado momento, se detendrán en una casa, donde Isak pasó su niñez y conoció, por vez primera, el amor romántico. Las fresas silvestres serán para él el recuerdo más vívido de aquella época, y el vehículo a través del cual sus recuerdos, tanto tiempo reprimidos, lucharán por aflorar.

Como decíamos, es esta una película de personajes, pero también de sentimientos, en muchas ocasiones reprimidos, y en otras defendidos de forma numantina. Isak, mientras viaja con su nuera, se cuestiona cada vez más su vida y sus acciones, y las dudas le asaltan con más fuerza, a medida que los recuerdos afloran y se apelotonan en su consciencia. Pocos pero consistentes personajes le darán la réplica, sea en el presente o desde el pasado, y le juzgarán son severidad o indulgencia, llevándole en muchas ocasiones a la desesperación existencial.

En “Fresas salvajes”, las vívidas escenas y los diálogos se mezclan con los silencios atronadores, que, a modo de revelaciones, empujan al anciano profesor a descubrirse a sí mismo, y a detestar profundamente en qué se ha convertido. El olvido ya no es posible, e Isak se ve empujado, al inicio a su pesar, a enfrentarse con su yo más íntimo, desprovisto de cáscara, y a reflejarse en otros, aquellos seres queridos a los que casi siempre se empeñó en desdeñar.

Ingmar Bergman, en pleno rodaje

El simbolismo es el punto fuerte de la película de Bergman, sea a través de personas, escenas, luces, sombras o silencios. El modo pausado que se destaca en la narración contrasta con la fuerza palpable de cada secuencia, cada detalle significa algo, cada diálogo es un paso más en el proceso de autodescubrimiento del protagonista, y cada conclusión parcial afianza más la línea argumental.

La puesta en escena resulta a ratos inquietante, a ratos costumbrista y a ratos enormemente reveladora de nuestra propia conciencia. Los planos, sea largos o cortos, intercalados con una maestría poco común, nos muestran, así mismo, tanto los escenarios y paisajes –que forman parte activa del subconsciente de Isak- como a los protagonistas y sus expresiones. Nada resulta banal, nada se deja al azar. Bergman, el maestro, nos revela la tenue frontera entre sueño y vigilia, derribada por el realizador. Por mucho que, sobre todo al principio, se empeñe Isak en que el día a día oculte sus sentimientos, finalmente éstos le explotarán en la cara.

Las fresas salvajes, fruto poco común en suecia, simbolizarán para Isak los tesoros ocultos de su memoria, las revelaciones que habrán de maravillarle y, en ocasiones, entristecerle.

Por supuesto, el trabajo de Bergman se ve realzado por el excepcional reparto. Hay que destacar, aunque todos resultan creíbles, al trío protagonista, Victor Sjöström, Bibi Andersson e Ingrid Thulin, sobre todo al primero, quien refleja con una maestría que sólo da la edad, todos y cada uno de los sentimientos que el guión le exige, a cual más variado. Con un rostro lleno de expresividad, da la réplica al guión de modo perfecto, en una de las actuaciones más completas que he visto jamás.

De Bibi Andersson podemos decir casi lo mismo, salvando las distancias, ya que su papel, también lleno de riqueza y variedad de sentimientos y expresiones, se ve menos baqueteado por el guión que el de Sjöström.

Ingrid Thulin consigue cuajar un trabajo mucho más que correcto, aunque no llega a la maestría demostrada por Sjöström y Andersson, su papel, aún con exigencias dramáticas, también resulta menos dado al lucimiento.

La banda sonora de Erik Nordgren acompaña fielmente al guión, aunque tampoco podemos destacarla demasiado. Es lógico, ya que Bergman fía a guión, fotografía y reparto el papel de vehículos narrativos, creedme, le bastan.

En fin, una película esencial para cualquier cinéfilo que se precie, un drama que en ocasiones deja momentos para el humor, pero que resulta profundamente introspectivo y sentimental, sin llegar a ser sentimentaloide. Sin duda, os sugerirá algo aplicable a vosotros mismos, sea esto lo que sea. Disfrutadla.

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