Arthus Trivium, Angélique Obscura y Angulus Dante. Obviamente, no son sus nombres reales, pero les da ese aire enigmático que cabe esperar de ellos, acentuado por sus vastos conocimientos científicos (impropios para su juventud) y sus oscuros ropajes. Ellos son los ojos y las manos de Michel de Notre-Dame (apellido que luego se latinizó en el apelativo que todos conocemos). Para los aficionados a la Historia de este profeta del siglo XVI, os adelantamos que esta historia transcurre durante los últimos años de su vida. De hecho, exactamente, un año antes de su muerte.

Pero vamos a ubicarnos: en 1547, tras participar junto al galeno Louis Serre en una expedición para combatir un brote de peste en Marsella, Aix-de-Provence y Salon-de-Provence (conocida entonces como “Salon-de-Craux”), se establece en esta última localidad y se casa con una viuda rica llamada Anne Ponsarde Gemelie, con la que tuvo seis hijos (en el cómic aparecen cinco): Madeleine, Cesar, Charles, Andre, Anne y Diane de Notre-Dame entre 1551 y 1561 (nada mal para un –entonces- anciano de entre 48 y 58 años). Es en este periodo en el que comienza a alejarse del entorno científico y se acerca al mundo oculto y esotérico, y en el que empieza a escribir una serie de almanaques anuales en los que hacía gala de su supuesta habilidad para ver el futuro. Fue el éxito de esas publicaciones el que llevó a este conocido vidente a iniciar el proyecto de su conocido libro consistente en 1000 redondillas (las “centurias”) en las que recogía las que luego serían conocidas como “Las profecías”: una serie de predicciones que, para evitar problemas con la Inquisición, iban enmascaradas tras una mezcla de idiomas y juegos lingüísticos y semióticos de, fundamentalmente, dobles sentidos, vagas descripciones y descontextualizaciones.

Pero bueno, no nos pongamos a centrarnos en la Historia pura y dura, que luego tiendo a divagar: pues eso, estamos en 1565, un año antes de la muerte de Nostradamus, en la casa en la que vive con su esposa y sus seis hijos (¡casi nada, oiga!). Estamos ante un Nostradamus crepuscular bajo el peso de los años, la gota, la artritis y una evidente insuficiencia cardíaca que le impiden desempeñar apropiadamente sus cargos como apotecario y médico real, así como el de consejero del joven rey Carlos IX (que, en esa época, contaba sólo con 15 años), quinto hijo –tercero varón- de Enrique II, cuya muerte fue predicha por Nostradamus en el cuarteto XXXV de su primera centuria: “El león joven contrarrestará al león viejo en el campo de batalla. Luego en una jaula de oro le sacará los ojos y el león viejo sufrirá una muerte cruel” (escena reproducida con gran detalle en la página 23 del cómic. El texto de la profecía depende de la traducción. Pero, básicamente, es siempre el mismo). Si bien, se han tomado una licencia con respecto a su heráldica, que no contenía ningún león, sino que eran tres flores de lis en oro sobre campo en azur.

Mas sigamos, sigamos: decíamos que, pese a sus limitaciones a la hora de desempeñar sus cargos, continúa sus predicciones y se basa para sus investigaciones en las labores de sus tres discípulos: Trivium, Dante y Obscura, que viajan por el país para investigar los misterios para los que la gente pide ayuda a Nostradamus, demasiado viejo y débil como para viajar por su cuenta.

Pero su tranquila vida en familia se ve turbada cuando recibe un enigmático paquete con dos estatuillas dentro y un papel en el que aparece escrito un escueto “muy pronto”. No sabemos qué significa eso, pero la mente de Michel de Notre-Dame viaja al pasado, a 1531, año en el que fue invitado por el médico Julio César Escaligero (Scaligero en el cómic, Scaliger en función de la fuente) para acudir al pueblo de Agen, en el que desposó con Henriette d’Encausse (giro chauvinista en el cómic, a la sazón francés.

Según las fuentes, parece que el nombre de esta primera esposa era Anna de Cabrejas, una joven de la Corona de Aragón procedente de Perpiñán) y tuvo dos hijos. Los tres fallecieron en 1537, se supone, a causa de la epidemia de peste bubónica por la que Nostradamus viajó por primera vez para ayudar a su erradicación. A raíz de ese incidente, y de un descortés comentario hecho por el doliente viudo sobre la talla de una estatua de la Virgen María, tuvo una disputa con Escaligero que provocó el distanciamiento entre ambos, así como un litigio con la Iglesia.

Ea, volvamos a «Arthus Trivium 1. Los ángeles de Nostradamus» (Norma) después de esta nueva nota histórica: tras rememorar este doloroso episodio y confesárselo a su actual esposa, confía la seguridad de su familia a dos antiguos y curtidos soldados. Para postre, y terminar de complicar las cosas, recibe una importante e inesperada visita.

