Babujal, de Darío Vilas: permanece atento a la campanillaLa primera vez que oía hablar del Babujal, más allá de lo visto en un reportaje de Iker Jiménez, fue el año pasado, en la anterior novela -sin tener en cuenta la antología de relatos “Cacahuete” (podéis leer la reseña pinchando aquí)- de Darío Vilas: la injustamente tratada, El tiempo como enemigo” (podéis leer la reseña pinchando aquí).  En ella , se hacía referencia a una serie de recuerdos que tenía Carlos -uno de los protagonistas principales-, de algo que le había contado su madre acerca de una niñera mulata, Hada, que apurando sus últimos minutos de vida, hablaba entre delirios y estertores, de que un ente habitaba entre ellos, y de una campanilla cuyo repiqueteo, despertaba a lo sobrenatural.  Fue al leer esos capítulos donde se hablaba de ese Babujal, cuando me dije que había suficiente material para una historia independiente sobre ese demonio de la tradición cubana nacida del esclavismo… y voilà, unos meses después, Vilas, anunciaba la publicación, con Stella Maris, de su nuevo trabajo: “Babujal”, y fiel a la norma del autor, es otra de sus novelas en las que, como dice él: «no se aceptan banderas blancas ni se conceden treguas», al menos, mientras el Babujal, ese espíritu maligno, siga en la casa.

«La campanilla sigue tintineando con frenesí, y conoces el motivo: “¡Es el Babujal, niña! ¡El Babujal está en la casa!  Ay mi niña que lo he visto”, dice con la cara cubierta de gotas espesas que manan de sus ojos desorbitados, con más pus que lágrimas». 

Babujal, de Darío Vilas: permanece atento a la campanilla Siempre me dejo llevar por lo que me pide la historia. Conocí el nombre a través de una compañera de trabajo. Era cubana y trabajaba en un hospital, siempre decía que había un Babujal allí por las muertes que se concentraban.Babujal, de Darío Vilas: permanece atento a la campanilla

Una vida empieza, otra se acaba… ironías de la vida que unas veces te da y otras te quita. Como a Ana, que una madrugada del 8 de febrero de 1977, le sonó el teléfono dos veces: una para anunciarle que una vida florecía, la de su nieto, la otra, le susurraba sobre una vida que se marchitaba, la de un héroe condecorado con la mayor medalla que existe: el amor incondicional de un hijo.  Su padre, Alfonso, ha muerto y esta muerte le obliga a Ana, veintiséis años después, a volver al pueblo de su infancia: El Catalar.  Regresar a aquel muro de piedra donde florecieron los primeros besos -unos robados, otros deseados-, meter la mano en aquel hueco entre dos piedras enfrentadas, y sacar de allí su vieja caja de pandora, aquella de la que brotarán los fantasmas del pasado para hablarle de una habitación cerrada, de una casa silenciosa que despertaba con el sonido de una campanilla, de una niñera que servía de protección contra los monstruos, de un demonio que habitaba los bosque y de unas cartas que le obligaron a reconstruir su vida desde los propios cimientos. Recuerdos que creía encerrados bajo llave, desterrados para siempre y que llaman a su puerta para reclamar el pago debido.  No es el Babujal quien llama a la puerta, es Caronte quién solicita el óbolo para obtener la redención, a menos que Ana decida vivir para siempre con un hombro en la sombra.

Babujal, de Darío Vilas: permanece atento a la campanilla

A caballo entre el drama, la novela histórica, la costumbrista, la obra de ficción de terror psicológico, tanto propio como ajeno, sobre aquello que se descubre con el paso del tiempo, la trama forma un triángulo equilátero cuyos vértices son tres períodos distintos de nuestra historia: La Guerra Civil, la Posguerra y la Transición.  Para ello, el autor, nos hace viajar primeramente al verano 1937, para seguir los pasos de dos hermanos afines al Régimen, que han jurado defender con su vidas las ruinas del pueblo zaragozano de Belchite. De aquellas, surgirá un hermano muerto, una medalla concedida y una gran carga a la espalda. 

Abril de 1952, años de posguerra.  Nos adentraremos en el caserón familiar de la familia Martínez, en un día de fiesta. El patriarca, Alfonso Martínez de Aledo, Comandante Jefe de la Falange del pueblo de El Catalar, aquel que viajó a Cuba y se trajo en la mochila a una enorme sirvienta cubana y a su callado hermano, está celebrando la comunión de sus hijas mellizas: Desita y Luisa. De estas, surgirá el grito desgarrador de Ana, un cuerpo que ha perdido la vida de una forma cruel y salvaje, y el primer acto de presencia del Babujal.

El triángulo se completa, en 1977, donde se desdobla la pantalla. De un lado, la ciudad del amor, París, un apartamento pequeño e íntimo dónde la cocinera de un colegio vive una historia de amor prestado. ¡Ding, ding! , ¡Ding, ding!, no es el sonido de la campanilla de la vieja Hada, es un teléfono que ruge, y que te hace torcer la mirada hasta la otra parte de la pantalla: El Catalar, donde todo empieza, transcurre y acaba. El Babujal sigue en la casa… esperando el regreso de Ana.

