El debut de Shun Umezawa fuera de Japón gracias a ECC Editorial con “Bajo un cielo como unos pantis 1” y “Utopías” dejó patente que estábamos ante un mangaka brillante a la hora de explotar las betas más inaccesibles de la sociedad japonesa y con un talento fuera de toda duda para crear historias intensas y bien hilvanadas en formato breve.

En la misma línea continúa la segunda parte de “Bajo un cielo como unos pantis” con otro ramillete de relatos marcadamente críticos que en esta ocasión, además,  contienen análisis perfectamente extrapolables a nuestra sociedad.

El tomo comienza con una historia sobre las vacaciones de verano de un chaval llamado Shingo. Durante esos días de horas muertas, aburrimiento y risas, en los que el tiempo trascurre de una forma especial e irrepetible, Shingo conoce a Kumiko, una chica recién llegada al barrio que despierta en el protagonista la ilusión del primer amor.

Pero su nueva vecina guarda un secreto, sus vacaciones están hechizadas: cada 31 de agosto Kumiko se va a dormir para despertar de nuevo en el día que empezaron las vacaciones. ¡Menudo Chollo!. En “Un día de verano que nunca termina” Umezawa repite una técnica que pudimos ver  —y disfrutar— en “Bajo un cielo como unos pantis 1” y “Utopías”, la introducción de elementos fantásticos para servir de catalizador de aquello que quiere contar.

Así ocurre en el siguiente relato, “La Shibûya del futuro siglo”, en el que Umezawa convierte al barrio más reconocible de Japón en un gueto ruinoso y prácticamente deshabitado al que viajan el pequeño Ryôsuke y sus padres para convencer a su abuelo de que se traslade a vivir con ellos en el bosque.

Umezawa nos sitúa en el futuro de un Japón que ha desdeñado lo artificial para abrazar la naturaleza, en el que los niños no juegan con videojuegos ni comen chucherías y en el que los que se resisten a renunciar al asfalto y el neón son abandonados a su suerte ante el imparable avance de la regeneración vegetal. Justo lo contrario de lo que sucede en la realidad.

La Shibûya que vendrá también sirve al autor nipón parar denunciar la hipocresía social en torno a las colegialas, esas adolescentes vestidas con el uniforme escolar que forman parte del paisaje de las grandes urbes del país del sol naciente y que en “La Shibûya del futuro siglo” son unos seres mitológicos que el abuelo de Ryôsuke, cual capitán Ahab, trata de encontrar.

Antes de acometer las historias más extensas del volumen, Umezawa finaliza en “Mendel” su gusto por lo surreal con un microrrelato en el que una chica pretende abortar por el temor a que el hijo que espera herede su misma cruz genética. No sufráis, la cosa acaba bien.

Dudo que se pueda decir lo mismo de la siguiente pieza. “De madrugada” ofrece una historia francamente dura valiéndose de Sasaki, un joven basurero adicto a las hamburguesas, con una novia ciclotímica y orgulloso dueño de un gato al que es alérgico.

Prescindiendo de cualquier recurso fantástico, Umezawa narra el día a día de Sasaki y de aquellos con los que comparte su vida, describiendo una realidad tan normal como desalentadora para unos personajes que sin ser marginales, van dando tumbos en unas vidas marcadas por la soledad, el alcoholismo o la violencia.

Finaliza el segundo y último tomo de “Bajo un cielo como unos pantis” otra historia dividida en dos partes. En “Seres únicos” un veinteañero tokiota con antecedentes por intentar abusar de una niña cuando era adolescente, gasta sus días en un trabajo a media jornada, ver hentai y planificar un suicidio siempre postergado, cuando reaparece en su vida una compañera de instituto.

Al contrario que Yôichi, Rui es una joven vital sin pasado oscuro que no juzga a su excompañero de clase por lo que hizo diez años atrás, obligando a Yôichi a salir del círculo de autocompasión y exclusión social en que ha vivido todos estos años. La premisa tiene su miga y Umezawa no la desaprovecha, abordando temas como la reinserción, el arrepentimiento o el perdón con sinceridad y valentía.

La última hoja de “Bajo un cielo como unos pantis 2” nos reserva una sorpresa en forma de Epílogo del autor nipón, en el que Umezawa da las gracias a quienes hicieron posible la publicación de sus relatos y sobre todo, a sus lectores, regalándonos una brevísima pero interesante reflexión acerca de la relación entre los autores de ventas discretas y su público.

El cierre de “Bajo un cielo como unos pantis” vuelve a mostrar a un autor atrevido, comprometido e incómodo, que desde los márgenes del manga consigue transformar lo local en universal en una obra de consulta obligada.

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