Mientras la tendencia poética a lo largo y ancho de Europa, cuyo origen está en el período de entre guerras y se exacerba tras la segunda guerra mundial, marca la destrucción del lenguaje habida cuenta de sus carencias para poder transmitir el horror; en España hubo un poeta que aún confiaba en sus capacidades, no sólo de transmitir ideas sino de poder cambiar la realidad material que nos rodea. Se trata de Ángel González, nacido en Oviedo en 1928, que nos dejaba un 12 de enero de 2008.

Nacido en la generación que recibió el nombre de «los niños de la guerra» su confianza en el lenguaje no lo hace ingenuo sino todo lo contrario. González creía que la palabra tenía la fuerza no sólo de denominar y ordenar el mundo sino de cambiarlo incluso; y encontró en la poesía su material de trabajo: «…la poesía confirma o modifica nuestra percepción de las cosas, lo que equivale, en cierto modo, a confirmar o modificar las cosas mismas». Por ello su estilo es sobrio, claro y conciso pero sin renunciar a la metáfora y sin renunciar a cuadrar la métrica para dotar el verso tanto de fuerza como de significación. Así, Ángel González es quizá uno de los mejores ejemplos de cómo ser un gran poeta sin ser hermético, ilustra que la belleza también está en aquello accesible y no por ello carece de conciencia social.

La poesía de González se hace cargo del período de la posguerra española pero lejos de ser un autor fosilizado en el tiempo a medida que el escritor crece crecen con él otros temas como el amor —tema poético por excelencia—, sin caer en cursilerías, y el paso del tiempo a medida que la vejez asomaba por la puerta; sin olvidarse de lanzar una mirada a la iglesia, la universidad, la sociedad, casi se podría decir que a veces también fue cronista de su contemporaneidad. Acercarse a la obra de Ángel González es acercarse a la belleza de la concisión y la exactitud de la palabra, adentrarse en un período de la historia en la que aún había cosas por las que luchar y que cambiar, arrimarse a un mar de versos que entran en el lector como si siempre hubieran estado ahí a la espera de ser leídos. Su afán de exactitud lo convierten en uno de los poetas más accesibles del siglo pasado y no por ello es prosaico; así como tampoco se puede decir que la poesía de González sea simple, en ella cada uno encuentra un poco del poeta y un poco de uno mismo y eso es algo que muy pocos escritores pueden conseguir.

A modo de cierre:

TODO AMOR ES EFÍMERO

Ninguna era tan bella como tú

durante aquel fugaz momento en que te amaba:

mi vida entera.

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