Averys Blues: mitología sureña a ritmo de bluesAntes de empezar a hablar del cómic, hagamos un pequeño recordatorio histórico: Robert Johnson fue un bluesman que pasó misteriosamente de ser un guitarrista mediocre a ser un auténtico virtuoso en el año 1931. Desde ese momento, nunca le faltó un local en el que tocar y desarrolló una próspera trayectoria discográfica entre 1936 y 1937. En ese periodo grabó 29 canciones (algunas con varias versiones). Falleció envenenado en 1938, con 27 años (los mismos que otros grandes mitos musicales como Brian Jones, Jim Morrison, Jimmy Hendrix, Janis Joplin, Kurt Cobain y Amy Winehouse. El tema está en que se decía que Robert Johnson vendió su alma al diablo en el cruce de la autopista 61 con la 49, de ahí el cambio radical de un día para otro en su manera de tocar y cantar.
  
Sin afirmar ni negar nada, es cierto que Robert Johnson no repetía actuaciones en el mismo local y se movía rápido, como si estuviese huyendo de algo. También sus canciones contribuían al mantenimiento de esa “leyenda oscura”, ya que todas sus canciones versaban sobre desesperación religiosa y demonios interiores. De hecho, y para que sirva como ejemplo, en “Crossroad blues” deja patente la desesperación de un hombre tras haber vendido su alma en una encrucijada; y en “Me and the devil blues”  dice: “Early in the morning, when you knock at my door/ Isaid: ‘hello, Satan, I believe it’s time to go’”, dicho en román paladino: “Por la mañana temprano, cuando tocas a mi puerta, digo: ‘hola, Satán, creo que es hora de irme’”. Y todas por el estilo.
   
Averys Blues: mitología sureña a ritmo de bluesEn fin, una vez contextualizados, vamos con este tomo de 80 páginas en cartoné que supone el debut de Juan Manuel “Angux” Anguas, conocido por ser uno delos impulsores del Escenario del Cómic de Getafe (ESCOGE)  al guión y de Núria Tamarit , artista valenciana  que refleja un estilo que me recuerda fuertemente a Bastien Vives, cuya obra he tenido la oportunidad de reseñar en esta página, pero con un toque que recuerda a las ilustraciones de cuentos infantiles. Un buen debut, sin duda. Vamos a habar del cómic:
   
Estamos en el sur de los Estados Unidos, digamos que a finales de los años 30 del siglo pasado, en un periodo en el que el país aún sufre las consecuencias del crack bursátil de 1929, en los últimos coletazos de la Gran Depresión. Avery es un joven que guarda un gran secreto que intenta ganarse la vida tocando blues en pequeños locales, pero al que sus problemas con el alcohol, el tabaco y su oscuro pasado juegan malas pasadas continuas, convirtiéndolo en un ser pendenciero y poco amigable.
   
Pero dentro de él late su deseo de convertirse en un gran músico de blues, así que se dirige a una encrucijada a esperar la llegada de aquél al que espera: el diablo. Y éste aparece, por supuesto, pero no parece interesado en la negra alma de Avery, sin embargo cierra con él un trato: su alma no le resulta estimulante, pero si en un periodo de un mes sinódico (periodo de tiempo entre dos fases lunares idénticas, 29 días entre luna nueva y luna nueva) le lleva al cruce entre la 26 y la 43 un alma limpia, le convertirá en el mejor bluesman de la historia. Los términos del trato son complejos, pero Avery se dispone a llevarlos a cabo.
   
Averys Blues: mitología sureña a ritmo de bluesPero no es tan fácil: en el pueblo todos tienen el alma manchada, pero se cruza en su camino Johnny, un niño procedente de una familia desestructurada valeroso, ingenuo e inocente. ¡Una víctima ideal! Avery hace creer al muchacho que su familia lo ha cambiado por un par de botellas de bourbon barato, y comienza el camino en busca del diablo en un periplo que nos recuerda los pasajes que Jack London nos cuenta en su novela “El camino”: el comportamiento de dos pícaros vagabundos que se ven forzados a robar para sobrevivir, viajar en trenes como polizones, huir del Ku-Klux-Klan y exponerse a ser linchados por pequeñas faltas, pero siempre intentando seguir tocando en locales con pobres resultados.
   
En fin, amigos lectores… Hasta aquí puedo leer. ¿Conseguirá Avery llegar a tiempo a su cita con el diablo? ¿Cuál es el secreto que guarda? ¿Llegará a convertirse en el gran bluesman que sueña ser? ¿Perderá Johnny su alma? ¿Es realmente Johnny un alma tan pura como parece? ¿Cumplirá Avery todas las cláusulas de su contrato con el diablo? ¿Sabrá más el diablo por viejo que por diablo? ¿Habrá jugado con nuestros personajes? Si queréis respuestas a estas preguntas, amigo lector, habrás de comprarte este cómic.
   
Una vez que hemos salido del cómic en sí, comentemos algunos datos del interior: en un momento dado, el diablo menciona a grandes figuras del blues como Tommy Johnson, Petey Wheatstraw, Skip James y Clara Smith. ¿Qué tienen ellos en común? Lo habéis adivinado, queridos amigos lectores: el diablo. Tommy Johnson, según el historiador David Evans, fue el origen del mito de la venta de su alma al diablo para ser un gran bluesman; Peetie Wheatstraw era conocido como “el sobrino del diablo”; Skip James cantaba que el diablo se llevó a su mujer ; mientras que Clara Smith declaraba en sus canciones sin tapujos que había vendido su alma al diablo (“Done sold my soul to the devil). Un grandísima y documentada elección.
   
Averys Blues: mitología sureña a ritmo de bluesOtra nota histórica: la canción carcelaria que podemos leer en la página 35, está registrada históricamente. La recoge Nicholas Wolterstorff es su obra “Art Rethought: The Social Practices of Art”, en su acepción de amargo lamento ante un trabajo tedioso y repetitivo, como sería, sin duda, el trabajo forzado al que los presos estaban condenados.
   
La representación del diablo me ha encantado: un hombre blanco, sonriente, con aspecto de gángster, que aparece ocasionalmente con sus iluminados ojos rojos y que se metamorfosea en cuervos. Me ha recordado al personaje de Randall Flagg, de la novela “Apocalipsis”, de Stephen King.
   
En cuanto al dibujo, aparte de su estilo falsamente esquemático, cabe destacar la gama de colores, oscuros y ocres, que permanentemente reflejan ese ambiente oscuro, sucio y sórdido en el que nuestros protagonistas se mueven. Un estilo interesante que, como ya he dicho, recuerda al de Bastien Vives, pero como… más difuminado, falsamente incompleto.
   
En cuanto al guión, la historia es buena, sencilla, con un intrigante y sorprendente final que encantará al lector. Un buen trabajo. Pero… Se desluce por un par de faltas de ortografía. A ver: el “dónde” de la última viñeta de la página 10 va sin tilde; en la segunda viñeta de la página 11, lo convertirá, si acaso, en un “bluesman”, que es sólo un tío y “bluesmen” es plural; en la página 52, “ensallar” es con “y”; en la página 69, “atisvo” es con “b”; “traérmela”, en la penúltima viñeta de la página 70, lleva tilde… Igual se me ha escapado alguna más. ¡Hay que tener más cuidado con esas erratas!
   
Una historia curiosa que merece estar en las estanterías de todos los aficionados tanto al cómic como al blues para que figure al lado de “O’Boys” .
   
¡Echadle un vistazo!

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