Babujal, de Darío Vilas: permanece atento a la campanilla

La necesidad de encontrar un asidero emocional, es la idea sobre la que gira la novela, y las medias verdades, sobre las piedras que se sostiene.  La necesidad de interpretar la realidad y amoldarla a aquello que más nos conviene, que nos es menos doloroso, porque de otra forma, la verdad hace más daño que cualquier engendro de dientes afilados.  No importa que las pistas, indicios o los hechos, nos indiquen lo contrario, no importa que bajo la sábana del fantasma halla algo más que una entidad vaporosa, o que se quemen brujas sabiendo de su inocencia, ¡NO!. Salir de mi zona de confort emocional no es una opción, y si todas las desgracias familiares, por muy depravadas que sean, han de recaer sobre un ente demoníaco… que así sea, al fin y al cabo, el Diablo tiene tantas formas como nombres, y Babujal, bien puede ser uno de ellos.

Babujal” de Darío Vilas es una novela de contrastes: contrasta la mezcla de géneros, contrasta la extraña convivencia entre una familia profundamente religiosa y de derechas, de caracteres recios y firmes, con las supercherías propias de la gente de campo. Contrastan las distintas versiones de "la realidad" que cada uno tiene, porque la verdad es lacerante y quema por dentro y no todos están dispuestos a soportar semejante castigo.  Contrasta el juego de luces: de vestidos de comunión, de confidencias entre fogones y de criadas que son todo bondad y corazón, con el de sombras: de una madre déspota, sin un ápice de instinto maternal, de un padre que tiene dos caras, como la insignia que con orgullo luce, de oscuros pasados, de incomprensibles desapariciones en los bosques, de hombres de alma oscura que terminan convertidos en bestias…esto ES “Babujal”, ahora es turno de hablar de lo que NO es esta novela.

Babujal, de Darío Vilas: permanece atento a la campanilla

Si uno invierte unos minutos en echar un vistazo a las frases que más se están repitiendo entre medios y redes, acerca de la octava novela -dejando a un lado las numerosas participaciones en antologías- del autor vigués, son: "su mejor novela” y “una de las voces más prometedoras de la literatura española”.  Tras respirar profundamente tres veces y contar después hasta diez, he decido bautizar estas dos afirmaciones como “las dos cosas que NO son Babujal”.

Sobre la primera: ¿mejor en qué? ¿En estilo narrativo, en desarrollo de los personajes, en una trama más elaborada? ¿En un final más sorprendente? Teniendo en cuenta que se trata de la primera novela no abonada con semillas de fantasía y terror como suele hacer Vilas, pues ya la comparación no se sostiene. Es evidente, por el estilo narrativo que se echa a las espaldas en esta ocasión, eso que los intelectuales llaman “realismo costumbrista” y que coloquialmente no es otra cosa que describir los usos y costumbres de la vida cotidiana, que su “voz” debía tomar una forma más sosegada, formal, pausada, ¿dramática? sin esos torbellinos de locura de sus gallinas viejas, por ejemplo, pero no es otra cosa que otra de sus múltiples voces, ni mejor ni peor una que otra, pero igual de dominada, casi innata.  Tal afirmación, desde mi punto de vista, poco acertada, sería como decir que “El expediente Warren” es mejor película que “Spotlight”. Díganme ustedes, los lectores, en que se parecen ambas y como poder compararlas y entenderán a que me refiero.

Sobre la segunda, está es más de traca si cabe: “[…] más prometedoras”, WTF?! Prometedor es quien rompe moldes con su primera novela, o si me apuras, con esa segunda que le reafirma como un autor al que no le ha sonado la flauta por casualidad ¿pero es que tras ocho novelas en solitario, alrededor de participación en 16 antologías distintas, un guion de cortometraje (Mom) y tres premios, Darío Vilas, sigue siendo una promesa? ¿Que es lo que tiene que demostrar exactamente?. Darío Vilas, no es una promesa, es toda una realidad que hace tiempo tiene su propia parcela de protección oficial, su propio espacio y su propio asiento en la mesa de autores de referencia del panorama nacional, pero así es la vida: llena de sinsentidos y contradicciones… la vida, que diría el poeta.

Babujal, de Darío Vilas: permanece atento a la campanilla
 
No quiero echar el telón sin hacer un breve comentario sobre los dos “huevos de pascua” que el autor ha incluido en la novela y de los cuales ha hablado con las redes e invitado a sus lectores a descubrirlos: el capítulo creado por Javier Pellicer del que poco os puedo decir, sin romper las cáscaras, más allá de que aparece un hombre “malo” y mucha sangre y vísceras. Y la relación, más allá de la mención al Babujal, con su anterior novela, “El tiempo como enemigo”, el pespunte para unir universos literarios que evidentemente solo tendrá sentido para aquellos que con anterioridad leyeron aquella novela.  Para los que aún no la conozcan, pues mi recomendación, para disfrutar de la experiencia completa, es leerla, pero a continuación de “Babujal”, solo así, podrás encajar todas las piezas del puzzle, aunque al final todo se reduce a una elección: pastilla roja o azul. La roja te mostrará la verdad obvia, la azul, una más idílica.

Grge_dixit: «Pueblo viejo de Belchite: Ya no te rondan zagales, ya no se oirán las jotas que cantaban nuestros padres». No, no me he vuelto loco, todo tiene su explicación.

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