Para el común de los mortales quizá las palabras Handmade Films no le resulten conocidas; pero si digo “La vida de Brian” (Terry Jones, 1979) la cosa ya cambia. Y es que uno puede dejar de recordar la película de los Monty Python, que de principio a fin nos regala momentos cumbre: el sermón de Jesús (“¡bienaventurados los gansos!”), la lapidación del blasfemo, la pintada en el muro de la fortaleza romana (“¿gente llamada romanos ir la casa?”), el Frente Popular de Judea (o la burla de la división endémica de la izquierda: “¡idisidente!”), la discusión sobre qué han hecho los romanos por nosotros, Pijus Magnificus (Diggus Bockus, en el original), la parodia del mesianismo… y tantas otras secuencias magistrales de una de las grandes comedias que se han realizado en el cine.
Sin embargo, la película de los Python corrió el serio riesgo de no realizarse: es más, la productora inicial, EMI Films, se “rajó” al conocer el guion (y habiendo empezado ya el rodaje en Túnez), que malinterpretó –no es una crítica de la fe religiosa, sino de la intolerancia y el dogmatismo religiosos– y se apartó del proyecto ante las críticas que temía que recibiría el filme cuando se estrenase… si es que se estrenaba. Los Python se quedaron sin financiación y hacían falta 3 millones de libras (de la época) para terminar el rodaje y encarar la posproducción y la promoción. La salvación llegó de la mano de George Harrison, integrante de los Beatles y un fan declarado de todo lo que hacían los Monty Python, quien, en colaboración con su mánager, Denis O’Brien, creó la productora Handmade Films –originalmente iba a llamarse Handmade British Films, “películas británicas hechas a mano”–, puso el dinero (Harrison hipotecó su casa) y permitió que viera la luz el que es, sin duda, el mejor filme del sexteto británico-estadounidense (la cuota de Terry Gilliam) y un hito en la historia del cine.
Pero Handmade Films no fue flor de un día y lo que inicialmente fue reunir dinero para que la película de unos cómicos británicos incontrolables pudiera realizarse se convirtió en una productora que a lo largo de los años ochenta ofreció algunas películas que compitieron con el cine estadounidense e hicieron de aquella década (la de Margaret Thatcher) un período creativo especialmente fecundo para el cine del Reino Unido. Y todo ello gracias a una productora independiente que, cuando jugó en casa y tuvo olfato para detectar el talento, produjo grandes películas; pero que también la pifió cuando ambicionó demasiado y jugó a ser una major al estilo estadounidense: la muestra es «Shanghai Surprise» (Jim Goddard, 1986), protagonizada por Madonna y Sean Penn, y cuya azarosa producción se comenta en detalle. El documental «An Accidental Studio», presentado bajo el paraguas del canal de televisión Sundance, es la historia de esa década prodigiosa en la que Handmade Films realizó algunas de las mejores películas del cine británico.
El interés del documental recae, además de en la interesantísima historia de Handmade Films, en el análisis de las películas citadas, con secuencias de las mismas y clips de entrevistas antiguas al equipo artístico: los directores de dichas películas, los Python, Bob Hoskins, Maggie Smith, Michael Caine, Richard E. Grant, Brenda Vaccaro…, con puntos de vista muy diferentes y momentos divertidos (Terry Gilliam asume a posteriori que trabajar con él era insoportable para muchos). Para quienes conozcan esas películas y las hayan disfrutado, pero especialmente para quienes sean seguidores del cine británico de los años ochenta, estamos ante un documental sobre una manera de hacer cine, alternativa a la de las grandes productoras de la época y que permitió que películas diferentes, con temas a veces no especialmente cómodos, pudieran llegar a las salas de cine en un Reino Unido que notaba la recesión económica de aquellos años. Cuando otros estudios decían que no les interesaba el proyecto, pues no le veían la viabilidad económica, Handmade Films aceptaba la idea y la ponía en marcha; a veces sólo porque a George Harrison le apetecía ver esa película en la gran pantalla. Por supuesto, esta manera algo anárquica de realizar cine, por muy talentoso que fuera, no escondía que, financieramente hablando, la cosa no podía durar demasiado, y así fue: en 1991 Handmade Films cesó sus operaciones, acuciada por las deudas, y al cabo de unos pocos años fue vendida a una compañía canadiense que mantendría el nombre, en una segunda vida, ya sin Harrison ni O’Brien al frente, que, a trancas y barrancas, y con otros socios, se alargaría hasta 2010. Pero ya era otra cosa.
El resultado es un muy atractivo documental sobre cómo una productora independiente que surgió de casualidad llegó a parir algunas de las mejores, originales y estimulantes películas del cine británico del siglo XX. A veces el talento necesita que se le escuche y se deje a un lado la faceta comercial: Handmade Films, con sus más y sus menos, con un George Harrison siempre receptivo y un Denis O’Brien que se acabaría creyendo el David O’Selznick inglés, pero sobre todo con una pléyade de ingeniosos y perspicaces actores, guionistas y directores, todos ellos consagrados, lo logró e hizo historia. Imperdible para todo cinéfilo que se precie.
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