Mientras tanto, sus discípulos afrontan las misteriosas tramas que se les presentan de manera curiosamente expeditiva, pero complicada. Angelique Obscura cae en una curiosa emboscada a la que atrae a sus dos compañeros. ¿Conseguirán escapar de ella? ¿Qué clase de nigromántico rival hay detrás? ¿Qué quiere tanto del conocido profeta del siglo XVI como de sus pupilos? ¡Ah, amigo lector! ¡Es tu turno para hacerte y disfrutar de este tomo de 48 páginas en tapa dura para averiguarlo!

Hablemos ahora de sus autores: creo que no hace falta presentar a Raúl Anisa Arnís, más conocido como “Raule”, bien conocido por obras como “Jazz Maynard”, “Vidas a contraluz” o “Isabellae”. En esta ocasión nos ofrece una historia que mezcla con acierto los hechos históricos y la ficción esotérica en un fresco thriller de fantasía oscura con un barniz de historicidad muy potable en un retrato frío y violento de la Francia del siglo XVI en la que nos ofrece un espacio para la angustia, el misterio y la controversia ante lo oculto. Una trama atrayente y carismática que mantiene al lector pegado a las páginas para descubrir cómo los protagonistas se enfrentan a unos peligros que, sin duda, no serán nada típicos.

Sin embargo, resulta menos conocida la figura del renteriano Juan Luis Landa, al que algunos conocemos por su obra “El ciclo de Irati” (tres volúmenes: “El despertar del Autza”, “El medallón de Boldro” y “Los buitres”). También resulta conocido por sus ilustraciones para libros históricos (“1512. In memoriam”, sobre la conquista del Reino de Navarra). Nos muestra un estilo muy definido que recuerda a una especie de cruce entre Mathieu Gabella y Enrico Marini, una curiosa combinación de un diseño elegante, preciso y expresivo con unas viñetas que reflejan belleza barroca merced a los innumerables detalles que en ella aparecen.

Un dibujo figurativo, realista pero con un punto caricaturesco llegado el caso, y siempre expresivos, dinámicos y, cuando la ocasión lo requiere, voluptuosos (os enamoraréis de Angelique Obscura, ya os lo digo yo). Hace también gala de un perfecto uso de la paleta de colores, sobre todo en las escenas oscuras y en los tonos ocres y sepia que caracterizan a los flashbacks. ¿Y qué decir del manejo del sombreado, sobre todo en las escenas que requieren atmósferas inquietantes? Juzgadlo por vosotros mismos. Un notable trabajo.

Vamos, que la idea de mezclar el controvertido nombre de Nostradamus con el centro de un misterio oculto parece una buena idea atrayente para el lector. Pero en este primer tomo sólo hemos tomado contacto con el inicio de la trama y el carácter de los personajes que la forman. Es un perfecto volumen de presentación para la historia, pero habrá que esperar a saber más de los pasos de estos tres discípulos en este ambiente de suspense para saber si nos encontramos ante una historia bien llevada o ante otra “danbrownada”. Casi que apuesto por lo primero, habida cuenta de la malsana curiosidad que me han metido en el cuerpo. ¿Para cuándo saldrá el segundo volumen? Espero que pronto. La historia, desde luego, ha echado a andar con paso firme y seguro. El suspense está bien medido.

Y ahora toca la de arena, que se reduce a un par de pequeños detalles de poca importancia, pero en los que alguien como yo sí se fija. Dirigido a Landa con la mejor intención del mundo: se ha molestado en diseñar unas espadas roperas con guarnición de lazo fabulosas… ¡Pero los personajes no saben cogerlas! Veamos: en una espada ropera, en el recazo, hay dos anillos como éstos.

¿Se ven bien (he escogido un modelo muy sobrio y quizá no demasiado significativo para que se vea de forma clara)? Bueno, pues los dedos índice y corazón de la mano que blande el arma van dentro de ese anillo con objeto de tener sensibilidad de dónde está la punta. En el caso de que la espada sea de punta y corte (primera viñeta  de la página 31, normalmente se reduce a un solo dedo  y, en caso de no disponer de anillo en el recazo, se suelen adelantar los dedos índice y corazón en la empuñadura para una mayor sensibilidad (y los hay que, incluso, colocaban el índice sobre el arriaz , aún a riesgo de exponerse a un corte). ¡Mucho cuidado! Que la espada no se agarra como se blande una cachiporra. Por lo demás, salvo ese fleco, las escenas de acción de capa y espada son dignísimas. ¡Espero que se pulan para el siguiente!

Para terminar sólo cabe decir algunas cosas agradables: estamos ante un cómic que atraerá tanto a los amantes de la Historia del siglo XVI como a los aficionados a la magia y el esoterismo. Una obra de calidad que hará que buena parte de sus lectores caigan cual aves de presa sobre el segundo número… Lástima que no seamos Nostradamus para saber cómo continuará la trama y qué magnitud alcanzará.

El futuro próximo nos lo dirá, queridos lectores.

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