Hay que llegar hasta aquí, el final de los capítulos no numerados y el primer enfrentamiento de Guts con un Apóstol en el arco dedicado a Nosferatu Zodd, para apreciar la genialidad de Kentarō Miura en el planteamiento inicial de Berserk y, por extensión, en todo el manga.

Cualquiera que haya coqueteado con la idea de crear una historia, sea por medio de un guion, un relato o una novela, sabe lo difícil que es enfrentarse a los primeros pasos de la narración, cuando toca presentar a los personajes y el escenario en el que se desarrollará la trama. Miura resolvió esto a principios de los noventa con una fórmula tan magistral como audaz: comenzó su obra cumbre con unas pocas pinceladas acerca del mundo que le serviría de ambientación y un protagonista que parece volver de la aventura en lugar de partir hacia ella, para, acto seguido, iniciar un extensísimo flashback que nos devolverá, casi un centenar de capítulos después, a la casilla de salida.

Este planteamiento permite al mangaka de Chiba dar a su protagonista una caracterización rica en matices desde los primeros compases de la narración. El guerrero negro cínico e implacable con más miedo de sentir que de morir de los capítulos introductorios, contrasta con el Guts que alberga la esperanza de encontrar algo parecido a una familia y casi cae vencido por el miedo ante el temible Nosferatu Zodd en este tomo 3 de Maximum Berserk editado por Panini Cómics.

Entremedias, hemos sido testigos de la dura infancia que forjó el carácter de Guts y su proceder en lo sucesos que vendrán, marcado por la desconfianza con que trata a todo el que se encuentra o la constante búsqueda de una figura paterna o tutelar con la que sentirse parte de algo menos malo que la cruda realidad en la que vive, como Griffith, bajo cuyas órdenes dejamos a Guts al final del tomo anterior.

Tras jugarse el pellejo en la primera batalla que libra junto al Halcón Blanco, Guts causa sensación entre sus compañeros de armas, que insisten para que se una a la celebración de la victoria. Los recelos de Guts no le impiden darse cuenta de lo diferente que es el ambiente en la Banda del Halcón en comparación con las otras compañías de mercenarios en las que ha servido, la de Gambino especialmente. Los años de Guts con su padre putativo volverán varias veces a su mente a lo largo del tomo coincidiendo con su mayor implicación en la banda liderada por Griffith.

Precisamente la relación de este con el futuro guerrero negro acapara el último de los capítulos dedicados a la entrada de Guts en la Banda del Halcón. La resaca tras la celebración provoca el primer acercamiento distendido entre ambos espadachines, durante el que Miura introduce algunas notas de humor y en el que Griffith mostrará a las claras esa dualidad entre ser bondadoso y demonio siempre presente en él, incluso a ojos de sus más acérrimos seguidores.

Pero lo realmente importante de este cierre de arco es lo que ocultaba la armadura de Griffith: ¡el Beherit que tiene por colgante! Por supuesto, y a diferencia de nosotros, en este momento de la aventura ni Guts ni Griffith —aparentemente— tienen idea de qué es o para qué sirve el huevo del conquistador además de como bisutería creepy.

En “Ráfaga de espada” Kentarō Miura hace dos cosas que le encantan: dar un salto adelante de tres años y lucirse con el lápiz en una batalla multitudinaria con un diseño de armaduras espectacular. Impresiona.

Tres años después de la incorporación de Guts, a la Banda del Halcón se la conoce como “los ángeles de la muerte del campo de batalla” y el otrora solitario guerrero está al mando de 500 hombres como Jefe del Pelotón de Asalto. Así que los Demonios Negros de Tudor se las prometían muy felices diezmando a las tropas del Rey de Midland hasta que el espadón de Guts entra en escena, obligando a los orgullosos Caballeros Acorazados de la Oveja Negra con Lanza de Hierro a batirse en retirada.

Gracias al imprescindible concurso de la Banda del Halcón, Griffith es nombrado Caballero y Vizconde, y los mercenarios a su mando pasan a formar parte del ejército regular del Reino de Midland. Como no todo van a ser alegrías, el viraje de Griffith hacia la política provoca ciertas tensiones en la corte y entre sus propios camaradas, enredados a su vez en un incierto juego de celos y envidia del que Kasca y Guts son actores principales y Griffith —por ahora— engañoso tercero en discordia.

En estas condiciones parten a la conquista de la fortaleza de Chuder, donde les espera el mayor reto al que han tenido que enfrentarse jamás: Nosferatu Zodd.

Sitiado el enemigo, el torreón principal de la fortaleza resiste a causa de un espadachín legendario cuyas hazañas, según dicen, se remontan como poco cien años atrás. Hace bastante menos, aproximadamente una hora, cincuenta hombres del pelotón de asalto traspasaron la puerta del torreón. Tan sólo uno de ellos consigue volver, mutilado y eviscerado, para morir a los pies de su Jefe. “Que no me sigan”. Guts va a entrar. Solo.

Los cuerpos desmembrados de sus hombres guían sus pasos a través de los charcos de sangre. Las paredes rezuman todavía piel y entrañas, y la atmósfera de miedo amenaza con apropiarse del alma de Guts. ¿Qué demonios ha pasado aquí?, parece preguntarse el joven mercenario. La respuesta está ante sus ojos con dos soldados ensartados en su espada curva y un cúmulo de cadáveres tras de sí: Nosferatu Zodd, “El Inmortal”.

El duelo con Zodd enfrenta por primera a Guts con las fuerzas sobrenaturales que más pronto que tarde regirán su destino y muestra de nuevo, después de mucho tiempo, al niño temeroso que aprendía a dar sus primeros mandobles con Gambino.

Sorprendido porque Guts haya conseguido herirle, “El Inmortal” revela su verdadera apariencia transformándose en una criatura gigantesca con rostro leonado y cuerpo de minotauro que en unas viñetas maravillosas pone a Guts al borde del colapso a causa del pánico que le provoca. Justo cuando la historia de aquel bebé encontrado a los pies de su madre muerta parece tocar a su fin, la Banda del Halcón se une a la lucha frente al Apóstol, quien después de segar unas cuantas vidas huye al ver lo que oculta Griffith en su pecho no sin antes advertir a Guts de que su amistad con el Halcón Blanco lo llevará a la muerte.

Las hazañas de la Banda del Halcón no impresionan a los habitantes del castillo de Wyndham, capital del Reino de Midland donde Griffith y Guts guardan reposo para sanar sus heridas. El poder e influencia que la Banda del Halcón ha ido acumulando gracias al favor del rey, dan lugar en los capítulos siguientes a una intriga palaciega brillantemente elaborada que tiene de todo: dulces princesas, reyes en exceso confiados, confabulaciones ministeriales, sicarios, veneno, y un heredero al trono dispuesto a todo por asegurar la línea sucesoria.

En “El dueño de la espada” y “El asesino” la relación entre Guts y Griffith gana en profundidad al tiempo que este último deja ver sus intenciones en una conversación con la princesa Charlotte, que acaba convertida en un monólogo digno de ser leído con atención. También está muy presente en estas páginas Kasca, la capitana de la banda, cuya antipatía por Guts mengua preparando el terreno para el siguiente arco, en el que Kentarō Miura presenta a la única miembro femenina de la Banda del Halcón y del que hablaremos en detalle en la reseña del tomo 4 de Maximum Berserk.

¡Hasta entonces!

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